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EN BOCA CERRADA...

Carátula del libro "Eduardo Santos y la política del buen vecino" desata polémica

30 de julio de 1984

Una interesante polémica se abrió esta semana. El diario El Tiempo y la Academia de Historia junto con el autor David Bushnell enfilaron sus baterias hacia la cubierta del libro editado por El Ancora titulado "Eduardo Santos y la política del buen vecino" (Bogotá, 1984, 184 págs.).
Muestra al ex presidente emergiendo de la sombra de Laureano Gómez y a su vez amordazado con el bicolor de la bandera norteamericana.
"Falaz desvirtuación", "ofensivo", "denigrante" son las frases en ristre.
Plena segunda guerra mundial y nuestros partidos políticos oscilan entre los aliados y las fuerzas nazis del eje. El libro narra las peripecias diplomáticas del embajador norteamericano en Bogotá, conversaciones secretas con los jefes de los partidos, empréstitos, misiones militares, etc.
Sin duda, la cubierta es agresiva: sugiere un acallamiento del gobierno de Santos por las fuerzas imperialistas.
En la práctica hubo mucho entendimiento. Jim Wire el caratulista más famoso de Inglaterra diría que en este oficio: "El diseño simplemente es un mensaje acerca del libro. La ilustración debe provocar un sentimiento acerca del tema". Coincidencialmente, el autor de esta columna enfrentó una polémica con uno de los más experimentados diseñadores colombianos acerca de las últimas cubiertas para Colcultura, donde su autor, Carlos Duque, defendiendo la impactante solución visual de presentar los libros, replicaba: "...la carátula debe conservar cierta libertad e independencia sobre la obra". Y más aún "el diseño de carátula de una obra poética o literaria no debe ilustrar o recrear anécdotas acerca del contenido". Tal vez Diego Tenorio, el diseñador del libro de Santos, realizó su trabajo con criterios de interpretación subjetiva que a la postre le reportaron hasta una reprimenda editorial de El Tiempo.
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Son tan antiguas las ferias del libro como los objetos que allí negocian.
La más remota fue la de Lendit, en París del siglo XIV: vendían pergaminós con los cuales se elaboraban libros a mano por copistas que esta ban más cerca del arte que de la mera caligrafía. Un ejemplar de éstos podía costar el valor de una casa. La cancillería vaticana se daba el lujo de desarrollar una letra para sus documentos papales: la cancílleresca o "itálica", ésa que llamamos bastardilla.
Cien años más tarde se producían libros impresos, en papel elaborado a base de tejidos y el monopolio de la cultura entraba a una franca democratización. La segunda mitad del siglo XV muestra a Lyon como la sede de la primera feria del libro. Los editores tenían el derecho a no revelar sus transacciones, se hacian foros de corte renacentista, se discutía entre editores próximas publicaciones y concertaban arreglos para evitar impresiones de títulos similares. En el siglo XVI, Francfort marcaría la nueva feria. El célebre impresor Estienne diría de ésta que era la "Nueva Atenas", pues la pléyade de la cultura de occidente se citaba ailí para conocer las nuevas obras. Se editaban catálogos y durante quince días, dos veces al año, los libreros y editores invadían costados de calles y plazas. Prácticamente todos los libros se imprimían en latín. Por eso con la presencia de la contrarreforma y la imposición de las lenguas vernáculas, la feria de Francfort hacia 1630 vendría a terminarse. El comercio del libro pasó a ser un dominio de naciones y el carácter cohesionador del latín como idioma de la cultura se desvaneció.
Chapelain en el mismo 1630 se quejaría de la desaparición de esta feria aduciendo que ya no le era posible conocer cuales libros se estaban produciendo en Alemania. Curiosamente el siglo XVII muéstra a los primeros piratas editoriales camuflados en la provincia y provocando la quiebra de grandes empresarios y este mismo siglo el nacimiento de la Feria de Leipzig, que hasta nuestros días persevera como evento de primera magnitud.
La Feria del Libro ubicada en el Parque de Santander, en Bogotá, dista mucho de ser un evento cultural. Se citaron 120 expositores, en su gran mayoria los libreros de viejo de San Victorino y la calle 19. Los editores instalados en caseta (a $27 mil el cupo) y los libreros en mesas y toldos (a $13 mil). Los descuentos apenas llegaron a un veinte por ciento, no hubo novedades, muchos saldos como los de la casa editorial Ateneo de Venezuela, escasas promociones, libros de segunda en el área de economía y matemáticas, y mucho pirateado: desde la "Odisea" hasta García Márquez y las "Memorias de Adriano". Un librero de San Victorino con siete puestos y cerca de doce empleados vendió en promedio $ 40 mil diarios, Otra casa editorial de renombre apenas totalizaba $ 150 mil. En fin, una feria triste, con compradores que no pasaban de una inversión de doscientos pesos, y que requiere una gran inyección de innovación y replanteamiento. -
Camilo Umaña Caro -