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Will Smith representa al médico Bennet Omalu, quien intenta investigar la muerte de un célebre jugador de fútbol.

CINE

La verdad oculta

En esta película basada en una historia real, un médico forense se enfrenta a la liga de fútbol americano cuando descubre daños cerebrales en los cadáveres de jugadores retirados. **

Manuel Kalmanovitz G.
5 de marzo de 2016

Título original: Concussion

Director: Peter Landesman

Guion: Peter Landesman, basado en un artículo de Jeanne Marie Laskas

Actores: Will Smith, Alec Baldwin, Albert Brooks

Duración: 123 min

Esta cinta sobre los cerebros dañados y comportamientos erráticos de los exjugadores de fútbol americano es un recorrido, también errático, por la carrera del médico forense que nombró esta condición por primera vez.

Serísima a pesar de lo confusa, La verdad oculta es una película de denuncia, que replica señudamente el esquema tradicional de un David (el médico) enfrentándose a un Goliat (la liga de fútbol americano) tan sobrado que se niega, incluso, a reconocer a su atacante.

El doctor protagonista es Bennet Omalu (Will Smith), un nigeriano con media docena de títulos universitarios que trabaja en la morgue de Pittsburgh, y a quien casualmente le toca la tarea de hacerle la autopsia a un célebre exjugador de fútbol que murió indigente y oyendo voces aterradoras a los 50 años.

Aunque una tomografía no indica nada raro, Omalu insiste en investigar, encargando pruebas adicionales y retando a su supervisor directo que no gusta de él, aparentemente, porque le habla a los cadáveres.

Este es uno de varios villanos menores que no tienen mucho sentido (¿qué importa si le habla a los cadáveres mientras sus autopsias funcionen?) que la película le atraviesa a Omalu en el camino, intentando en vano darle una noción de urgencia a la historia.

También interpuesta en el camino está la relación especial que Omalu dice tener con América, no como este continente donde también hay otros países, sino como idea, como paraíso conceptual que se ha materializado milagrosamente al norte de México. “Para mí era el lugar donde Dios mandaba su gente favorita. Puedes ser quien quieras, hacer lo que quieras. Los americanos eran la manifestación de lo que Dios quería para todos nosotros”.

La contradicción de esa imagen celestial y la realidad de que sus denuncias resultan completamente ignoradas queda más bien en el aire, quizás porque su aprecio a este ideal no le permite dar el paso siguiente y cuestionar los desequilibrios sociales y económicos detrás de un deporte nacional, donde unos tipos grandotes –en su mayoría criados en barrios pobres– aceptan vivir dándose golpes en la cabeza durante años para lucrar fabulosamente a una veintena de millonarios.

Sin este componente, la indignación de Omalu es más profesional que humanista. Su molestia se limita a preguntarse cómo pueden dudar de él, de sus credenciales y de la ciencia que hay atrás de la denuncia, pero no se extiende a cómo es posible que semejante cosa pase en el país creado por Dios para recibir a las almas con suerte.

En su interpretación, Smith lleva un acento africano impecable y logra transmitir una mezcla compleja de calidez, terquedad y vulnerabilidad, que el guion no aprovecha del todo. El hecho de que el villano sea una corporación poderosa pero sin rostro y que nunca se exploren las dinámicas sociales detrás del deporte reducen el conflicto a un agravio personal, quitándole sus posibles resonancias y volviéndolo todo un choque entre un profesional insultado y la corporación que, arrogantemente, se rehusó a escucharlo. 

CARTELERA

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