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UN AIRE SUAVE

Bodegones y retratos expone Valentino Cortázar en la Galería Iriarte de Bogotá.

18 de junio de 1984

La nueva exposición que en la Galería Iriarte realiza Valentino Cortázar es una prueba más de la consolidación de un estilo que el pintor ha cultivado con gran maestría. Los retratos, los bodegones, y los paisajes son transfiguraciones de una realidad inmediata y palpable, pero tienen en su sutileza ingenua y expresiva las categorías que definen su pintura.
Valentino Cortázar no es un pintor temático, la sustancia de la que está hecho su arte es puramente sensible, su cualidad es estética antes que anecdótica o narrativa, y pareciera que como artista percibiese el movimiento del mundo y de los seres como una armónica sinfonía de tonos, ritmos y colores. No hay duda que Cortázar ha logrado simplificar forma y color en un nuevo equilibrio que conviene mucho para su trazo sensible y caprichoso. Los objetos de sus bodegones, por ejemplo, adquieren bajo el contorno de una línea versatil y flexible una forma plástica encantadora, denunciando la tosca rigidez de los objetivos reales que nos rodean. Los perfiles duros, las líneas rígidas estan abolidas en la pintura de Valentino Cortázar y su efecto sobre el espectador es inmediato: una gran placidez se desprende de su contemplación. En los rincones que ha plasmado Valentino Cortázar ha prescindido de la figura humana -más bien reservada para sus retratos- y esto por paradójico que parezca enriquece enormemente la intimidad personal de los cuadros; ahí podemos adivinar, presentir o imaginar a las personas que hace unos pocos momentos estaban allí y que se han alejado unos segundos después... ¿Después de qué? después de cada momento que miramos el cuadro sencillamente. Es como la eternización del efecto de un momento. Muy alejados de la "naturaleza muerta" estos cuadros son pura naturaleza, brillantemente viva y como esa ausencia de las personas no hace otra cosa que evocar su presencia, el cuadro resulta mucho más inquietante: casi que podemos oír sus murmullos, oír la risa encantadora de la mujer que -sin duda- aparece en uno de los retratos, o sentir el aire sutil del vuelo de una falda.
Este mundo de delicadeza reconocido en la riqueza de los detalles y en la evocación de la belleza que el paisaje ofrece acerca y multiplica su gozo.
Frente a la tristeza, a la hostilidad, al formalismo y al dramatismo que han creado las coordenadas de la pintura actual, el arte de Valentino Cortázar llega como un aire fresco y renovador. Es un arte seguro de sí mismo y sin objeciones al mundo. Pero no porque prescinda de él, sino que más bien obligándolo a ser él mismo, es descubierto de otra manera, es decir bajo la forma secreta y eterna de la armonía de la naturaleza.