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La hora peruana

Los premios otorgados recientemente a escritores peruanos despiertan el interés por esta literatura e invita a conocer a otros importantes autores.

Luis Fernando Afanador
15 de abril de 2006

Desde el diario La crónica de Lima, Santiago Zavala, Zavalita, mira sin amor la avenida Tacna con sus automóviles, sus edificios desiguales y descoloridos, sus esqueléticos avisos luminosos flotando en la neblina de un mediodía gris y no puede evitar hacerse esta pregunta: ¿en qué momento se jodió el Perú?

Así, con esta frase lapidaria que terminaría por convertirse en un lugar común, empieza Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa, tal vez la mejor novela política de América Latina. A partir de un diálogo entre el periodista Zavalita y Ambrosio -un ex chofer de su padre-, Vargas Llosa reconstruye con una técnica admirable el período de la dictadura del general Odría y muestra cómo la corrupción invade todas las esferas de una sociedad racista, con abismales diferencias y sin salidas a su crisis endémica. Conversación en la catedral es una novela emblemática de la narrativa peruana porque en ella podemos encontrar sus características recurrentes: la crítica social y el realismo. Ya desde La ciudad y los perros y La casa verde, escritas pocos años antes, el propio Vargas Llosa había puesto en evidencia las limitaciones de la novela indigenista y rural: sin una propuesta estética válida la crítica de la sociedad se convierte en panfleto. Y con esas obras había introducido la novela moderna en la literatura peruana y marcado un derrotero que los escritores posteriores podrían afirmar o negar pero no ignorar: eso es lo que se conoce como una tradición.

La cruda realidad peruana sería retomada desde otras ópticas por Julio Ramón Ribeyro y Alfredo Bryce Echenique. El primero, con una prosa escueta y eficaz y más de un centenar de cuentos al estilo clásico de Maupassant, agrupados bajo el título La palabra del mudo, les dio voz a los marginados de Lima, de la pequeña burguesía de provincia e, incluso, a los inmigrantes peruanos en Europa. Y el segundo, con su inolvidable Un mundo para Julius, mostró desde adentro la vida de la clase alta e introdujo en la grave literatura peruana el humor, la ternura y la ironía, algo que parecía prohibido bajo la mirada austera y trágica de sus dos grandes figuras: César Vallejo y José María Arguedas. Aunque, hay que decirlo, el humor de Bryce desemboca en una visión triste, lo que, por supuesto, no resulta ninguna contradicción: el verdadero humor es siempre triste.

En realidad, la literatura peruana ha tenido una fecunda continuidad. Incluyo, desde luego, a sus excelentes poetas. Ignorar este hecho es reconocer que le hemos perdido la pista, igual que nos ha sucedido con el resto de países latinoamericanos, balcanizados después del boom por culpa de las editoriales españolas. Sólo los que venden consiguen traspasar las fronteras de su país. Por eso, Jaime Bayly parecía ser el único escritor peruano después de la santísima trinidad de Vargas Llosa, Ribeyro y Bryce. El polémico Bayly es un narrador desenfadado y franco, hábil con el manejo de la oralidad y con los diálogos pero débil en sus estructuras novelísticas y quizá demasiado frívolo con el tema de la homosexualidad. Su colega y compatriota Ivan Thays dijo lo siguiente sobre él: "El éxito de las novelas de Bayly puede deberse a que es, indudablemente, una persona carismática, inteligente, con un singular sentido del humor y muy hábil para colocarse en la cresta de la ola; las mismas virtudes, por cierto, que explicarían el éxito de sus programas de televisión. Ahora bien, no creo que sea una mezquindad decir que el éxito de sus novelas pasa antes por el terreno comercial que por el literario".

Sin embargo, detrás del fenómeno Bayly existe una cantera de escritores de indudable calidad que merecen conocerse fuera del Perú. Como siempre ocurre en estos casos, fue un premio lo que dio el campanazo de alerta. En 2005 Alonso Cueto ganó el premio Herralde con La hora azul, una novela que nos recuerda que en las guerras siempre pierden los civiles y que los vencedores siempre consiguen legitimar sus crímenes. Adrián Ormache, importante abogado limeño de 42 años, casado con una mujer encantadora y padre de dos niñas, descubre un día que su padre, un oficial de la marina, durante la guerra entre Sendero Luminoso y el Ejército peruano, secuestró y violó a Miriam, una indígena que tenía retenida. La búsqueda de esa mujer cambiará radicalmente la vida de Ormache y lo enfrentará con el problema de la culpa, de hondas raíces en una sociedad influida por la religión católica.

Y ahora, en 2006, Santiago Roncagliolo, de apenas 31 años, recibe el Premio Alfaguara por su novela Abril rojo, un thriller político que también tiene como telón de fondo la lucha del gobierno de Fujimori contra Sendero Luminoso en los años 90: la violencia peruana no cesa, se transforma. No obstante, la novela consigue trascender el tema del conflicto interno peruano y convertirlo en un asunto sobre la guerra, la muerte y el lado oscuro del ser humano que lleva a la siguiente discusión: ¿Podemos matar para evitar que otros maten? ¿Podemos cercenar las libertades para proteger las libertades? El horror sólo consigue crear más horror.

Han dicho que a los jóvenes escritores latinoamericanos no les interesa el tema político. Pero, a juzgar por las declaraciones del joven Roncagliolo, eso no es cierto: "Me parece que durante los 90 creímos todos que ya no había que preocuparse de la política porque todos los debates parecían resueltos tras la caída del muro de Berlín. Pero los problemas sociales siguen siendo los mismos, no se resolvieron. Así que es importante volver a pensar en ellos. Creo, sin embargo, que yo he aprendido muchas cosas de la generación de McOndo, a la que admiro. Entre otras, he aprendido que no debemos escribir para sostener ideologías sino para escribir conflictos".

La resonancia de los premios ha puesto de moda a la literatura peruana -de hecho fue invitada de honor a la Feria del libro de Guadalajara y lo será en la próxima Feria de Santiago de Chile- pero esto es apenas la punta del iceberg. Con obras destacadas y un trabajo de varios años, Jorge Eduardo Benavides y Fernando Iwasaki no son menos importantes que los escritores premiados. Desde luego hay otros nombres interesantes como Ivan Thays, Mario Bellatín, Ricardo Sumalavia y Daniel Alarcón, pero no se trata de hacer un directorio.

Jorge Eduardo Benavides es el autor de Los años inútiles, una novela que es un ambicioso retrato del Perú de fines de los 80, es decir, del final del gobierno de Alan García y del ascenso al poder de Alberto Fujimori. Con una compleja estructura narrativa de saltos tempo-espaciales, diálogos "telescópicos" y varios puntos de vista, cuenta el proceso de degradación y corrupción de sus protagonistas en medio de la crisis política y económica, caracterizada por la hiperinflación, los atentados terroristas y las protestas populares. Si bien esta obra tiene una influencia grande de Conversación en la catedral -que Benavides es el primero en reconocer- se trata sin duda de una interesante propuesta literaria. En una novela posterior, El año que rompí contigo, con un planteamiento narrativo menos complejo pero igualmente diestro, volverá a ocuparse de esa época dantesca y de unos personajes que deambulan por Lima y tratan de sobrevivir a su desesperanza: "Lima, Lima, Lima, putísima, horripilante, asquerosa Lima".

Fernando Iwasaki es cuentista, novelista, ensayista y crítico. Y este amplio registro no es gratuito sino que corresponde a una convicción: para él no existen fronteras entre los géneros y su escritura se caracteriza por una mezcla deliberada de categorías y un mestizaje permanente de culturas. El descubrimiento de España, que es un ensayo sobre cómo se ve dicho país desde América Latina, es también una clara autobiografía que contiene experiencias personales y recuerdos de infancia. Libro del mal amor es una novela en la cual el narrador cuentas 10 de sus fracasos amorosos "más espectaculares". En cada capítulo se describe un fracaso y la narración oscila entre Lima y Sevilla, entre su adolescencia y su edad madura: la unidad de la novela no se construye alrededor de la trama sino del tema. Neguijon es una novela histórica atípica en la que la época barroca es contada con una sensibilidad contemporánea; un ejercicio de estilo en el que el autor narra como si fuera contemporáneo de Lope.

El Perú sigue jodido. Por eso, "la dura realidad peruana" sigue siendo un tema que persigue a sus escritores. Y por eso, cada quien responde de una manera personal, con sus propios recursos artísticos. O trata de huir: Benavides intenta un libro de cuentos fantásticos; Iwasaki hace viajes textuales a otros tiempos; Thays prefiere realizar un viaje interior. Ya lo dijo Joyce: la historia es una pesadilla de la cual trato de escapar a través de la literatura. Así son los escritores peruanos: iguales a los escritores de cualquier país en cualquier época. X