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Jhumpa Lahiri, norteamericana de origen bengalí. Obtuvo el Premio Pulitzer por su libro El intérprete del dolor. | Foto: foto: getty images

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‘Donde me encuentro’: el retrato de mujer de Jhumpa Lahiri

Luis Fernando Afanador reseña el libro más reciente de la norteamericana de origen bengalí, una novela que originalmente escribió en italiano y en la que reflexiona sobre la soledad de una mujer madura, el arraigo y la escritura.

Luis Fernando Afanador
23 de noviembre de 2019

Jhumpa Lahiri

Donde me encuentro

Lumen, 2019

134 páginas

En apariencia, este es un relato sobre la soledad de una mujer, cercana a los 50, que observa el mundo que la rodea con cierta distancia. En apariencia: si lo vemos en detalle, es mucho más. Es también una reflexión sobre estar y no estar en los lugares; sobre el oficio de escritor; sobre la necesidad de irse y de encontrarse a sí mismo; sobre la riqueza de lo cotidiano y lo intrascendente.

Ella vive en un barrio que puede ser el barrio de cualquier ciudad. Ella no tiene nombre, la ciudad tampoco. Poco importa, aunque estemos en el siglo de los nacionalismos y las identidades culturales fuertes. Lo que interesa acá es la experiencia humana reducida a su esencia y, por lo tanto, susceptible de ser compartida, algo todavía más extraño en estos tiempos. La universalidad, que llamaban y que sigue siendo todavía (creo) el asunto de la literatura.

Dice la mujer: “Algunas veces, en mi barrio, cuando voy por la calle me encuentro con un hombre con el que podría haber tenido una historia, quizá una vida”. ‘Por la calle’ se titula precisamente la escena, y la novela –o nouvelle– está compuesta de 46 breves escenas que aluden a su entorno cercano y a su cotidianidad: en la acera, en la taberna, en el museo, en la consulta de la psicoanalista, en el balcón, en la piscina, en el salón de belleza, en la librería, en la taquilla, en el supermercado… Y, por qué no, en el tren, en ninguna parte. Por supuesto, no son solo lugares, ella nos habla de la relación con su madre, sus parejas esporádicas, sus amigos y vecinos, su trabajo, sus encuentros casuales con un camarero, sus recuerdos de infancia; 46 escenas que transcurren durante un año, al ritmo de las estaciones: “Todas las huellas amargas de mi vida están relacionadas con la primavera. Todos los golpes duros”.

En esta obra decidió hacer un experimento: escribir en italiano. ¿Por qué? Para encontrar “un nuevo espacio mental, creativo y emocional”. Un idioma nuevo, que no dominaba del todo, la obligaba a ser cauta.

A falta de mejor nombre, la llamaríamos literatura minimalista, en la que es más lo que se sugiere que lo que se dice. Y una narración poética por lo sintética, por lo precisa, por lo íntima. La voz de la mujer nos cautiva.

¿De dónde viene esa austeridad con el lenguaje? Resulta que Jhumpa Lahiri es una escritora norteamericana de origen bengalí, ganadora del Premio Pulitzer, pero en esta obra decidió hacer un experimento: escribir en italiano. ¿Por qué? Para encontrar “un nuevo espacio mental, creativo y emocional”. Un idioma nuevo, que no dominaba del todo, la obligaba a ser cauta y a la vez le servía para tomar distancia y encontrarse a sí misma. “Todo el mundo me pregunta –sonríe– y respondo que muchas veces algunas personas te dicen: ‘Ven, tienes que conocerme, tienes que tener una relación conmigo’, y esa atracción me pasó con el idioma. Era una puerta grande y misteriosa que he abierto y es una gran felicidad y alegría. Es una forma de conocer mi relación con el mundo”. (Jhumpa Lahiri, en entrevista con Carmen Sigüenza, EFE).

Una escritora extraterritorial, la llamaría George Steiner. Como Beckett, como Nabokov, como Coetzee, como Joseph Conrad. Por cierto, Virginia Woolf decía de este último que su inglés parecía usado “con pinzas”. Aunque no podemos apreciar el experimento de Lahiri en toda su dimensión: no la leemos en italiano, sino en una traducción que siendo decorosa nos suelta de vez en cuando el consabido ‘españoletazo’ –“el coñazo de siempre”– que altera un tanto la sobriedad con que veníamos.

Las resonancias de esta nouvelle –por aquello del minimalismo– me han llevado a Carver –¡a Chéjov!–, a toda esa literatura que sigue conversando con nosotros aún después de haber cerrado sus páginas. Lo que ha ocurrido, lo que hemos leído parece tan poca cosa, tan insignificante, tan trivial. Pero va creciendo en el recuerdo y volvemos al libro: “Hablan sin parar una lengua extranjera, no la reconozco. Me parece un presagio, dado que dentro de poco estaré en el extranjero, rodeada de otra lengua desconocida. Mientras hablan escuchan su música –canciones pasionales, desgarradoras– en un móvil. La calidad del sonido es pésima; sin embargo, la música los embarga, cierran los ojos, se emocionan. De vez en cuando cantan como si fuese natural cantar a voz en cuello entre toda esta gente del tren”.