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Orquesta nueva, ¿a qué precio?

Con el cierre de la Banda Nacional y de la antigua Orquesta Sinfónica el país sabe lo que perdió, pero aún es incierto si hubo alguna ganancia.

Ellie Anne
21 de diciembre de 2003

El cierre de la Orquesta Sinfonica de Colombia y de la Banda Sinfónica, por parte del Ministerio de Cultura fue una de las noticias que generó mayor controversia en el campo de la música en 2003. Fue una decisión tomada de manera, aparentemente, intempestiva y nunca claramente justificada, de allí el desgaste tan grande de la institución y de sus representantes ante la opinión pública. A medida que ésta reaccionaba (se reunieron firmas para el Congreso, se protestó con cartas, programas de opinión, artículos en prensa y revistas, etc.) se iba perfilando la decisión de conformar una nueva orquesta. Fue tan improvisada la medida que en un inicio se hablaba de fundir la Orquesta con la Banda, una propuesta ignorante de las funciones de cada uno de los entes y un sin sentido que prontamente tuvo que ser abandonado. La Orquesta Sinfónica y la Banda Sinfónica eran patrimonio audible, aunque catalogado como intangible y terminarlo era un duro golpe a la cultura colombiana. Cuando por una parte el Ministerio gestionó, logró y celebró la declaración del Carnaval de Barranquilla (monumento intangible) como patrimonio de la humanidad, no se entendió que resolviera finiquitar estos otros dos monumentos -Sinfónica y Banda- que habían sido puestos a su cuidado.

El entierro pobre de las dos instituciones se tomó sin considerar su historia y su papel emblemático en la participación del país en el concierto de naciones. La desaparición de la Banda ha sido particularmente triste ya que no se la reemplazó con otro ente ni se propuso cambiarle su rumbo para revivir una de las actividades más queridas por las ciudades colombianas, la retreta. La Banda Nacional era el paradigma de las bandas de los pueblos del país. Había nacido de la fusión de bandas militares y en su larga trayectoria desempeñó un importante papel en el surgimiento de un repertorio nacional idiomático. Hoy en día los arreglos y las composiciones yacen sin sonar en un archivo muerto e inconsultable.

Al final del año el Ministerio lanzó su nueva orquesta. Una agrupación que surge por el precio de tres: la antigua orquesta sinfónica, la banda y parte de la Orquesta Filarmónica de Bogotá. En un año en el que se discutió la congelación de los sueldos de los empleados oficiales en un referendo, el Ministerio de Cultura redefinió los sueldos de los músicos de la nueva orquesta y los situó por encima de los de la Filarmónica Distrital. Por lo menos nueve de los integrantes de la nueva orquesta eran parte de la Filarmónica, entidad que ve diezmado su sonido por una competencia desleal por parte de quien debe dar los derroteros de una política cultural.

No es un buen momento para ensayar una nueva orquesta de dineros mixtos (oficiales y privados), cuando hay que luchar contra una cultura light que no distingue entre espectáculo, entretenimiento y reflexión, y que es precisamente la favorita de los medios de comunicación. Ni lo es cuando se piensa que cualquier otro tema diferente al del conflicto armado es un sofisma de distracción. Es un momento en el que el Ministerio debería ponerse a la defensa de los bienes culturales.

Los resultados de la nueva orquesta no se conocerán de inmediato. El juicio coyuntural sobre un concierto no es la vara con que se mide su desempeño, pues los logros de este tipo de organizaciones se miden con la tradición que implantan, con el sonido que adquieren y con la vida musical que se teje en torno a ellas. Pasarán por lo menos 10 años para evaluar nueva orquesta sinfónica y sus aportes a la cultura musical colombiana. Falta el informe del Ministerio sobre qué financiación privada se logró para la nueva orquesta. ¿Cayó la tan anunciada lluvia de donaciones? ¿Se quedó solitario el Ministerio con el pago de la nómina y los gastos de la nueva orquesta? En caso de que el Ministerio sea nuevamente el financiador de la orquesta, queda la sensación de haber dado una incierta vuelta de 360 grados.

Es lamentable la desaparición de las antiguas Orquesta Sinfónica de Colombia y de la Banda Nacional. Pero lo hecho, hecho está, y esperamos con verdadero optimismo la perdurabilidad de la nueva orquesta, pues sólo la continuidad del trabajo garantizará su calidad y su sitio en el ámbito cultural de la Nación.