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EL OTRO MANZUR

Hermano de un famoso pintor, Jaime Manzur empieza a ser descubierto con su propio arte. Y quiere darle a sus muñecos un puesto que generalmente se les niega.

28 de junio de 1982

Las marionetas son un hermano gemelo del teatro. De hecho, cuando un actor griego se ponía una de sus tenebrosas máscaras quedaba convertido en un títere" Por lo menos esa es la opinión de Jaime Manzur, el más veterano y profesional de los directores de marionetas que haya tenido el país.
Considerados siempre como un género menor para entretener la imaginación ingenua y desprevenida de los niños, los muñecos cuelgan manipulados por hilos o por manos ágiles, las marionetas y los títeres no gozan todavía de un público amplio que pueda apreciarlos como una expresión de mayores posibilidades. Ir, sin embargo, a ver el espectáculo de ópera y zarzuela de marionetas que nos ofrece Jaime Manzur en la sede propia de su teatro en el viejo Chapinero, podría hacernos si nó cambiar nuestras ideas fijas, cuando menos detenernos a reflexionar un poco sobre este arte escénico.
Miembro de una familia de artistas --una madre pintora y música, su hermano David, conocido pintor y Sara, cantante y escritora--, Jaime escogió las marionetas como su medio de expresión en la vida. Y aunque siempre ha sabido guardar las proporciones al comparar su arte con otros géneros escénicos, se ha esforzado por darle una categoría elevada y enteramente profesional. Prueba de esto es la selección de obras clásicas dramáticas y ligeras con las que ha recorrido escenarios de América y las dos Europas: "La Traviata","La Bohemia" "María Fernanda", "Carmen" "Norma"...
Desde la primera temporada que hizo con su naciente Compañía en 1958 en la Universidad Piloto de Medellín, Manzur se enfrentó a esa actitud de menosprecio "del público latino que no entiende que las marionetas no son un cascabel para divertir niños". En Alemania, Checoslovaquia y los países del Norte de Europa, que Manzur visitó con, una beca del gobierno colombiano, "hay universidades donde se enseña la utilización de las marionetas como un medio didáctico extraordinario y un vehículo de recreación para cualquier publico". "El machismo y el hembrismo latinos" dice Manzur, "impiden todavía a nuestra gente gozar del espectáculo con una actitud más desinhibida"
Muchas generaciones de colombianos han sido formadas con unas actitudes determinadas en cuanto a las manifestaciones del arte. Así, hasta hace poco, las familias veían como un escándalo que un hijo suyo se dedicara a la pintura o al teatro. Hoy, la apertura del país a una cultura menos provinciana, ha cambiado estos prejuicios sin superarlos del todo.
Y hablar de marionetas es hablar de prejuicios bien establecidos. La mayoría de nosotros las vimos, cuando éramos niños, en espectáculos ambulantes o puramente educativos que nos ofrecían artistas fugaces que dejaban en nosotros gratísimos recuerdos. Pero después nos hicimos adultos y las marionetas dejaron de ser de nuestro mundo. Eso es cierto. ¿O acaso usted escucha con mucha frecuencia decir a sus amigos, "Vamos a ver marionetas?".
Con todo, vale la pena darse una escapadita un viernes o un sábado de estos por la noche y pasarse por el teatro de Jaime Manzur. De pronto vamos a encontrar con una representación de la tragedia de Vicenzo Bellini, "Norma", o con "La Bohemia", de Puccini, actuada por gigantescos muñecos vestidos riquísima y exquisitamente en una escenografía que ambienta con exactitud una época; y de pronto, cuando una "Tosca" coge el candelabro para ponerlo al lado del cuerpo muerto del jefe de la policía, Scarpia, vamos a dejar escapar una tímida lagrimita. Puede ser que nó. Que vayamos con un ánimo menos sentimental y entonces seamos sorprendidos por una doña "Carmen" lasciviosa que se levanta la falda, dobla la pierna o le pone seductoramente su pecho a don José para que le quite una flor.

LAS MARIONETAS NO SON CASCABEL
Estos son detalles para adultos que no tienen la menor intención de probar que las marionetas no son solo para niños. Son muestras de un uso talentoso de muñecos que pueden ser tan impersonales o queridos como un actor de carne y hueso. Lo que cuenta entonces en el teatro de títeres es la representación, es decir, la actuación pura de un muñeco que puede alcanzar una categoría de símbolo.
"El público", como observa divertido Manzur, "termina exigiéndole a la marioneta. Termina reaccionando con ella a través de un mecanismo de empatía que creíamos haber perdido cOn la infancia"