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VIDAS PARALELAS

Inspirada en algunos aspectos de la vida de Baryshnikov, una película llena de tensiones y planteamientos estéticos

16 de junio de 1986

El bailarín soviético Mikhail Baryshnikov dice que no, que esta película, "Sol de medianoche" no tiene nada que ver con su vida, su carrera, su fuga a Occidente y su permanencia durante doce años en Estados Unidos, formando parte del jet-set de Nueva York y Los Angeles.
Algunos comentaristas dicen que sí, que existen demasiadas coincidencias entre el argumento y la conflictiva realidad que siempre ha acompañado al rubio bailarín. Por su parte el guionista James Goldman, acosado en cierta ocasión en Nueva York, tuvo que admitir que en algunos aspectos se sintió inspirado por la fulgurante carrera de este artista, quien actualmente al lado de Alexander Godunov y el mismo Nureyev compone el trío de bailarines soviéticos que ha ayudado a renovar algunos de los conceptos del ballet clásico y contemporáneo, especialmente en las escuelas norteamericanas.
Sea cierto o falso, la gente se siente fascinada al toparse con esta aventura que no está exenta de elementos políticos porque no se trata sólo de un bailarín soviético que huye a Estados Unidos y diez años después, en un vuelo comercial entre Londres y Tokio aterriza forzosamente en Siberia y es recapturado por las autoridades de su país quienes intentan regenerarlo, sino también de la crónica de un bailarín negro, norteamericano, quien huyó a la Unión Soviética como protesta por la intervención en Vietnam y ahora, frente a este desertor recapturado siente cómo todos sus elementos morales, humanos y políticos se vienen al suelo. Con estos dos personajes que no son improbables en la vida cotidiana (de hecho, numerosos artistas y científicos de un lado, viven y trabajan en el otro, algunos de ellos movidos sólo por la celebridad y el dinero), se ha construido esta película, dirigida por el veterano Taylor Hackford quien tiene en su carrera interesantes obras como The Idolmaker, "El poder y la pasión" y "Reto al destino" (esta última con el título de An Offiver and a Gentleman estuvo nominada cuatro veces al Oscar y recaudó en sus primeras semanas más de cien millones: esto para indicar el enorme olfato comercial que anima las películas de este realizador, olfato que tenía que llevarlo hasta este tema de los dos bailarines exiliados y forzados a convivir durante una temporada).
"Sol de medianoche" además de Baryshnikov tiene a quien es considerado el primer bailarín norteamericano actual, Gregory Hines, para quien este personaje del artista fugado encierra una protesta sutil contra el infierno particular que debió vivir antes de consagrarse en películas como Woolfen, "La historia del mundo, primera parte", Deal of the Century y Cotton Club, y en piezas musicales de Broadway como Eubie, Comin' Uptown y Sophisticated Ladies.
Una película con dos bailarines tan agresivos, tan perfectos como estos, a pesar del tono en ocasiones ingenuo de ciertas alusiones políticas (aunque en esta los funcionarios de la KGB ya no son tan cretinos como en otras películas norteamericanas que tienen alguna relación con los soviéticos), debía tener una escena memorable y el espectador la descubrirá, en la inmensidad de un salón de madera brillante, con las cámaras de la Policía que los miran (es que el negro es colocado como vigilante del otro), con una luz tenue y con ellos dos lanzados, tensando músculos y tendones y nervios, bailando como si quisieran comprobar que el cautiverio no los afecta, que las ansias de libertad los excitan, bailan como locos, se lanzan al espacio, ruedan, se mueven, chocan, giran, se expanden, se contraen, se abren, se cierran, gritan, sonríen y le dan a la danza, como pocas veces en el cine una nueva expresión, un nuevo sentido de la violencia, una nueva dimensión plástica.
Sólo con esas escenas del baile de los dos, angustiados y presionados, ya se justifica mirar "Sol de medianoche" en la cual hay otras celebridades: la actriz Geraldine Page, quien acaba de ganarse el Oscar, interpreta a la representante del soviético en Estados Unidos y será quien empuje a la Embajada norteamericana en Moscú para que proteste por la retención del bailarín; el director polaco Jerzy Skolimowski interpreta a un inspector de la KGB, frío, sofisticado, fumando cigarrillos norteamericanos, peligroso, tratando de convencer al bailarín para que se quede, despreciando al negro por haber huido, Isabella Rosellini, la hija de Ingrid Bergman, como la amante rusa del negro, frágil, desconcertada, tratando de salvar el hijo que acaba de descubrir. A estos actores, a este argumento, a este director habría que agregar otros elementos soberbios: la fotografía de David Watkin (Oscar por "Africa mía"), la coreografía de Twyla Tharp y las canciones interpretadas por Lionel Richie, especialmente el tema Say You Say Me que también se ganó un Oscar. Y el guión, por supuesto, que evita caer en la trampa de la sensiblería y maneja con austeridad esas relaciones de afecto y ternura que nacen entre los dos bailarines, especialmente cuando desafían al aparato policial. A los espectadores impacientes por salir de la sala, una recomendación: tranquilos, que la canción sonará mientras aparezcan los créditos finales.--