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Nicolás Montero y Coraima Torres son Beatriz y Alejandro en la obra ‘Pequeños crímenes conyugales’ dirigida por Diego León Hoyos, mientras que Bernardo García es el protagonista de la versión criolla de ‘Trainspotting’ dirigida por Mario Duarte

TENDENCIA

Un teatro intermedio

Varios actores de televisión han decidido volver a las tablas como directores, para contar historias cotidianas que se alejan tanto del teatro comprometido como del comercial.

18 de julio de 2009

Que la verdadera pasión de muchos actores de televisión y cine sea el teatro no es nuevo. Es la historia de John Malkovich, quien acaba de estrenar La comedia infernal en el Festival de La Perlada, en Girona; de Kevin Spacey, que ahora dirige la Old Vic Theatre Company de Londres, y del mismo Al Pacino, quien dedicó varios de sus primeros gruesos salarios, a comienzos de los 80, a montar obras en Nueva York.

Pero que cuatro actores conocidos por el gran público en la televisión colombiana estrenen y dirijan obras de teatro casi en simultánea quizá sea síntoma de que en Colombia, donde el género ha oscilado entre el académico y el comercial, se populariza una nueva forma de hacer teatro, una vía intermedia. Hace un par de años, Nicolás Montero estrenó Cita a ciegas; a principios de año se vio una nueva temporada de Pinocho y Frankenstein le tienen miedo a Harrison Ford, escrita y dirigida por Fabio Rubiano; Ricardo Vélez acaba de cerrar la temporada de su ópera prima, La loca Margarita; hasta finales de agosto el Teatro Libre presenta la versión colombiana de Trainspotting, de Mario Duarte, y el Teatro Nacional de la calle 71, Pequeños crímenes conyugales, de Diego León Hoyos.

Las obras son propuestas arriesgadas, sugerentes o hasta perturbadoras para el espectador -algo que difícilmente se puede hacer en televisión, por las exigencias del rating-. Aunque todos coinciden en que no se trata sólo de buscar la fama en televisión y la aprobación en las tablas, para ellos el teatro se convierte en un espacio para contar historias en las que no se pierda la profundidad de los personajes, y explorar problemáticas sin caer en el moralismo de la televisión. Un tipo de teatro que sigue la tradición anglosajona y que es interesante por sus historias; que, a diferencia de lo que hicieron en los 70 decenas de grupos, no está politizado, y que aunque habla de la realidad cotidiana, no cae en el facilismo de lo puramente comercial. Y a pesar de que no se pueda hablar de una escuela y todavía sea pronto para lanzar hipótesis sobre el surgimiento de un "nuevo teatro colombiano", sus obras contradicen la percepción de que el buen teatro es para pocos.

La tendencia no es nueva. Closer, la segunda obra de Nicolás Montero que se estrenó a finales de 2007 en el Teatro Nacional, es quizás el más claro ejemplo: fue un éxito en taquilla, estuvo en temporada cerca de seis meses, llenando salas de miércoles a sábado, una cifra poco usual y fue bien recibida por la crítica. Es difícil decir hasta qué punto contribuyó a su éxito que la adaptación del cine fuera reciente, y que el título tuviera cierta recordación entre el público.

"Una palabra, en teatro, vale mil imágenes. Es en la palabra donde han resumido años de historia y sabiduría", dice Montero, que después de su éxito en Hombres y La Otra mitad del sol, se fue a Londres a estudiar dirección en la Central School of Speech and Drama. Por eso, tanto en Closer como en Cita a ciegas, obra con la que debutó como director, destaca el diálogo además de un guión interesante, en el cual se intercalan fragmentos de poemas, para dar cuenta de las contradicciones de la condición humana, características muy comunes en el teatro anglosajón.

De hecho, las exploraciones que estos cuatro directores han hecho en las artes escénicas obedecen a la búsqueda de una nueva manera de comunicarse con el público. Como dice Fabio Rubiano, sus obras son una apuesta por "la búsqueda de nuevos lenguajes de comunicación que no sean crípticos, sino que sean legibles y que puedan establecer comunicación con el espectador". Así, estas obras responden a la premisa de que el teatro debe ser divertido, entretener a la audiencia y conectarse con ella. En su obra más reciente, Pinocho y Frankenstein le tienen miedo a Harrison Ford, se vale de referentes de la cultura popular, de un lenguaje sencillo y de una escenografía contemporánea para hablar de un tema tan sensible y complejo como el de la violencia en contra de los niños.

Así mismo, estos directores centran las acciones de sus obras en lugares que son más cercanos a los espectadores. Porque, según Ricardo Vélez, "el público es el 50 por ciento de la obra. Tener en cuenta a quién me dirijo me da un campo de acción distinto", una opinión que, de nuevo, viene de la tradición anglosajona, que no es gratuita -Vélez también estudió en Central School of Speech and Drama- y una que parecen compartir sus otros colegas. El Trainspotting de Duarte no se ubica en Escocia, donde originalmente sucede la novela de Irvine Welsh, sino que ocurre en las calles bogotanas, en los parques y en las tiendas de barrio, en donde no se consume heroína, sino marihuana y cocaína. Tal vez por esto los espectadores de una obra como Trainspotting, que se acerca mucho al movimiento inglés de teatro In-yer-face, en el que la crudeza del lenguaje y el cuestionamiento a la moral buscan conmocionar, al ver la situación de estos jóvenes, que hablan con un lenguaje natural, que se visten como cualquiera y que usan referentes conocidos, entienden la obra como si fuera una vitrina que refleja lo que ven a diario. Una obra que quizá sin proponérselo puede acercar a los más jóvenes al teatro.

Pero si la atención de los cuatro directores se centra en contar historias de la vida cotidiana, es apenas natural que en Colombia este nuevo teatro no sea ajeno a la realidad política del país. La loca Margarita, de Ricardo Vélez, sobre la vida de Margarita, "la loca liberal" que deambuló las calles bogotanas de principio de siglo caldeando los ánimos políticos del país, más allá que ser una obra política, indaga en el alma íntima de un personaje. Es, en palabras de Vélez, "una exploración desde el amor y no el rencor. Aunque Margarita tiene una postura política y habla de una sociedad maniquea y polarizada, ella no es un personaje vindicativo". Maniquea y polarizada: que use estas palabras no es casual, su objetivo es hacer un comentario sobre la realidad del país. La diferencia entre su propuesta y el teatro político que lo precede es la forma de abordar los temas. "No hay nada más aterrador que el teatro de panfleto. El único pecado que puede haber en teatro es ser aburrido. Y el panfleto es chato. Es bidimensional", dice Vélez.

Estas propuestas, según Tania Cárdenas, libretista y editora de guiones, "son búsquedas que recogen las dos corrientes desde un universo personal a través de lenguajes contemporáneos". Un teatro a mitad de camino entre el comprometido de los años 70 que, sin dejar de ser político, no "está enseñándole a nadie, pero tampoco va contra lo político y lo comercial", dice Cárdenas. Un teatro, en fin, que persigue lo que desde siempre ha buscado la dramaturgia: contar buenas historias.