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ENTREVISTA

“Para los funcionarios la corrupción es una salida existencial, al menos trabajan para sí mismos”

Se estrena en Colombia ‘Zama’, una de las películas más ambiciosas del cine latinoamericano en mucho tiempo. Una mirada muy crítica, y muy distinta, a la colonización española. SEMANA habló con Lucrecia Martel, su directora.

20 de marzo de 2018

Siglo XVIII, Paraguay. Diego de Zama, un funcionario de la corona española, vive esperando que su familia le escriba y que también en algún momento sea firmado su traslado. La angustia existencial que nace a partir de la demora, la excesiva burocracia, fue recreada por el argentino Antonio Di Benedetto en Zama (1959), novela considerada como de la mejores en español durante siglo XX.

La argentina Lucrecia Martel, una de las realizadoras más personales de los últimos años -La ciénaga (2001), La niña santa (2004), La mujer sin cabeza (2008)- decidió adaptarla en una gran producción que, como todo su cine, divide: para unos, gran obra de arte; para otros, una película sin sentido.

Martel, a quien muchos califican como “subversiva”, participó del pasado Festival de Cine de Cartagena, Ficci, donde se exhibió Zama, película que se estrena este 22 de marzo en Colombia. La directora también estuvo en el Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM), donde dio una clase magistral sobre el sonido en el cine. SEMANA habló con ella.

SEMANA: Usted hace unos años intentó adaptar un cómic (‘El Eternauta’) y a mitad de camino dijo “no voy más con esto”. Esta vez sí lo logra con la novela de Di Benedetto. ¿Qué tan complejo fue adaptar una novela histórica como esta?

Lucrecia Martel: Una particularidad es que esta novela, si bien transcurre en el pasado, no es una novela histórica. Y eso es muy interesante. Di Benedetto recreó con muchísima libertad ese pasado. Y eso nos impulsó en la película a poner ese mismo deseo de recreación que es vedado en temas históricos y que en Zama está reflejado en un montón de cosas (como el vestuario). Y también tiene un sentido político: ¿por qué motivo habría que reflejar una historia latinoamericana, sobre todo cuando la oficial que manejamos es tan mentirosa? ¿No?

SEMANA: Tampoco es una película histórica…

L.M.: La gran mayoría de películas históricas que se han hecho sobre nuestro pasado son simplemente para suscribir una idea de los héroes, suscribir una idea sobre la Colonia con la que la mayoría está de acuerdo. Zama, en ese sentido, es mucho más una película de ciencia ficción que histórica.

SEMANA: ¿Qué tan lejos están el cine y la literatura, el Zama de la película y el libro?

L.M.: La literatura es en sí misma es un material sonoro que el lector recrea a su estilo y a su manera, un universo que no está tan lejos del cine. Es la misma diferencia que las letras sobre papel. Hay un abismo si uno reflexiona: literatura, letras sobre papel, cine, imagen y sonido. Pero si uno piensa en esa instancia intermedia que es lo que pasa entre la literatura y uno, la distancia no es tan extrema.

SEMANA: ¿Es muy grande la diferencia entre escribir algo propio o adaptarlo?

L.M.: El esfuerzo de adaptarla fue muy parecido al esfuerzo que implica hacer un guion propio, porque uno no hace una película basada en una novela, sino que uno hace una película basada en lo que esa novela le hizo a uno. Y no es lo mismo. Entonces, se parece mucho a trabajar sobre una idea propia.

SEMANA: ¿Y qué le hizo?

L.M.: Primero me produjo una euforia un poco incomprensible, porque yo sentía que había entendido algo –todavía lo siento- pero tiene algo que no sé expresar bien, pero que me produjo mucha felicidad y tranquilidad también. Creo que es algo acerca de la existencia. Y también hay otras cosas que a mí me interesaron mucho: el ritmo que tiene la novela, el sistema de escritura que inventó Di Benedetto y la cuestión argumental: un hombre atrapado en quien él cree que es.

SEMANA: Un tema de identidad…

L.M.: Sí, acá la identidad es más bien un problema, una trampa. La identidad es una idea que uno construye hacia los demás, con la complacencia de la mirada de la gente de afuera. Una identidad que es muy peligrosa.

SEMANA: Y que nada tiene que ver con la identidad cultural…

L.M.: La identidad cultural, sobre todo en nuestros países, es algo que andamos persiguiendo como si fuese un bien indiscutible. A mí no me importa nada, me gusta la heterogeneidad. Y me parece que la palabra identidad siempre hace entrar a la gente en unos conservadurismos: “estas son nuestras tradiciones”, “lo nuestro”, y así entramos en una especie de tobogán de mentiras que nunca llega a buen puerto. Por eso yo quería hacer esta película donde notablemente iba a necesitar de muchas lenguas para transmitir un poco la complejidad de esa frontera, para mostrar un mundo diverso que en América Latina lo tenemos bastante despreciado y que solo por su diversidad es muy atractivo.

SEMANA: La idea de América en ‘Zama‘ es muy particular: ¿Por qué cree que muchos preferirían estar en un lugar distinto del mundo?

 L.M.: Exactamente, ¿por qué? Quizás la naturaleza del colonizado es convencerse de que hay otro lugar más real que el suyo. Todo lo que lo rodea es insignificante, o imitación de otra cosa, lo real está en otra parte. Cuando ese pensamiento y esos sentimientos se instalan en una persona, ha triunfado la colonización. La propia lengua se desprecia, las propias costumbres son deficitarias. Cuando uno mira lo que tiene a la vuelta y nada le gusta, nada valora, ha triunfado la colonización. Entiendo que hablar la lengua del que manda es una manera de sobrevivir, pero qué pena.

 SEMANA: En ‘Zama‘ también explora el tema del aburrimiento. ¿Qué tan difícil es abordarlo desde el cine?

 L.M.: Lo que le sucede a Zama es lo que sucede muchas veces a los funcionarios: no saben para quién trabajan, no relacionan su trabajo con la comunidad que los rodea. En ese sentido, la corrupción es una salida existencial, al menos trabajan para sí mismos. Fíjese que asunto tan delicado. No es el caso de Zama, es demasiado severo para eso. Es un problema muy actual, el trabajo de la administración de la cosa pública ha perdido su conexión con la felicidad pública. La función pública está llena de falsos movimientos, porque hay mucha gente que no tiene ya fe en su gestión. Eso se conecta mucho con su pregunta anterior.

 SEMANA: El honor (“traidor” le dicen constantemente a Zama). ¿Por qué decidió aproximarse al tema?

 L.M.: Me gusta el mal entendido, alguien que resulta traidor para los suyos y para los otros. También una cosa frecuente en la función pública. En Argentina hace tiempo que asistimos al festival de las traiciones. La traición es una condena muy particular cuando se trata de funcionarios corruptos. La traición, lo que tiene de interesante, es que no tiene relación con obrar bien o mal. La traición es un valor mafioso. Simplemente es quebrar la complicidad.

 SEMANA: También está el tema de la burocracia: Zama es como ‘El Coronel no tiene quién le escriba’, de Gabriel García Márquez, esperan que el Estado les notifique algo. Un fenómeno muy latinoamericano. ¿No cree?

 L.M.: Esperar es un fenómeno de nuestra cultura judeocristiana. Pero hay que aclarar qué es la espera, porque una cosa es tener paciencia y otra esperar. La espera venenosa a la que nos referimos en Zama, es la espera que nos hace despreciar cada uno de nuestros días, por algo que no va a venir. El reino de los cielos, el paraíso, la resurrección de los justos, en fin. Cuando uno desprecia el presente, lo que en realidad desprecia es su propio cuerpo, y el de los otros. Para azotar hay que tener esperanzas.

 SEMANA: ¿Por qué le gusta hacer películas con temas desde lo regional, lejos de las grandes ciudades?

 L.M.: Toda la vida cultural, política, latinoamericana está basada en la suposición de que las cosas suceden en las capitales, en los grandes centros urbanos. Una tontería.

 SEMANA: Usted tal vez dijo alguna vez que ‘La mujer sin cabeza’ (que se desarrolla en Salta) es una película que toca el tema de la dictadura. El espectador, seguramente, no lo percibe. ¿Por qué?

 L.M.: Porque no es sobre la dictadura. Es sobre un procedimiento moral necesario para cualquier abuso de poder. Para proteger los privilegios de clase hay que estar dispuesto a todo. Y si todos nos apañamos, no hay delito. No hay desaparecidos si nos damos maña para no saber nada. No hay pobres si la pobreza es estructural. En La mujer sin cabeza hay algo que se desliza por el fondo, y no muy al fondo, y es la diferencia entre la culpa y la responsabilidad. La culpa es un invento de los que ejercen el poder, y esa misma institución nos proveerá del perdón. Deja al ciudadano en una actitud pasiva. La responsabilidad en cambio, nos hace dueños de nuestros actos. Nos impulsa, nos hace libres.

 SEMANA: Hace poco dijo que el cine es “muy de mujeres”. ¿A qué se refería?

 L.M.: Algo que veo todo el tiempo. El cine, sobre todo en países emergentes, por ser optimista, es muy difícil de llevar a cabo. Hay que estar acostumbrados a sobreponerse a los fracasos, a las imposibilidades. Y en eso las mujeres somos expertas.

 SEMANA: ¿Ha entrado en el debate sobre si el cine debe ser reflexión o entretenimiento? ¿El argumento por encima de todo?

 L.M.: Separar las cosas es el triunfo del maligno. Pensar es entretenido. Los sentimientos no están exentos de reflexión. Las sensaciones son modos de pensar. Messi cuando corre está pensando con todo el cuerpo. El argumento es una estrategia, no un mensaje. Es como confundir una casa con un hogar.

 SEMANA: En sus películas trabaja con actores naturales y profesionales…

 L.M.: En realidad busco actores, cuando no los encuentro busco en todos lados. No es una receta: 20 por ciento de actores, 30 por ciento de no actores, 10 por ciento de niños, tres cucharadas de animales. Busco, y buscar es buscar por todos lados.

 SEMANA: ¿Tiene alguna opinión sobre el cine colombiano?

L.M.: No soy una experta en cine colombiano, ni en ningún cine. De lo que se tienen que cuidar, igual que nosotros, es de complacer al más allá con la eterna historia de los narcos, la violencia de las armas, y cosas obvias que terminan no diciendo nada. Nuestros países han sufrido procesos largos de violencia. Desentrañar eso es una tarea delicada, que difícilmente se puede abordar a los tiros. Ustedes lo saben bien.