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ENTREVISTA

“El comunismo no ha dejado de ser útil para la derecha”: Ricardo Silva Romero

El escritor y columnista es finalista del premio Biblioteca Narrativa Colombiana de la Universidad Eafit que se entrega la noche de este miércoles en Medellín.

25 de enero de 2017

En Historia oficial del amor, Ricardo Silva Romero cuenta la historia de su familia, de las enfermedades de su madre, de la rutina de su padre, de las aspiraciones políticas de su abuelo, de la entereza de su abuela que sobrevivió al mal de amor. Y también, cómo no, habla de la historia de un país que arrinconó a los liberales, que no les dio oxígeno y que los persiguió —y los persigue—. En su novela, que es finalista del premio Biblioteca Narrativa Colombiana de la Universidad Eafit, cuenta el revés de la historia patria, la historia de los vencidos. Semana.com habló con el escritor sobre esta obra.  

Semana.com.: Cómo construyó la estructura del libro, ¿lo escribió de atrás para adelante o eso vino con la edición? ¿Todo lo que se cuenta es verdad?

Ricardo Silva Romero: Como aparece en el libro, lo escribí, no lo reorganicé, lo fui escribiendo de 2015 hacia 1932. Sí tuve un capítulo anterior, pero me di cuenta de que este inicio era el que mejor servía a la novela. Todo lo que se cuenta es verdad, pero el método es la ficción, porque hay cosas que son imposibles de otra manera, porque no podía saber con exactitud qué sentían mis abuelos o cómo se movieron en determinados momentos. Sin embargo, los hechos son ciertos, y muchos pensamientos o sentimientos algunas veces los pude confirmar. Sí hay algunas emociones que son reales y otras que la ficción completa. Yo diría que es una ficción donde todo lo que se cuenta es verdad.

Semana.com.: ¿Cuánto duró la investigación del libro?

R. S. R.: Creo que debió ser desde finales de 2014 que reuní todos los documentos y las fotos y las entrevistas. Empecé a escribir un mes después y debí haber escrito unos ocho meses. El asunto es que en cada capítulo debía volver a investigar, cada capítulo exigía nuevas llamadas o entrevistas; sí tenía un archivo muy bueno al que podía acudir mientras iba escribiendo, pero al mismo tiempo me hacían falta cosas, entonces por eso la investigación está muy presente porque va sucediendo al tiempo de la escritura. Mientras escribía veía los huecos que podía tener la narración. En algunos momentos quería recrear una discusión en el Congreso, y eso lo tenía en una investigación inicial, que eran los libros de Romero Aguirre. Por ejemplo de eso tenía una versión de Laureano Gómez y la de Romero Aguirre, y eso me permitía muchas visiones del hecho.  

Semana.com Justo esa discusión marca un punto alto en la historia, como un quiebre…

R. S. R.: Es una especie de clímax de la narración porque resuelve mucho lo que se ha venido contando, que es una tensión entre una forma de ver el mundo mucho más liberal y otra muy atada al catolicismo. El liberalismo colombiano y el liberalismo de verdad.

Semana.com.: Hace poco en Babelia se publicó un artículo sobre el agotamiento del Yo literario, ¿cree que es un recurso agotado?

R. S. R.: Creo que nada está agotado, pero creo que uno como lector puede sentir eso si se dedica a leer lo mismo. Esto lo puede escribir gente muy especializada, gente que está a la caza de lo que sale en todas partes, pero un lector común y corriente no está pensando en esos términos, está esperando qué libro viene y lo sorprende, qué lo engancha. Todo funciona de una manera mucho menos académica, la gente está buscando un libro que primero lo entretenga y que le articule cosas, que le ayude con sus ideas, con sus sospechas. Si se está haciendo mucha autoficción, no tengo mucha conciencia de eso porque voy como atrasado con las lecturas, ahora mismo estoy leyendo un libro que se publicó en los años ochentas. Por eso mismo, yo trato de hacer lo que se me ocurre.

Semana.com.: Esta es una novela familiar, ¿qué tan difícil fue construir esos personajes tan cercanos y no dejarlos solo en su estela de bondad?

R. S. R.: Fue muy difícil, pero creo que lo que dije es la verdad. Ese papá que está pintado ahí sí era el mejor y siempre lo fue hasta el último segundo. Pero es mi experiencia con él y está contado desde mis ojos y después desde los ojos de los demás, y ellos lo veían igual. Lo que se fue componiendo alrededor de él era una cosa medio unánime. A mí además me interesan los personajes íntegros y buenos, sobre los cuales hay una opinión muy semejante. Yo escribí una novela que se llama Autogol, que es sobre Andrés Escobar, y la visión que la gente tiene de él es muy parecida, como una gente buena y decente y con humor y con la disciplina de obrar bien. A mí me fascinan los personajes de las series de Netflix y HBO, esos malos absolutos, pero me parece un riesgo interesante escribir sobre personajes que son buenos.

Semana.com.: ¿Cómo concilió la visión familiar de cariño con el del investigador literario?

R. S. R.: Yo hice una investigación entre entrevistas y búsquedas de archivo pero luego sí fui muy libre en lo que quería contar. Escogí unos días que estuvieran contando la misma historia siempre. La gran pregunta que trata de responder el libro es cómo se labra un destino decente en Colombia, de qué hay que haberse librado para tener una vida simple en el mejor de los sentidos, que no le deba nada a nadie.

Semana.com.: Y ahí está Romero Aguirre, que es la antítesis de eso…

R. S. R.: Sí, es de esas personas que tiene que existir para que las otras no repitan los mismos errores en la medida de sacrificarlo todo por algo que probablemente no se logre, como la Presidencia o el poder, o esos sacrificios que se hacen por esas abstracciones que son muy dramáticas y dolorosas. Alguien que tiene ese empuje y ese motor y ese carisma, resulta fascinante. Y sí, es contradictorio y complejo, pero también conmovedor.

Semana.com.: ¿Se planteó la dificultad de ventilar la historia familiar, signada por temas tabú en Colombia hasta el día de hoy como el comunismo y las guerrillas?

R. S. R.: Sí, el proceso de paz es una prueba de que el comunismo no ha dejado de ser útil para la derecha que lo pinta como un monstruo, inútil para la otra gente, pero sigue siendo una amenaza a la que mucha gente le teme. A mí nunca me ha parecido que sean temas que están mal, porque en esos años cincuenta, sesenta y setenta, había gente que realmente creía en eso y se fueron enloqueciendo, yendo al extremo, y no vieron la posibilidad de funcionar dentro de la democracia y la prueba son esos 52 años de historias de las FARC. Pero sí me parecía interesante ver cómo pensaban ellos, porque en pocas palabras, un fanático es una persona empeñada en desconocer el contexto, pero no habíamos dicho en qué pensaba esta gente, y eso quise hacer.