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HABLA UNA GENERACION

El último libro de Germán Castro Caycedo contiene valiosos testimonios de jóvenes entre 18 y 25 <BR>años.

LUIS FERNANDO AFANADOR
15 de noviembre de 1999

Son una mezcla de violencia y ternura. Les puede gustar una película dura y futurista como
Matrix, y a la vez, pueden apasionarse por otra romántica y dulzona como Notting Hill. Son contradictorios
y heterogéneos. Unos aman el sexo y las drogas, otros, las detestan y aman la virginidad. Son la
generación X.
Les gusta la música trans o tecno, una música hecha en computadora, con sintetizador: ya no más el bajo, ni
la guitarra, ni la batería, sino un solo creador programando en computadora y haciendo la orquestación. El
trans va de la mano del 'disyoqui', quien ahora es el rey de la rumba, el que la lleva: los mantiene arriba, los
mantiene abajo, los pone a gritar, los calma, los sube, los baja. Y hay una relación directa del trans con la
pepa: el éxtasis. Una droga antidepresiva que les dispara la sensibilidad, los desinhibe, y les da resistencia
para una rumba de largo alcance. Un after pari empieza a la una (el gran logro de la ley zanahoria) y puede
terminar a las ocho o a las nueve de la mañana, o seguir uno o dos días más. Hay marihuana y alcohol, y
popers, un líquido que venden en las tiendas de bromas: excita el cerebro y después deprime. "¿Irnos a
acostar? Olvídese", dicen. "Buenas noches mis extasiados", dice el "disyoqui".
Pero hay jóvenes pobres. También hay rap. "Un ritmo con sabor a lo bien, ¿sí o no?". Una música sin mucha
elaboración, explícita, simple, que expresa directamente la vida y la rebeldía de la gente que vive en las
barriadas de cualquier capital del mundo. Su escenario es la calle: "Con el gotero, un aguacero improviso a
usted y al ñero. Soy el más fiero o me muero; por eso le rimo al güero". Una música 'reáspera'.
Muy vestidos a lo tecno, con gafas, ropas plateadas, deportivas, tenis, es factible verlos bailar
'chucu-chucu'. Nada que hacer, son colombianos y se les despierta la cursilería de la sangre latina. Hay
un lugar donde en un piso se oye música trans, en otro música tropical, en otro ponen disco con salsa y
todos subiendo y bajando, subiendo y bajando a bailar los cuatro ritmos. Yo si no, dice Paola, yo me quedo
siempre con el trans que es lo internacional.
A María Luisa no le gusta el trans. Va a las discotecas, baila trans un rato, pero no se lo aguanta porque lo
que le gusta es conversar, o bailar disco o acid yas. Le gusta la música étnica, la música clásica. Como a
toda su generación no le dice nada la música colombiana ni la andina. Prefiere los sitios 'güei' porque ponen
muy buena música y tienen un alto sentido de la estética. Los 'güei' le parecen una maravilla y muchos de
ellos son sus amigos. No discriminar, ser respetuosa, ser moderna, eso quiere ser ella: "Para el que no es
moderno el mundo guei es una mamera".
Se reúnen en grupo, apagan la luz, encienden las velas, ponen música, y se meten en mundos prodigiosos
donde ellos son los protagonistas: los conocidos juegos de rol. Se trata de historias épicas, de monstruos
y universos subterráneos donde hay dilemas, dificultades, situaciones problemáticas que hacen que los
personajes desarrollen su imaginación para superarlos, pero al final logran triunfar y se sienten bien
consigo mismos. Para algunos, un juego satánico. Para Germán, lo satánico lo pone cada cual en lo que hace:
alguien puede jugar fútbol y volverlo satánico. Los noticieros de televisión son satánicos: "Si yo no hubiera sido
un jugador de rol y un amo que describe cómo se muere una persona, anoche el noticiero me hubiera
machacado".
Han descubierto en Internet una posibilidad de explorar y escoger lo que quieran. Explorar, escoger: esa
parece ser su consigna ante el sexo, ante la vida, ante todo. Parecen despistados en un mundo convulso
pero a veces son capaces, como Natalia, de entender mejor que nadie la sociedad en que viven: "Que si yo
me tropiezo con el otro y el otro se cae, tengo que darle la mano para que se levante: sentido común... En
Colombia pensar en los demás es una cosa sofisticadísima".
Germán Castro Caycedo, cuidadosa y pacientemente, los ha escuchado, les ha devuelto su verdadera voz
inaudible entre tantos prejuicios y falsos diagnósticos. Este libro puede ser el comienzo de un diálogo con
ellos, para que no se conviertan en otra generación perdida.


Novedades
Jose Donoso Historia personal del 'boom' Alfaguara, 1999 208 páginas $ 32.000
Lo que significó el boom latinoamericano, contado por uno de sus protagonistas, José Donoso. Un libro
legendario que estaba en mora de volverse a editar.
Antes del boom no se hablaba de una literatura latinoamericana. Había una literatura chilena, colombiana o
argentina, cada cual muy tranquila en su nicho parroquial. La herencia de los abuelos, Gallegos, Rivera,
Güiraldes, los novelistas de la tierra, si bien nos habían dado los primeros espejos para mirar nuestra
realidad, éstos aún eran demasiado planos, insuficientes. Porque la realidad latinoamericana no era una sola
historia: la de la lucha contra una naturaleza telúrica y una sociedad injusta, para instaurar la civilización
europea. Eramos algo mucho más complejo. Muchas historias, diversas culturas, varios caminos. Y sobre
todo, distintas maneras de vivir el tiempo y la muerte: Pedro Páramo y Los pasos perdidos. El sincretismo, el
mestizaje, el mito. Hacía falta el conocimiento de la novela moderna, de su visión múltiple del tiempo, para
hacer la lectura completa de nuestras sociedades. Algo que empezaron los precursores _Borges,
Asturias, Carpentier_ y que llevaron a feliz término los escritores del boom con sus enriquecedoras
lecturas de Faulkner, Henry James y Virginia Woolf.


Rogelio Echavarría
El transeúnte 1948-1998 Norma, 1999 110 páginas $ 13.800
Según Rogelio Echavarría esta es la versión definitiva del El trnseúnte, un libro que reúne su obra poética
hasta 1998.
En El transeúnte (primera edición, 1964), aparece quizá por primera vez en la poesía colombiana, la ciudad
moderna hablada con un lenguaje de ciudad: el de la soledad y la agonía de seres anónimos y sombríos:
"Todas las calles que conozco son un largo monólogo mío, llenas de gentes como árboles batidos por
oscura batahola... pero sé que todos luchan solos por lo que buscan todos juntos. Son un largo gemido
todas las calles que conozco". Muchos años después, esa voz coloquial, lúcida, urbana, todavía nos
acompaña.