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LA ESTETICA DE LA VIOLENCIA

Difíciles interrogantes en la exposición de Juan Manuel Echavarría.

8 de noviembre de 1999

Hace más o menos un lustro Juan Manuel Echavarría comenzó a hacer fotografías que pueden
calificarse como conceptuales puesto que no documentan la realidad sino que expresan ideas visualmente.
Son trabajos que hacen gala de un terminado escrupuloso y de formas bien compuestas que les confieren
una calidad delicada y atractiva. Pero son trabajos cuyo fuerte contenido sólo se hace evidente al
apreciarlos de cerca y comprobar su origen, sus componentes, en unas ocasiones relacionados con la
justicia, en otras con la iracundia, unas veces inquietantes y otras veces macabros. Su exposición en la
galería Valenzuela y Klenner hace claro que a Echavarría lo obsesiona la violencia, aunque no le interesa
el socorrido recurso de representarla a través de sangre, armas, mutilaciones o cadáveres. Todo lo
contrario, sus imágenes representan flores de variada forma y consistencia, siguiendo un poco los
lineamientos de la Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada. Pero se trata de flores construidas con
huesos humanos y, por ende, con vestigios de muerte, con símbolos de terror que lejos de deleitar causan
zozobra. La coincidencia cronológica entre la Expedición Botánica y las luchas de la Independencia permiten
pensar que este trabajo se halla referido a la gesta libertadora y, por lo tanto, a la violencia como un medio, no
como un fin, como un recurso para alcanzar importantes objetivos y no simplemente por 'el placer del poder'.
Otras obras, por el contrario, parecen referirse más bien a la violencia como un fin en sí misma, como un acto
gratuito que lo máximo que puede producir es más violencia. Tal es el caso de la Bandeja de Bolívar, serie
de fotografías en la cual la copia de un recipiente de porcelana que perteneció al Libertador es
destrozada con virulencia y convertida en un elocuente polvo blanco. Si se tiene en cuenta que en el fondo
de la bandeja aparece la inscripción "República de Colombia para siempre" es fácil comprender que
Echavarría se está refiriendo en esta oportunidad a una violencia sin ideales, sin argumentación posible,
gratuita y opuesta al bien de la mayoría. ¿Implica lo anterior que para Echavarría existe una violencia
justificable y otra injustificable? ¿Es inevitable el empleo irracional de la fuerza? ¿Es ético embellecer lo
repugnante? ¿No es un desatino buscarle aspectos positivos al horror? Estos son algunos de los interrogantes
que rondan al visitante de esta exposición, puesto que así como ha habido quienes encuentran aceptable
la violencia cuando agiliza los cambios en busca de resultados positivos y altruistas, ha habido también
personas como Gandhi, que se han opuesto a la violencia en todas sus formas, alcanzando sus propósitos
por vías totalmente pacíficas. La exposición de Juan Manuel Echavarría, en conclusión, parte de
acontecimientos y circunstancias de la vida nacional, pero lleva a reflexionar acerca de la naturaleza, el
génesis y los alcances de la violencia en general, y por esta razón conduce también a conclusiones menos
apocalípticas que las que sugieren las imágenes que la conforman. No hay que olvidar que para Aristóteles
todo movimiento violento se halla fuera de su curso natural y está destinado a terminar, a tener un final y a
regresar a dicho curso ineluctablemente . n ¿Tiempo de ovaciones? osE Horacio Martínez es un artista
caleño que desde hace ya varios años tomó la decisión de permanecer dentro de los parámetros de la pintura,
a pesar de que su obra no repara en ortodoxias y hace gala de una libertad que bien podría traducirse en
experimentos con materiales de menos tradición. Para el artista, sin embargo, la pintura basta y sobra como
medio para expresar cualquier idea, sentimiento o emoción, y así salta a la vista en la exposición de sus
últimos trabajos, la cual tiene lugar en la galería El Museo. La muestra consiste en un retrato extraído de un
periódico de los años 50, en el que aparece un señor aplaudiendo, cuya imagen se ha plasmado con
técnicas mixtas sobre numerosos lienzos de formato pequeño y de intenciones diversas. En algunas
obras la persona aparece en tonalidades melancólicas y en otras en colores divertidos, en algunos casos el
rostro se ve claramente y en otros apenas se adivina, algunas veces la textura es abultada y otras diluida, y
así sucesivamente hasta cubrir una gran variedad de maneras de representación pictórica. Pero además la
totalidad de la muestra constituye una instalación, un recinto en el que el observador se ve rodeado por
personajes anónimos que aplauden frenéticamente, llevándolo a preguntarse por las razones de tanto
entusiasmo en una época tan deprimente y difícil. La conclusión: aplauden al artista, representan al
público. Pero una vez instaladas en la galería también aplauden al observador, y de ahí su poder de impulsar
al examen de conciencia en una sociedad como la colombiana de hoy, con tan pocas razones para las
aclamaciones y el júbilo