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Tonya

Con una buena dosis de humor negro, esta película hace un retrato de la patinadora sobre hielo Tonya Harding, famosa por haber mandado unos matones a romperle la rodilla a una rival en 1994. ???½

Manuel Kalmanovitz G.
17 de febrero de 2018

Título original: I, Tonya

Año: 2017

País: Estados Unidos

Director: Craig Gillespie

Guion: Steven Rogers

Actores: Margot Robbie, Allison Janney y Sebastian Stan

Duración: 120 min

Adiferencia de muchos personajes famosos de cuya existencia uno se ha enterado sin querer, la historia de Tonya Harding (patinadora estrella, villana mediática, romperrodillas de rivales) tiene algo iluminador. Es, después de todo, una historia de pasiones descomunales que no estaría fuera de lugar en una ópera; y que tiene, además, el atractivo caótico y abigarrado de un accidente automovilístico en el que, en medio de los destrozos, se pueden distinguir rastros de éxitos y desgracias, grandes talentos e inmensas estupideces.

También hay otras cosas: ganas de surgir y ser mejor que cualquiera. O sea, una historia de competitividad extrema que deja ver, cómica y dramáticamente, el lado oscuro de esas ansias de superar a sus semejantes.

Esta película parte, según lo indica un letrero al comienzo, de entrevistas “sin ironía, locamente contradictorias y totalmente verdaderas con Tonya Harding y Jeff Gillooly”. Pero el uso de la palabra ironía ahí es totalmente irónica, lo que abre un agujero negro de ironías dentro de ironías en los que lo único cierto es… no sé. De pronto que la maldad a veces es chistosa y que es mejor reír que llorar por ella.

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Maldad hay acá de varias tallas y expresiones. Está la de Harding (Margot Robbie), que es una maldad que la película muestra cercana a lo infantil, inocentona y poco inteligente, como la de una muchacha malcriada y voluntariosa. En cambio, la de su madre, LaVona Golden (interpretada con gusto y convicción por Allison Janney), parece una cuestión más fría, y por eso más aterradora, que explica en parte la monstruosidad de Harding. ¿Cómo no crear (y criar) monstruos si los alimentan con una dieta de distancia, críticas y agresiones físicas y psicológicas?

A pesar del tono cómico, lo que deja ver esta Tonya es algo profundamente dramático: que las relaciones abusivas se replican generación tras generación y, así, el romance entre Harding y su novio, Jeff Gillooly (Sebastian Stan portando un bigote memorablemente setentero), no hace más que volver a la dinámica aprendida en casa.

Ahí, el ingrediente de la competitividad individual, cuyas virtudes repetidamente exaltan el cine y la cultura estadounidense, aparece como algo terrible en potencia, una tendencia que no solo conduce a la excelencia, sino que enmascara y refuerza las tendencias psicópatas –es decir, la profunda carencia de empatía– de quienes la sufren.

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El evento central en la historia de Harding, por si acaso no lo recuerdan, es que fue la responsable de que un matón le pegara un varillazo en la rodilla a su superrival Nancy Kerrigan. Y aunque este hecho es el punto culminante de la película, a esas alturas el entorno de Harding ha sido retratado con tanto cuidado que el acto violento termina cargado con la riqueza de una metáfora.

Aunque el humor negrísimo transmite vívidamente la mezcla de arrogancia y pobreza de una sección de la población estadounidense, a la salida me quedé pensando si el hecho de verlos como caricaturas, subvalorándolos en su violencia e insipidez, no tendrá algo que ver con la elección hace un año de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos. También pensé que es bien cierto que la competitividad crea monstruos.

CARTELERA

Lady Bird ***

Bonito retrato de una muchacha en su último año de secundaria y sus relaciones con su familia y amigos.

La trampa **

Película de acción con más estilo que sustancia, en la que actores famosos interpretan criminales que hablan larga y floridamente.

Río abajo ***Documental sobre la preservación del delfín rosado con momentos explícitos que examina aspectos éticos, sociales y económicos. Del 15 al 18 de febrero.The Square: la farsa del arte ***½ Con un humor negro demoledor, el director sueco Ruben Oslund disecciona la falta de solidaridad en su país.