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Uy, tan creativo...!

¿Importa la originalidad en el arte? ¿Es suficiente para que éste exista? Los expertos todavía no se han puesto de acuerdo.

23 de febrero de 2003

El artista belga Win Delvoye consiguió hace tres años, después de un minucioso estudio, construir una sofisticada máquina a la cual podía alimentar, desde un extremo, por un embudo, como a cualquier ser humano: con carne, arroz, pasta o cualquier tipo de líquidos consiguiendo, además, que, a través del aparatoso sistema, la comida viviera un proceso de digestión y de transformación. Al final, en el otro extremo de la máquina, los excrementos eran expulsados, tal como lo hace cualquier cuerpo humano.

Con su costosa instalación y a través de ese esfuerzo tecnológico tal vez Delvoye incite al espectador a mirar cómo es posible que un pedazo de carne, en efecto, se convierta en excremento. A analizar todo un proceso complicado y costoso pero que es inherente al cuerpo humano y del que pocas veces se tiene conciencia.

Esta obra de arte llamada Cloaca puede resultar novedosa, puede generar muchas reacciones en el público pero ¿importa que alguien, años atrás, haya hecho algo parecido? El propio Delvoye en 1990 optó por tomar fotografías a sus propios excrementos creando diferentes figuras para plasmarlas en baldosas que generalmente decoran baños y cocinas, en una obra que llamó Mosaico. O qué decir del artista colombiano Fernando Pertuz, que hace pocos años optó por untar sus excrementos sobre tajadas de pan para comérselos sin ningún problema, acompañando su plato con algunas manzanas y de una copa llena de orines.

¿Importa para ellos, acaso, que el artista italiano Piero Manzoni haya enlatado sus propios excrementos para exhibirlos en un museo hace más de tres décadas? (Aunque se dice que lo que hay adentro de las latas es salsa de tomate). ¿Importa que antes de Manzoni haya alguien trabajado con excrementos? El debate sobre si la originalidad importa o no a la hora de preguntarse si un artista es importante o no ha estado vigente en el campo artístico durante el último siglo.

El público que todavía está acostumbrado a expresiones tradicionales ya no sabe si escandalizarse, sorprenderse o valorar realmente lo que está viendo. El tema escatológico ya ha sido tratado desde varios puntos de vista ¿Vale la pena seguir haciéndolo? Pero la misma pregunta cabe para este tema como para tantos otros. Repasando la historia del arte universal basta con mirar las decenas de pinturas sobre la Virgen, la resurrección, el nacimiento de Jesús o tantas escenas religiosas que han sido representadas una y otra vez. ¿Cambia saber si primero lo hizo Giotto o que Leonardo y Rafael lo hicieron después?

La originalidad ha sido cuestionada desde varios puntos de vista. Quienes prefieren decir que no importa argumentan que algunos artistas que han sido destacados a lo largo de la historia del arte por ser los pioneros de ciertos tendencias como el cubismo, el surrealismo, el abstraccionismo, por decir algo, lograron mezclar elementos que andaban sueltos pero que siempre tuvieron un antecedente y por eso siempre estuvieron en deuda con alguien.

Artistas como Ives Klein son considerados originales por haber hecho los primeros performance, o como Robert Smithson por concebir el llamado land art. Pero hay quienes dudan de esa originalidad por creer que siempre hubo alguien o algún hecho que se antepuso a esas ideas.

Para ellos es muy difícil establecer realmente cuándo se dio "el origen" de una idea o de una expresión. ¿Cuál fue la primera obra que se llamó Sin título?, se preguntarían ellos. Pero, sobre todo, ¿todas las que también se han llamado Sin título, son menos válidas que la primera? Incluso, muchos artistas han optado por las reelaboraciones de obras consideradas como clásicas: Marcel Duchamp le puso bigotes y barba a la Gioconda, Las meninas, de Velázquez, han sido retratadas por otros artistas, El Pensador de Rodin fue recreado por Keith Tyson a manera de un bloque rectangular que camuflaba una computadora?

La artista norteamericana Janine Antonine en su performance Loving care, de 1994, dispuso de un pliego de papel sobre el suelo para pintar, tal como lo hacía Jackson Pollock, chorreando pintura sobre el papel pero con su propio pelo. Luego de untarlo de tinta ponía su cabeza sobre el papel y pintaba. Tal vez para unos esta obra pueda ser una burla al trabajo de Pollock pero para otros pueda ir más allá: la tintura en el pelo de una mujer que, por lo general, lo usa para verse mejor, pero también la mujer como ama de casa o como empleada del servicio que asume labores domésticas.

Ella misma hizo un molde de su rostro, cuello y hombros y lo cubrió de chocolate. Es su propio autorretrato, como tantos artistas lo han hecho. Pero va cambiando a medida que ella misma pasa su lengua para comerse el chocolate. Sigue siendo un autorretrato, una figura humana.

O como el italiano Maurizio Cattelan, quien en la Royal Academy of Arts de Londres hizo un montaje en donde el techo de cristal se veía roto y, en efecto, en el piso hay trozos de vidrio y al lado está el papa Juan Pablo II, aplastado por un meteorito que, supuestamente, atravesó el vidrio. Un elemento del universo creado por Dios ha caído sobre el máximo representante de Dios en la Tierra. Pero tampoco es la primera vez que un artista se burla de la religión, de Dios, de la Iglesia. ¿Es igual de válido?

¿El mismo artista podría caer en una de las cosas que más teme, la repetición, por no cambiar de propuesta? Nadín Ospina piensa que hay artistas que se proponen no repetirse jamás, pero por ese mismo hecho de pensarlo ya se crea una fórmula: la de no repetirse.

Si se partiera de la idea que la originalidad no importa hay que tener mucho cuidado en reconocer lo que puede ser una simple tomadura de pelo y una buena obra. Tal vez Pertuz al comerse sus excrementos con pan haya generado escándalo en el público que, en su momento, vio el performance pero tal vez sí valga la pena detenerse en la frase trajinada: "Ellos están comiendo mierda" o "estamos comiendo mierda". O como lo hizo Cattelan al disponer de un muñeco -como un año viejo de trapo- que parecía un mendigo de verdad en un rincón de un museo. ¿Por qué choca verlo allí y no cuando está en la calle? O como ha sucedido con los animales disecados que el mismo artista ha introducido en galerías y museos.

Se ha dicho que el arte contemporáneo plantea muchas preguntas y casi nunca ofrece respuestas y así hay que mirarlo. El público tiene que mirar qué hay detrás de tantas propuestas que, en muchos casos, no pasarán de ser un buen chiste, mientras que los artistas originales o no tienen que pensar que el escándalo se agota y finalmente la cuestión sobre el verdadero arte saldrá siempre a flote.