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TEATRO EN TECHNICOLOR

"La balada del café triste" una obra que sacrifica hallazgos expresivos en aras de modernos recursos técnicos

23 de enero de 1984

Como en todo proceso, desde hace algún tiempo existe en el medio teatral colombiano la necesidad de hacer conciencia de la realidad de algunas ideas que por haber sido abrazadas estrechamente en una época (sesentas y setentas) no se sintió que envejecían en los brazos. Particularmente, este año, después de su gira por Europa, el Teatro Libre de Bogotá anunció una reorganización con la cual se concretaban cuatro años de discusiones y labores que le significaron una nueva posición frente al trabajo escénico. Gracias a su último montaje, "La Balada del Café Triste", adaptación de Edward Albee sobre la novela homónima de Carson McCullers, se pueden esbozar algunas características generales que muestran el trabajo de conjunto.
El TLB ha mantenido su empeño de llevar a escena obras del llamado teatro de autor, y más precisamente, de dramaturgos norteamericanos y europeos de fama universal. Este es un aspecto que el grupo debió evaluar seguramente en su gira por Europa y Asia, donde se presentó con obras de autores nacionales, no obstante haber realizado anteriormente largas temporadas en Bogotá con "El Rey Lear" de W. Shakespeare y "Las Brujas de Salem" de Arthur Miller. La "descalificación" de estas obras para su presentación en el extranjero, consecuencia, tal vez, de la necesidad de dar a conocer temáticas y formas representativas del país, dejaba al descubierto el hecho de que en este grupo aún no había madurado la posibilidad de realizar montajes de obras del repertorio mundial que, a pesar de plantear conflictos y situaciones distantes de nosotros en el tiempo y el espacio histórico, lleguen a revelar el andamiaje de nuestra cultura y en el espíritu universal, el colombiano. Después de la gira, la discusión de este tema debía deslindar criterios teatrales entre un grupo como el Libre y las compañías de teatro, tan comunes en países como México y Estados Unidos.
Por el contrario, el montaje de "La Balada del Café Triste", aunque revela de manera evidente que las divisiones de escenografía, vestuario, luminotecnia, etc., creadas recientemente en el grupo con el objeto de modernizar esos recursos teatrales, están cumpliendo su labor -a tal punto que en este montaje la escenografía y el vestuario hablan, por momentos, en un tono más alto que el de los actores-, también pone de manifiesto el riesgo de una dirección esquemática y puerilmente realista que sacrifica, salvo contadas ocasiones, reales hallazgos expresivos, a cambio de los cuales ofrece meticulosos maquillajes e iluminación de technicolor. Naturalmente,,la investigación de aspectos accesorios del buen teatro no admite discusión, pero las modernizaciones son siempre relativas, puesto que satisfacen necesidades demasiado particulares y no implican, en forma mecánica, desarrollo; muchas veces, inclusive, pueden significar la renuncia de la imaginación. En el curso de esta obra, todo el despliegue técnico acaba por satisfacer, más bien, los gustos y exigencias de un público que se deleita con el espejismo de entrar en una sala de teatro en Bogotá y sentirse saliendo de un teatro parisiense o neoyorquino.
Esta bien. Hace ya un tiempo que en Colombia varios grupos, no siempre reconocidos, vienen encarando su trabajo teatral despojados de la urgencia de obras donde un personaje central, un obrero, un estudiante, un campesino, enseñe el socialismo. Pero, por lo menos en el caso del TLB, que ha manifestado abiertamente su deseo de alejarse de aquel tipo de teatro, todavía hacen falta peso y confrontación con el público para lograr dos aspiraciones: sustituir a aquellos personajes, planos y esquemáticos de los panfletos, por otros que nos revelen las formas de] alma y asumir, en definitiva, un teatro cuyas verdades desdeñen la realidad.