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LA SOLEDAD DEL SEXO

Con Betty Blue, nominada para el Oscar, se vuelve a confirmar el gusto del espectador por el cine francés

30 de marzo de 1987

Los primeros planos de la película francesa Betty Blue, preparan al espectador para lo que viene. Una pareja hace el amor ansiosa, nerviosa y agónicamente, en medio de jadeos y ruidos que tamizan el acercamiento tímido de la cámara que, como un testigo discreto los ronda, los enfoca y los acompaña hasta cuando la satisfacción se asoma. El director Jean-Jacques Beineix quiere que el espectador se haga a la idea y la costumbre de una historia de amor, es más, ante una historia en la cual los cuerpos sudorosos, el sexo a toda hora, las caricias, la búsqueda afanosa del otro son los elementos principales de esta crónica: carga de erotismo y también soledad y esquizofrenia que ronda a los protagonistas de una película extraña que se encuentra nominada al Oscar de la Academia, como una de las cinco mejores extranjeras del año.

"Diva", una pequeña obra maestra de humor sobre un muchacho obsesionado con una cantante negra y "La luna en el arroyuelo", crónica policiaca, son los dos antecedentes de un director que fastidia a los críticos porque apela a un formalismo exquisito para narrar situaciones cotidianas, en este caso, las relaciones de ese hombre que vivia solo en la playa cuidando las cabañas de los turistas, con su vehículo descapotado y su olla con carne y chili y sus escasas pertenencias, y esa muchacha quien aparece un día, sobreviviente a numerosas batallas en camas y buhardillas hasta donde llegaba más por curiosidad que por simple maldad. El se llama Zorg, como si fuera de otro planeta, y ella Betty, y cuando se descubren mutuamente saben que ya no podrán separarse, saben que de ahí en adelante el sexo será una de las formas tangibles de demostrarse la ternura y la pasión y la solidaridad que sienten. Hasta cuando una mañana ella descubre los manuscritos que él guarda vergonzosamente (no cree en él mismo como escritor serio), y los lee sin parar ni dormir y queda estupefacta ante ese hombre ya envejecido que es capaz de narrar una historia como esa (el espectador nunca sabrá de qué trata la novela, pero seguramente, cuenta la crónica de un hombre que vive solo en la playa hasta cuando llega una chica alocada), y cuando el dueño de las cabañas lo humilla delante de ella, se rebela y sabe que tiene que defenderlo y quema la casa y se marchan a Paris, y ahí comienza la otra zona de la película, más peligrosa, más tensa, más violenta también.

Esta angustiosa y patética historia se exhibe ahora, precedida por un grupo de siete películas francesas que han servido para demostrar dos cosas: que el cine de ese país se vuelve cada vez más intimista, menos espectacular y que el espectador colombiano, ese que compra papitas y gaseosas y sufre la patanería de estudiantes bilingues, es capaz de repletar una sala para mirar cómo Lelouch cuenta una crónica de desesperanza o cómo el supuesto accidente de un camión, contado por Enrico, trastorna toda una región. --