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Jakob Wassermann, escritor alemán reducido al ostracismo por los nazis. | Foto: A.P.

LIBROS

En tiempos de revolución

La extraordinaria historia de una aristócrata que huye tras el derrumbe del zarismo en Rusia.

Luis Fernando Afanador
23 de octubre de 2015

Jakob Wassermann
Golowin
Navona, 2015
119 páginas


La colección Los ineludibles, de la editorial española Navona, de la cual habíamos reseñado en esta sección El nadador en el mar secreto, de William Kotzwinkle, vuelve a sorprendernos con otra joya literaria: Golowin, de Jakob Wassermann, un escritor alemán muy leído en los años veinte, que para Thomas Mann era “la estrella mundial de la novela”. Eso no fue impedimento para que los nazis lo borraran del panorama cultural dada su condición de judío. Por cierto, otro de sus grandes libros es una autobiografía que se titula Mi camino como alemán y judío.

Golowin ocurre durante la caída del zarismo, en plena revolución bolchevique. Un mundo de fasto y de privilegios, en un país mayoritariamente campesino y pobre que se desmorona a pasos agigantados. Todo es caos y anarquía. La aristocracia huye despavorida, aunque en su presurosa huida tiene tiempo para continuar el jolgorio: “Todos habían logrado escapar del infierno, pero sabían que tan solo se les había concedido un breve respiro. Se estremecían ante el futuro, pero vivían a lo loco y celebraban fiestas. Oían las indicaciones de sus padres, hermanos y amigos, pero se anestesiaban en el casino y bailaban el tango y el ‘one step’”. Es inevitable pensar en los pasajeros del Titanic.

De esa aristocracia en fuga hace parte María von Krüdener, alemana, quien viaja con sus cuatro hijos pequeños y varios sirvientes. Es la esposa de un alto oficial del zar y terrateniente de Tula quien ha escapado antes hacia el Cáucaso. Ellos van en su busca. Un viaje incierto y lleno de peligros. Ya no valen los abolengos ni el dinero. Aunque a veces a la señora Krüdener logra derribar obstáculos con su carisma y su elegancia: el viejo orden jerárquico no ha muerto del todo. La primera estación es el Hotel Palast, de Kislawodks, que ha vivido mejores épocas. Ahora les toca compartir el alojamiento con gentes de otra clase: pequeños burgueses, especuladores, cortesanas y periodistas: “La casa, toda la ciudad, en otro tiempo un punto de encuentro de la aristocracia y escenario del lujo más exquisito, parecía ahora una isla de náufragos albergando a numerosos fugitivos con sus últimas posesiones y sus últimas esperanzas”.

María von Krüdener, quien no es menos que una heroína de Tolstói, atrae las miradas e incita a las confesiones -de las princesas, de las jóvenes desesperadas- y a las lealtades: de sus servidores, de los revolucionarios. En esta narración breve y maestra no hay cabos sueltos. Ninguna información es gratuita. Como decía Chéjov, si en un relato aparece un revólver, tarde o temprano tiene que dispararse. María, la gran dama, dueña de sí misma y de las situaciones, tuvo un pasado turbulento y rebelde hasta que conoció a su esposo: “Es cierto como lo es una silueta en la pared. Es cierto, pero no significa nada. Inflexible, insobornable; en eso sí hay algo de él. Él me enderezó; no me doblegó, me enderezó”.

En su incierta peripecia, los viajeros tendrán un descenso a los infiernos, hacinados en un vagón de ganado, prefigurando lo que ocurrirá en los vagones de Europa unos cuantos años más tarde. Finalmente, llegan a un puerto en el mar Negro que ha sido tomado por Golowin, un marino insurrecto y un personaje tan carismático y fascinante como María, que de inmediato les hace sentir su poder recién adquirido: “Sería de muy mal gusto que yo quisiera imitar a Atila ante usted, pero qué se le va a hacer si ahora soy el dictador de la ciudad y todas las almas dependen de mí como los peces en una pecera”. Deberán soportar un consejo de guerra al día siguiente. Pero esa noche, María y Golowin, en medio de una situación ambigua, tendrán un encuentro y un diálogo de alto voltaje: “El matrimonio ha metido en una cápsula a presión toda la nobleza y libertad que había en usted, y ahora no se atreve a moverse por miedo a que la carga explote”. Un diálogo profundo y dialéctico, de dimensiones dostoievskianas, que merece figurar entre las grandes páginas de la literatura. María von Krüdener no volverá a ser la misma mujer después de su encuentro con Golowin. Y nosotros tampoco.