Home

Cultura

Artículo

libros

Pasión por la derrota

Una pequeña joya literaria sobre el tema del juego, el destino y el amor, del escritor vienés Arthur Schnitzler.

Luis Fernando Afanador
3 de noviembre de 2007

Arthur Schnitzler
Apuesta al amanecer
Acantilado, 2007
148 páginas

Alguna vez un jugador de cartas le pidió un consejo a un veterano crupier del casino de Montecarlo con la secreta esperanza de obtener una fórmula para ganar. Su respuesta fue la siguiente: "Si va perdiendo, retírese. Si va ganado, también retírese". Una sabia y profunda verdad que en términos prácticos no sirve para nada. El jugador de esta anécdota siguió jugando (y perdiendo) y nunca se retiró. Los jugadores que a diario van a los casinos del mundo -cada vez más numerosos- en el fondo lo saben, pero eso no impide que sean atraídos al juego como abejas al panal. Porque la pasión por el juego es algo irracional y va más allá de ganar o perder.

Pensaba que con El jugador, de Dostoievski, la literatura ya había dicho todo lo que se tenía que decir sobre el asunto. Craso error. No conocía Apuesta al amanecer, de Arthur Schnitzler, una novela corta, una pequeña joya sobre el juego, el destino y el amor. Mea culpa, nunca había leído a Schnitzler, el escritor vienés perteneciente a esa rica y culta tradición judía centro-europea de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Aunque, desde luego, conocía las insistentes referencias que de su novela La señorita Elsa hace Milan Kundera en sus ensayos. Por cierto, difíciles de olvidar: según Kundera, allí se encuentra la escena más erótica de la literatura. En fin, ya no hay excusas para seguir ignorando a Arthur Schnitzler: la editorial El Acantilado ha publicado ocho títulos suyos -Señorita Elsa, incluida- en impecables y bonitas ediciones.

Como se trata de un buen escritor, desde las primeras páginas estamos instalados en el corazón del relato. El Alférez Wilhelm Kasda recibe la visita de un amigo, un ex teniente separado hace un tiempo del servicio militar por problemas con el juego. Después de su retiro, parece que la vida no ha tratado muy bien al ex teniente: el traje descuidado, problemas familiares y económicos. Esto último es la razón de su visita intempestiva. Ha estado sustrayendo dinero de la empresa en la cual se desempeña como cajero y al día siguiente le van a hacer una inspección de contabilidad. Necesita con urgencia mil florines para cubrir el desfalco. No tiene a quién más acudir; el Alférez Kasda es su única salvación. Pero él no tiene esa suma, su capital a duras pena llega a ciento veinte florines. No hay solución, a menos que… Ante la situación desesperada y luego de repasar todas las opciones a su alcance, al Alférez se le ocurre que si apuesta esa pequeña suma a las cartas y gana, podría ayudarle a su amigo. ¿Qué se pierde? En el café Stad Wien, de Baden, que frecuenta, hay un grupo que se reúne a jugar cartas. Ha jugado tres o cuatro veces, por diversión. "Bueno, ¿sabes una cosa, Otto, hoy arriesgaré cien de esos veinte por ti. Sé que las probabilidades no son abrumadoras, pero recientemente Tugut se sentó con ciento cincuenta y se levantó con tres mil".

Antes de ir al café, visita a la familia Kessner, con la vaga idea de flirtear con la hija, y que tal vez lo inviten a cenar. Preferiría quedarse, aunque al final gana la lealtad con el amigo. Se dirige a la mesa de juego. Con relativa tranquilidad -en realidad no es su problema- pierde, gana, vuelve a perder, gana de nuevo. Cuando tiene mil ciento cincuenta y cinco florines y todavía con un "dominio de sí mismo", se levanta de la mesa. Su amigo se ha salvado y se dirige a la estación para tomar el tren de regreso a Viena que ha partido hace unos cuantos minutos. Pero el azar lo quiere de vuelta en la mesa de juego: "Los jugadores seguían allí, como si desde la marcha de Will no hubiera pasado ni un minuto, sentados de la misma forma que antes". Por respeto al lector, no cuento más. Sólo quiero decir que Alférez Kasda lo espera un vértigo que nunca antes había sentido: la fascinación de ganar o perder la vida en un instante, la deliciosa incertidumbre de saberse juguete de un destino arbitrario. "Retírese siempre". Es fácil decirlo. Es casi imposible cumplirlo.