Arte
‘Postal de Bienal’: balance positivo para la primera Bienal de Arte y Ciudad BOG25, con mejoras posibles en 2027
La primera edición del evento cumplió de sobra agitando las curiosidades de la ciudadanía y dejándole postales imborrables, si bien voces expertas anotan una carencia de cuidado que deberá atenderse en la ya anunciada BOG27.
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Ponerse en los espacios que tocó la edición fundacional de la Bienal de Arte y Ciudad BOG25 fue encontrarse con una cantidad considerable de personas interesadas en estar ahí, ante las muchas propuestas que sus gestores, curadores y artistas presentaron. Fueron personas congregadas desde cientos de miles de intereses distintos. Algunas leían el texto curatorial y se tomaban el tiempo de pensar las obras. Otras planteaban recorridos mucho más ágiles, quedándose solo en aquello que las forzaba a permanecer y atender el llamado (a tono con las frenéticas redes). La mayoría sacaba el teléfono, no todos…
Al Palacio de San Francisco y a los otros 27 espacios que intervino este evento masivo llegó gente experta en arte, que desde su óptica analizó, aplaudió aspectos y criticó otros. Pero, sobre todo, se vio un río de gente curiosa, en grupos, en parejas, en soledad. Para esta masa de mil rostros y múltiples edades no hubo ni buena ni mala manera de asumir esta Bienal. Aun así, primó una: la del respeto por los otros y su experiencia. Y es un orgullo de la ciudad que su gente saque la cara más amable en estos eventos que apelan a la humanidad colectiva.

En días en los que es complejo ignorar dificultades cotidianas (basuras, seguridad, movilidad), la idea de plantear a la gente otro color y otro pensamiento se materializó a gran escala. En el acto de clausura, el alcalde Carlos Fernando Galán aseguró que “más de 3 millones de personas se conectaron de alguna forma con la Bienal, más de 500.000 en sus sedes y más de dos millones y medio que visitaron o recorrieron las obras en el espacio público”. Movilizar así a la ciudadanía en torno a un suceso cultural no es un logro pequeño, y por eso se anunció ya que habrá BOG27.
En esta edición inicial, que terminó, 250 artistas nacionales e internacionales intervinieron la capital con sus obras, performances y experiencias, y pica la curiosidad sobre qué curaduría se propondrá en dos años (con un equipo nuevo) y cómo intervendrá el espacio. En 2025 hubo impactos visuales como un río de flores y una casa en el aire, pero el arte es asombro. Esa puerta se deja abierta.

Hubo, entonces, trabajos individuales por destacar de muchos lugares del mundo y de Colombia, pero vale reconocer que recibieron la atención del gran público gracias a dos decisiones: hacer el evento de entrada libre y hacer del espacio parte de la propuesta. Fue muy acertado entregarle a la gente el Palacio de San Francisco y el Archivo de Bogotá como lugares de encuentro y exploración en torno al arte, y plantearle un recorrido articulado en el Eje Ambiental, con paradas en la plaza del Rosario, donde el monolito Dándoles peso a unos besos, de Iván Argote, pedía ser besado (ese subversivo acto). Esta Bienal dejó la experiencia de la apropiación inesperada, y la gente respondió con su atención o su aprovechamiento, dejando espacio para la experiencia propia, pero sin pisotear la “felicidad” del otro.
Esas decisiones no fueron casuales. Gestores de la Bienal bajo el comando de la Secretaría de Cultura de Santiago Trujillo y su equipo, Diego Garzón y Juan Ricardo Rincón, abonaron terreno por años con su Feria del Millón, que en el pasado realizaron en espacios como el Hospital San Juan de Dios. Dicha feria comercial, que tendrá lugar en el Cefe de Chapinero del 20 al 23 de noviembre, con 120 artistas y creadores emergentes de toda Colombia, también sembró el modelo de alianza público-privada que impulsó esta Bienal, gestada por la Secretaría y apoyada por la banca de pendones rojos. Vale recordar las palabras del famoso crítico de arte peruano-mexicano Juan Acha, que en 1981 escribió: “Una bienal de arte beneficia, en primer lugar y en mayor grado, a la empresa privada que la patrocina. Porque con relativamente poco dinero, esta logra desarrollar una publicidad que prestigia su nombre”. No es sorpresa, se apoya por amor al arte, por amor a Bogotá y por algo de goodwill.

Sobre las obras, anotando la injusticia de no comentarlo todo, María Fernanda Cardoso exhibió en Arañas del paraíso una muestra que dejó perplejos a sus públicos en la Cinemateca. Otros trabajos simbólicos, que entraron en contacto con la gente, expusieron la interacción ruda que implica Bogotá. El Pabellón Las Nieves, de Alejandro Tobón, esa bola de maderas (techos, puertas, rejillas y más) ubicada en la esquina de la Jiménez con carrera Séptima, terminó hablando el idioma de la calle, interviniendo y siendo intervenida. Y obras como Semilla, de Vanessa Sandoval, y Cuna de humedales, de Leonel Vásquez, también sorprendieron e inspiraron a quienes pasearon por el parque de los Novios, donde las pudieron habitar por unos minutos.

Dentro del Palacio (que atrajo unas 4.000 personas diarias por siete semanas), en todo el centro de su patio central, la instalación en video Surrender (Standard Flag), del irlandés John Gerrard, dejó una marca poderosa. Ese cubo enorme, que reflejaba por una cara una bandera de nubes blancas en un fondo azul sin fin (que habíamos visto proyectada en la esfera de Las Vegas, en un concierto de sus compatriotas de U2) y en las otras tres proponía un juego de reflejos, provocó interacciones de todo tipo. Fue, indudablemente, la Kaaba en La Meca de la Bienal, que atrajo a los visitantes para reflejarse.

Así como estas, por semanas tuvieron lugar cientos de miles de interacciones. Los últimos días, familias con niños y ancianas subieron las escaleras, a su ritmo, para recorrer lo que el Palacio de San Francisco tenía para ofrecer y cuestionar. No hubo lugar para el cansancio en este plan marcado por la curiosidad.

Curadurías paradójicas
Mucho ha sucedido entre octubre y noviembre en cuestión de arte y cultura en el país. El Salón Nacional de Artistas desarrolla su edición descentralizada en el Cauca, en Cali sigue volando la Bienal de Danza, y la BOG25 encendió encuentros sociales desde sus Ensayos sobre la felicidad. Pero la actividad artística sigue de largo, con grandes muestras, como las del Premio Luis Caballero y la mencionada Feria del Millón, entre otros eventos.
Al respecto de esta BOG que termina, varios artistas consultados anotaron que hay gran valor en la realización de la Bienal, en el encuentro del arte con la gente, en exaltar el trabajo de Beatriz González, del chileno Alfredo Jaar, del peruano José Carlos Martinat y del argentino Leandro Erlich, entre muchos otros, pero expresaron varios reparos. Para algunas voces, la escala tan grande del evento pasó factura y llevó a improvisar en la disposición de ciertos montajes, y esto merece mucho más cuidado a futuro (y, afortunadamente, habrá futuro).

Otro reparo vino de “la felicidad” como tema central. Para muchos, entendiendo los tiempos presentes, la Bienal ha debido asumirse desde la tristeza que reflejó mucho de su arte. Varias obras van al corazón de ese hecho. Desde lo enorme, como lo de Martinat, diciéndole a la ciudad “NUNCA FUIMOS FELICES” desde la fachada de un edificio; y desde lo íntimo, como los dibujos tipográficos de Kevin Simón Mancera, en los que expresa “Pretendamos que todo está bien”. Se acepta, eso sí, que la tristeza no es tan fácil de vender como la felicidad.
Además, por obvio que resulte, sin luz no hay oscuridad, sin tristeza no hay felicidad. Como mostró Massive Attack en su arrollador paso por la capital, el arte habita la dicotomía, la contradicción, y, quizá, abrazarla a futuro no resulte tan disruptivo.



