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‘Francisco de Paula Santander’ (1825), de Pedro José Figueroa, un ejemplo perfecto del movimiento costumbrista. A la derecha, ‘Por las velas, el pan y el chocolate ’ (1870), de Epifanio Garay. | Foto: cortesía museo nacional

EXPOSICIÓN

La llegada de la academia de arte al Museo Nacional

La exposición ‘Del costumbrismo a la academia’, en el Museo Nacional, muestra cómo el arte colombiano cambió con la creación de la Escuela de Bellas Artes.

6 de diciembre de 2014

En 1886 el presidente de Colombia, Rafael Núñez, fundó la Escuela Nacional de Bellas Artes y cambió el panorama artístico de la nación. De la noche a la mañana los pintores y dibujantes se convirtieron en artistas en vez de artesanos, y aprendieron a pintar con las reglas del clasicismo. Este cambio en la historia del arte nacional —que había tenido lugar en Europa dos siglos antes— es el eje de Del costumbrismo a la academia, que estará del 5 de diciembre al 15 de febrero en el Museo Nacional de Bogotá. “Esta exposición —dice su curador Miguel Huertas— hace hincapié en las diferentes formas de pensar el saber”.

A comienzos del siglo XIX Colombia era un país nuevo, caótico y sin identidad propia. Todo esto puede verse reflejado en el movimiento costumbrista de la época. Los artistas no habían desarrollado su propio estilo sino que se guiaban por los parámetros del arte colonial; la diferencia es que en vez de pintar al rey de España con su corte, hacían retratos de los próceres de la Independencia y pequeñas acuarelas que revelan las costumbres de la época. Para ellos los cuadros eran documentos de la realidad nacional que ayudaban a responder la cuestión que muchos se formulaban: la identidad de los colombianos.

Gregorio Vázquez Ceballos (1638-1711) es uno de los artistas coloniales más destacados y en cuadros como San José y el niño las similitudes con el arte medieval europeo son claras. Más allá de la temática de la obra, el dibujo es oscuro y la profundidad casi inexistente. José y el niño Jesús resaltan en el centro de la imagen y hacen parte de la iconografía de la Iglesia, cuyo papel es exaltar la fe de los creyentes y conquistar a los infieles. Para los costumbristas —a través del mismo estilo— los personajes por enaltecer eran Bolívar y Santander.

Pero con la llegada de la academia este estilo de pintura quedó atrás. Para progresar en el arte había que ceñirse al canon clasicista según el cual la belleza es matemáticamente simétrica y armónica, y una mujer solo es hermosa si tiene un aire a la Venus de Botticelli. El lienzo debía hacer las veces de ventana hacia el mundo por lo que las pinceladas debían ser invisibles y el dominio de la perspectiva necesario. Atrás quedó la costumbre del taller en el que el maestro le enseñaba al aprendiz las manualidades de su oficio. El artista de la academia era ante todo un teórico que conocía de memoria la fórmula de la belleza perfecta.

En Colombia, la tradición del taller comenzó a resquebrajarse a comienzos del siglo XIX cuando José Celestino Mutis se preparaba para emprender su Expedición Botánica. Como requería de artistas con un estilo uniforme, capaces de dibujar a la perfección la flora colombiana, creó la primera escuela de pintura del país. Sus artistas tuvieron un gran impacto en la vida cultural colombiana y apoyaron la creación de una escuela de bellas artes.

Para finales del siglo XIX el enfrentamiento entre liberales y conservadores aumentaba y la violencia de la sociedad no parecía tener solución. “En el momento se creyó que la respuesta podía estar en la academia y especialmente en la enseñanza de las artes”, explica Huertas. En ese entonces se mantenía la teoría platónica que otorga a la belleza un carácter moral y no solo estético. En el XIX se decía que las artes refinan las costumbres y que un hombre que toca el violín es incapaz de matar a otro. Por eso la escuela prometía un arte verdaderamente hermoso y una sociedad civilizada.

La Escuela Nacional de Bellas Artes —creada gracias al escritor y artista Alberto Urdaneta, entonces director del diario Papel Periódico Ilustrado— se fundó siguiendo el modelo de la Academia Francesa, la más destacada de la época. Los profesores eran estrictos y el canon clasicista debía seguirse al pie de la letra. Por eso es muy probable que los maestros colombianos —al igual que los franceses en 1863— hubieran rechazado un cuadro como Desayuno sobre la hierba de Manet por no cumplir las reglas establecidas.

En 1698 Charles Lebrun —fundador de la Academia Francesa— explicó la manera correcta de dibujar las pasiones. Así describe el horror:  “Las cejas se fruncen y se abaten mucho más. La pupila, que se sitúa en la parte baja del ojo, es cubierta a la mitad por el párpado inferior; la boca, entreabierta, pero más apretada en el medio que en los extremos… las mejillas y el rostro empalidecen… los músculos y las venas se marcan.” En La mujer del levita Epifanio Garay siguió estas indicaciones a la perfección.

La rebeldía de los impresionistas también se hizo sentir en Colombia y artistas como Andrés de Santamaría y Francisco Antonio Cano rompieron las reglas y comenzaron a desvanecer las formas, a marcar las pinceladas y a pintar con colores llamativos.

Esta exposición, que por primera vez reúne los cuadros más importantes del siglo XIX colombiano,  sirve para entender de dónde salió el concepto moderno de artista y cómo comenzaron las escuelas de arte que hoy se mantienen.