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EL SOLAR DE LOS LULOS

En Angostura, Antioquia, el arquitecto Luis Hernández Arango emprende restauración de la casa de Porfirio Barba Jacob.

18 de octubre de 1982

Solamente cuando faltan pocos meses para la celebración del centenario del nacimiento de Porfirio Barba Jacob, viene a definirse la restauración de la que fuera casa de su infancia, en una esquina de Angostura. Aunque Miguel Angel Osorio nació en Santa Rosa de Osos, la verdad es que a los dos meses de edad fue trasladado a Angostura, donde vivió mucho tiempo con sus abuelos, a quienes siempre se refirió como sus padres.
Angostura, un siglo después de los primeros años del poeta, conserva casi intacto el ambiente que él conociera. Ubicadoa 150 kilómetros de Medellín, no ha evolucionado; cuenta escasamente con unos tres mil habitantes y sólo puede llegarse a él por una carretera estrecha y burda. Pero se trata de un pueblo típico de Antioquia, de gentes trabajadoras y voluntariosas, dedicadas a las faenas de la tierra, formadas con base en el esfuerzo.
El trabajo de restauración ha sido encomendado al arquitecto Luis Hernández Arango, quien desde hace habitante tiempo viene estudiando y provectando la obra. No contento con sus conocimientos y experiencia (Hernández obtuvo su título en Italia, en Florencia, más exactamente, y ha trabajado como restaurador de la Plazuela de la Veracruz de Medellín, el Seminario de Santa Fe de Antioquia y la Iglesia de Copacabana), el arquitecto se trasladó a Angostura, conversó con los ancianos del lugar, buscó a los parientes de Barba, recogió cuantas fotografías existen de la época. Leyó apuntes biográficos y poemas, y recorrió la casa palmo a palmo. Ayudó a las gentes del pueblo interesadas en el homenaje al poeta, para que convencieran a los comerciantes que ocupaban la casa. Esas mismas gentes, colectando dineros privados y donaciones, adquirieron el inmueble.
Luis Hernández, oriundo de Fredonia, ha tenido que ver con el arte desde su niñez, cuando fue modelo de Pedro Nel Gómez. Aún adolescente ganó su primer premio de pintura en la Universidad de Antioquia, y constantemente ha combinado la arquitectura con las acuarelas, las cuales ha expuesto en diversas ocasiones. La última de ellas fue en Bogotá, y tuvo como tema, precisamente, Angostura. Queriendo rendir homenaje testimonial al pueblito infantil de Barba Jacob, Hernández tituló su muestra. "En aquel pueblo olían las brisas a azahar". Y su interpretación, muy escueta y técnicamente lograda, recuerda su capacidad expresiva, la misma de un ingenuo pero inolvidable cuadro de su juventud, cuando interpretó al muchacho que llevaba el agua a su casa: como tenía los ojos saltones, lo retrató rodeado de sapos sin ojos, como si toda la mirada del mundo hubiera sido seducida por aquellas dos pepas de expresión asustada.
Uno de los factores fuera de lo común, en este caso, es el cariño del restaurador por la persona del poeta. El primer contacto de Hernández con la obra de Barba Jacob, fue cuando escuchó recitar a Berta Singermann, en el Teatro Bolívar de Medellín "Canción de la vida profunda" y "Parábola del retorno". Ahora, una vez leída toda esa obra, el acuarelista y arquitecto ha detectado todas las referencias que ella contiene acerca de la infancia y Angostura. Proyecta, por ejemplo, reconstruir el jardín de doña Benedicta, la abuela, con los eneldos, saucos, toronjiles y demás plantas descritas por Barba, hasta lograr el ámbito que el poeta llamara "el solar de los lulos de oro".
En los sótanos de la casa, Hernández encontró en los muros dibujos infantiles de Porfirio, y al lado de ellos, poemas manuscritos años después por él sobre las mismas paredes. Y los conservará y resaltará convenientemente. En sus acuarelas, por otra parte, exploró dos colores que califica de "obsesivos" en la obra de Barba: el azul (el de "Elegía de un azul imposible") y el dorado. "Yo lo vine a comprender -dice- cuando viendo a Angostura desde lejos, la hallé envuelta en una sutil niebla semejante a un espejismo de oro".
Un espejismo que Barba Jacob identificaba con la infancia perdida y que añoraba permanentemente: "Ay, quién pudiera, de niñez temblando, a un aura de inocencia renacer", dijo alguna vez. Y desde México escribió a su amigo Francisco Mora Carrasquilla, preguntándole en la carta por los más pequeños detalles del pueblo, y hasta por Ño Isidoro y Ña Bernabela, humildes personajes para él inolvidables. A la muerte de la abuela, Barba escribió en un muro: "Aquí perdí mi primer amor". Y su primera novia, Teresita Jaramillo, fue también de Angostura, cuando ya él era maestro de la escuelita.
"Bajo el laurel, el héroe rudo algo de niño ha de tener". Y en buen momento se encomienda revivir ese algo de niño a Luis Hernández. Para que no suceda lo que pasó con la iglesia de Angostura; según el arquitecto, era una joya arquitectónica y "la volvieron un bizcocho de novia, con estucos relieves". Y para que no vaya a realizarse la idea de algún concejal que propuso pavimentar las calles, íntegramente empedradas, del pueblo. Una vez concluida la restauración y funcionando el museo (Hernández ha recogido inclusive los primeros periódicos, manuscritos, que hizo el poeta), piensa impulsar la creación, en la misma sede, de una biblioteca, una sala de conferencias y escuelas de cerámica y pintura.
De manera que Barba Jacob, Maín Ximénez, Miguel Angel Osorio, regresará al ambiente que evocó en el prólogo a "Rosas Negras": "Allá entre el olor de aparejos de mulas, tercios de maíz, ordeña de vacas matinales y encerrada vespertina de los terneros, el río que canta, el abuelo que castiga iracundo, la leche cándida y dulcezuela, el coro de los sapos y las melifluas rosas de María Santísima".