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GATO POR LIEBRE

Lo que pudo ser el golpe periodístico del siglo, el descubrimiento de los diarios secretos de Hitler, resultó ser el más grande embuchado.

13 de junio de 1983


"Mientras más enemigos, más honor" escribió Peper Koch, uno de los editores en jefe del seminario alemán Stern, en un editorial de dos páginas, ridiculizando a los detractores de la revista que había empezado a publicar lo que se califica como la más grande falsificación del siglo: los diarios secretos de Hitler. Koch, inclusive, afirmó que Hugh Trevor-Roper, el historiador británico que se pronunció inicialmente a favor de la autenticidad de los documentos, se había retractado a causa de sus pasadas conexiones con los servicios de inteligencia de la Gran Bretaña.

Sin embargo, las afirmaciones de Koch no pasaron de ser "pataleos de ahogado". Pocos días más tarde, Koch, junto con otro de los editores en jefe, Felix Schmidt, se vio obligado a renunciar. Tras declaraciones del ministro del Interior, Friedrich Zimmerman, quien aseveró que los resultados de las investigaciones grafológicas y de las pruebas practicadas al papel de los textos por autoridades federales, "demostraron que la letra utilizada en los materiales dados a conocer por la citada revista no provienen del puño de Hitler y que el papel en el cual están hechos los apuntes es de post-guerra", el director del semanario, Henri Nannen, reconoció que había sido engañado. "Debemos avergonzarnos ante nuestros lectores. Aclararemos este asunto y daremos a conocer nuestras fuentes. No podemos proteger a un falsificador" afirmó, en un intento de poner punto final a la polémica que mantuvo en ascuas a la opinión durante cerca de 15 días.

Pero finalizada la controversia sobre la autenticidad de los diarios secretos de Hitler, se daba comienzo a la polémica sobre los peligros de la desinformación y se desataba una crisis sin precedentes en Stern. Publicaciones alemanas lanzaron duras críticas contra la revista, acusando a los editores de negligencia en la investigación previa a la publicación de los documentos y algunos cuestionaron el hecho de que ningún historiador alemán había sido consultado sobre el asunto durante los supuestos tres años de la investigación adelantada por el semanario alemán. Por otra parte, los historiadores de los Archivos Nacionales de Coblenza encontraron un libro que data de 20 años atrás y que podría ser la base de muchas de las anotaciones de los diarios. Así, lo que había podido ser el "golpe periodístico más grande de la historia de Alemania" se convirtió en el "bluff del siglo ".

El revuelo en los círculos periodísticos y académicos se centra ahora en torno a la pregunta sobre quién puede ser el cerebro de esa maquiavélica falsificación que quería hacer aparecer a Hitler como un hombre más humano. El Margenpost de Hamburgo, por ejemplo, denunció la megalomanía de aquellos que decían que la historia de la era nazi tenía que re-escribirse, mientras el diario anti-comunista Die Welt se preguntaba sobre "¿quién podría asumir el enorme costo necesario para falsificar 60 diarios manuscritos?".

En Frankfurt, Robert Kempner, quien fuera fiscal general adjunto del juicio de Nuremberg, pidió que se incautaran los documentos para descubrir quién los falsificó. Paralelamente, mientras unos sugerían la intervención de los servicios de inteligencia soviéticos y la posibilidad de que la falsificación se hubiera llevado a cabo en talleres de Alemania Oriental, en Moscú acusaban de la falsificación a los apologistas nazis. Tirios y troyanos terciaron en un asunto donde, en ambos bandos, se sorprenden de la candidez e ingenuidad con las cuales Stern asumió el riesgo de la publicación de los famosos diarios.

Una venta récord de 400 mil ejemplares extras del Stern es el único saldo "positivo" del bochornoso episodio. Sobre la lona quedan ahora millonarios contratos rotos con publicaciones de Gran Bretaña, Francia e Italia; la renuncia de dos editores en jefe de la revista; una demanda por estafa y abuso de confianza de Stern contra Gerd Heidemann quien apresuradamente fue calificado como "el mastín más tenaz y el reportero más obstinado de toda Alemania Federal" y de quien no se sabe aún si es cómplice o víctima. Pero lo más grave de todo es, tal vez, una omniosa carga de desconfianza que ha caído sobre el periodismo alemán en general. El presidente de los Archivos Nacionales de Coblenza, a donde debían ir los diarios posteriormente a su publicación, parece haber dicho la última palabra: "Este será, en definitiva, un buen ejemplo de la desinformación para una cierta prensa de los años 80". En el aire queda flotando, sin embargo, una pregunta de cajón: "¿Por qué antes de iniciar la publicación de los diarios, Stern no efectuó peritajes sobre escritura, papel, sellos, encuadernación, etiquetas, tinta... más serios, si se invirtieron cerca de 4 millones de dólares en su compra?". Para los círculos periodísticos, el caso de los diarios de Hitler, independientemente o no de su autenticidad, de que sean o no el resultado de un sabotaje político, constituyen una lección sin precedentes para la prensa que "traga entero" .