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VOCES Y MITOS INDIGENAS

El largo proceso de los indigenas en su lucha por sus tierra y su cultura.

2 de agosto de 1982

"Nuestra voz de la tierra: memoria y futuro" de Martha Rodríguez, y Jorge Silva es la típica película nacional que muy pocos conocen en el país pero que va por el mundo obteniendo premios internacionales. Con menos de seis meses de haber sido terminada ya ganó uno en Berlín, el Fipresci, de la Federación de Crítica Cinematográfica Europea, y otro otorgado por la Organización-Católica Internacional de Filmes. En Colombia apenas ha sido exhibida en dos ocasiones: durante el I Congreso Nacional de Indígenas, en Bogotá, y ahora en el Festival de Cine de Cartagena. Pero ya toda Alemania la vio por televisión, y otros países europeos, como Inglaterra y Francia, también la verán muy pronto. En Cartagena obtuvo el premio a la mejor dirección de largometraje nacional.
Fue indiscutiblemente una distincion justa. Martha Rodríguez y Jorge Silva tienen el raro prestigio de ser los directores de documentales más investigativos y rigurosos que existen en el país. En un género donde generalmente impera la ligereza y la improvisacion es admirable un documental como "Chircales", sobre el cual trabajaron cinco años. En "Nuestra voz de la tierra" la investigación se alargó a siete, cinco de los cuales permanecieron viviendo con los indígenas en el Resguardo de Coconucos, Cauca.
El documental muestra el largo proceso de los indígenas en su lucha para recuperar no sólo las tierras, sino incluso su propia historia y cultura. Pero a diferencia de "Chircales", "Campesinos" y "Planas", la narración no se limita al mero testimonio realista sino que se interna en la ficción y el mito.
En su habitual método de investigación previa, los directores descubrieron que los indígenas del Coconuco elaboran continuamente relatos de rodeos, acusando al diablo del ganado que se pierde como tambien del encantamiento de las haciendas, que ellos han recuperado gracias a la labor del Consejo Regional Indígena del Cauca. Solo que ese diablo es para ellos el mismo terrateniente o carabinero enemigo. Y siempre lo representan como un señor o monstruo con espuelas, a imagen y semejanza de los conquistadores españoles.
Partiendo de esta idea, el testimonio oral de los indígenas ha sido acompañado en la película con imágenes de ficción: un intruso con máscara siniestra que hace desaparecer el ganado; el amo de grandes barbas, sombrero de copa, sacoleva y botas con espuelas que viene a caballo desde las solitarias alturas con el único fin de asustara los habitantes de las haciendas indígenas. El ingenioso recurso logra recuperar así un rico e importante aspecto de la realidad--las creencias, los mitos- que el simple documental tradicional no era capaz de captar.
A pesar de que los dírectores contaron con casi óptimos recursos financieros, la película se filmó en el formato poco comercial de 16 milímetros y en riguroso blanco y negro para no alterar--según ellos--la realidad indigena. Cantidades de gente y aparatosos equipos --alegan--habrían producido un testimonio menos fiel. El resultado visual, sin embargo, no es siempre agradable para el espectador. Pero tampoco lo es la escueta realidad de la injusta condición indígena que tan magistralmente ha sabido captar la cámara de estos dos realizadores nacionales.