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SEXTO SENTIDO

El drama sicológico de un niño es también una trampa para el espectador.

15 de noviembre de 1999

Hace poco más de 10 años el crítico norteamericano Joseph Sheldon propuso en su libro
Cine y sociedad que, en el cine moderno, los directores y guionistas deberían ejecutar cada vez más una
serie de códigos que inviten al espectador a dejar a un lado su pasividad ante una historia cualquiera para
asumir una posición reflexiva que sea inevitable hasta para el más desprevenido. Sheldon decía: "El efecto de
una película debe ser tal que quien vaya a la sala de cine admita que la película ha jugado con uno". Y es
precisamente esto lo que ocurre con Sexto sentido, la más reciente producción del director norteamericano M.
Night Shyalaman.
El propio Shyalaman se encargó de hacer un guión que recrea dos historias paralelas, una de ellas oculta la
mayor parte de la cinta a pesar de que siempre se está viendo. Todo comienza con el drama sicológico que
sufre Cole Sear (Haley Joel Osment), un niño de 8 años de edad, que ningún experto puede dilucidar
concretamente. El caso queda en manos del sicólogo infantil Malcolm Crowe (Bruce Willis), quien intentará
develar los misteriosos episodios que rodean al menor no sólo porque su trabajo se lo exige sino por el
remordimiento que le produce no haber puesto la atención necesaria a un paciente que no pudo superar sus
conflictos emocionales.
Unas marcas en el cuerpo del niño sugieren muchas dudas al sicólogo. Las sospechas giran en torno a sus
compañeros de colegio y hasta de su propia madre, quien se muestra indignada ante las acusaciones.
Pero la realidad es totalmente diferente y detrás de todo ello se esconde una historia de visiones
sobrenaturales que conduce a una película de suspenso que no da tregua en la búsqueda de lo que
realmente ocurre al niño.
El resultado es tan sorprendente que, de repente, se ofrece otra película que el espectador estaba viendo
desde el principio tal vez sin advertirlo. Por ello, seguramente, muchos optarán por repetir esta cinta para
deleitarse con la trampa que Shyalaman ha puesto y en la que logra su cometido: invitar al espectador a
atar cabos para tratar de comprender cómo la cinta puede llegar a engañar durante dos horas.


Apuesta final
Despues de elogiadas actuaciones en En busca del destino y Salvando al soldado Ryan, Matt Damon
protagoniza esta vez, y no sin menos mérito, a un empedernido jugador de póker en Apuesta final, del
director John Dahl. Damon personifica a Mike McDermont, un joven estudiante de derecho, quien hace lo
posible por tratar de asumir su carrera con la mayor seriedad posible al lado de su novia Jo (Gretchen Mol),
a pesar de que su verdadera obsesión lo acecha permanentemente: el juego de naipes. El encuentro con
su amigo Worm, interpretado por Edward Norton (Historia americana), un tramposo jugador, lo obliga a
debatirse entre un futuro lejos del mundo de las apuestas en donde todo se gana o se pierde en una
noche, o seguir en la universidad buscando un futuro que tal vez no le pertenece. Apuesta final no sólo
recrea los trucos de los obsesivos apostadores en procura de lo que se proponen sino que explora las
cualidades del protagonista frente a una mesa de juego. Como el propio McDermott dice, "la gente piensa
que el juego es cuestión de suerte y no es así". Su intención de dejar las cartas se ve frustrada por una serie
de problemas en los que se ve envuelto por culpa de su amigo. Su convicción de poder derrotar a quien quiera
tampoco lo deja en paz y su mente está en el campeonato mundial de póker.
Apuesta final mantiene la atención de principio a fin y muestra las consecuencias de quienes creen tener todo
bajo control en un medio oscuro como los casinos.