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LA METAMORFOSIS

DE LA CARICATURA A LA PINTURA, DEL BLANCO Y NEGRO AL COLOR, LA OBRA DE OMAR RAYO HA EVOLUCIONADO A LO LARGO DE 35 AÑOS

29 de noviembre de 1982

En 1947, mientras se hallaba reunida la Novena Conferencia Panamericana, un muchacho volantón de unos 20 años y 1.90 de estatura, se paseaba por los salones de recepción del Hotel Tequendama en Bogotá. Con carboncillos y papeles sujetos a una tablilla se acercaba a los personajes y delegados de la célebre Conferencia y les ofrecía hacer en pocos minutos una caricatura suya. La mayoría de las personas aceptaban complacidas y al final terminaban comprándole el dibujo por unos centavos. Al año siguiente, el caricaturista logró que Laureano Gómez le prestara las paredes del periódico "El Siglo", y allí hizo su primera y única exposición de caricaturas; ocho días más tarde sus caricaturas serían devoradas por el fuego que consumió el edificio del diario conservador el 9 de abril de 1948.
De alguna manera ese fue el comienzo de la carrera de uno de los creadores más sobresalientes en la historia de las artes plásticas del país: Omar Rayo.
Frustrado por la destrucción de toda su colección de caricaturas, Rayo volvió a su pueblo, Roldanillo, al norte del Valle, de donde se había escapado el año anterior para ir a Bogotá y empezó a pintar con acuarelas, raíces y troncos de árboles dotados de una fuerte y convulsionada sensualidad. El periodista Gonzalo González, Gog, quien por esa fecha era director del "Magazín Dominical", de "El Espectador", denominó esos primeros ensayos pictóricos de Rayo como "bejuquismo" y así se llamó en adelante a ese estilo, imitado después por muchos jóvenes principiantes.
La promoción que recibió la prensa devolvió a Rayo a la capital; al poco tiempo era uno de los clientes más habituales del Automático, cuando ese café era el más importante tertuliano literario y artístico del país. A diferencia de muchos otros jóvenes de su edad que buscaron a Europa y Estados Unidos como sitios ideales de información y formación artística, Rayo, con un viejo Ford, comprado a un diplomático se largó a recorrer toda Suramérica. "Me interesaba conocer la planta de mi pie, mis verdaderas raíces", dice Rayo.
Pero el viaje fue menos romántico de lo que pensaba, y tal vez por eso resultó en realidad romántico. En Lima le tocó vender el carro y se quedó siete años haciendo minireportajes ilustrados sobre personajes de actualidad para el diario "El Mercurio" de Lima. Después de todos esos años pudo seguir la excursión por Quito, Guayaquil, Arequipa, Cuzco y por último a La Paz, donde la suerte se hizo más favorable. El embajador de Brasil en Bolivia le consiguió una invitación para recorrer todo el Brasil en aviones de las Fuerzas Militares. Para esa fecha, la pintura de Omar Rayo se acercaba al tratamiento de la figura humana a través de formas que surgían de los temas vegetales; por eso él mismo, con un toque de humor, denomina esa etapa suya como "ultra bejuquismo".
En Brasil tuvo una exótica experiencia con los indígenas de la tribu bananao, con quienes vivió 8 días comunicándose a través de las caricaturas que Rayo hacía de los indígenas.
A su turno, los nativos le enseñaron el uso de resinas vegetales que el pintor utilizaría más tarde para una buena parte de los trabajos que hizo en el resto de su viaje por Suramérica. Ya desde esos años se hizo característico que los óleos, acrílicos y acuarelas de Rayo eran efectuados sobre superficies de papel, cuyo uso nunca ha abandonado.
La situación en Buenos Aires donde vivió dos años se hizo bastante crítica y tuvo que regresar a Colombia en el barco de carga "Marco Polo" en !958.
A partir de ese año la vida de Rayo que ya tenía 30 años, sufrió un vuelco total. Con una beca que obtuvo del Gobierno viajó a México para estudiar pintura y estuvo en ese país hasta 1960 cuando decidió trasladarse a Nueva York. En esa ciudad, "la única donde puedo pintar", según se le escucha decir con frecuencia, se radicó hasta hoy, 22 años despúés, y desde allí ha hecho una de las carreras de más éxito conocidas por un pintor colombiano.
Estando en Nueva York, la pintura de Rayo sufre una profunda transformación. Sin duda influenciado por los movimientos constructivistas y geometristas que tuvieron su apogeo en Norteamérica en los años 50 y 60, Rayo hizo su primera exposición de acrílicos sobre papel en Filadelfia en 1965, con claras referencias geométristas. Sin embargo, desde un comienzo, Rayo se propuso demostrar que su trabajo, si no contenía el elemento de la originalidad, era básicamente auténtico y no una copia fácil de las modas pictóricas norteamericanas. Esa primera exposicion y todas las 180 individuales y las centenares de colectivas en que ha tomado parte, mostraron a Omar Rayo, el pintor de Roldanillo, como un artista que aprendió la lección de su duro trasiego por los pueblos de América del Sur: cuando se contemplan sus diseños geométricos se tiene la impresión de estar frente a la pintura de una cultura indigenista que hubiera alcanzado su máximo desarrollo. Contrariamente a los comentarios de cierta crítica que en algún momento habló de la pintura de Rayo como "fría y sin espíritu", el público de todos los paises del mundo que lo ha acogido con entusiasmo, observa y siente la carga de tensión y poesía que contiene cada una de sus obras.
El blanco y el negro como colores y tonos exclusivos, y el uso persistente y fiel del papel, del que Rayo es un verdadero enamorado. Con esos tres elementos hizo hasta hace poco toda su producción de intaglios y grabados.
En 1972 accedió al uso de otros colores y la temática fue forzada a expanderse y a tomar nuevos significados. La época de los "Nudos", del "Bestiario de Sarita" (la única hija de su matrimonio con la poeta rumanoespañolanorteamericana Agueda Pizarro), de su "Erótica para ejecutivos" y una de las más recientes, " Papel herido ", presentan a un artista sorprendido y agredido por el color, aunque todavía éste aparece muy timidamente. Es este año, en la exposición que presenta hasta fines de noviembre en la galería Meindl, donde el color termina dominando casi por completo los espacios geométricos que antes eran tocados sólo por el blanco y el negro.
Desde luego el mismo Rayo es el primero en reconocer el riesgo que implica la introducción del color en sus estructuras geométricas. Mientras más accede al uso del color se siente más la pérdida de la autonomía del autor frente a su obra. En sus trabajos previos se percibe más el dominio del artista frente a la tentación del cromatismo. En estos ya se implica una actitud de abandono, influenciado, como él lo reconoce, por su continua permanencia entre los colores del trópico. Rayo colorista. Esa podría ser de pronto la nueva categoría de una producción mucho más rebelde en sus procesos anteriores.
A pesar de no ser ésta la mejor muestra del artista, el espíritu y el dominio de su arte, presentan a Omar Rayo como uno de los pintores más dotados y serios de Colombia. Y es, sin duda, el pintor que le ha hecho el más hermoso regalo al país: el Museo Rayo su Dibujo y Grabado Latinoamericano, construido por el artista en Roldanillo, el pueblito vallecaucano de donde se fugó a los 19 años cuando la vida lo llamó a un compromiso con el arte.
Valentín González B