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CAFE AMARGO

La no aprobación por EE.UU. del acuerdo cafetero plantea dudas sobre el éxito del pacto.

4 de noviembre de 1985

Fue un acuerdo de esos que dejan el mismo sabor que un tinto desabrido. Hubo que bebérselo, pero quedaron dudas sobre si era excelso. Tal fue la impresión que dejó en los especialistas la firma del acuerdo cafetero correspondiente a 1986, celebrada la semana pasada en Londres. Después de agotadoras jornadas de negociación que en más de una oportunidad estuvieron al borde del rompimiento definitivo, se logró un consenso a regañadientes que asegura la tranquilidad en el mercado del grano, por lo menos durante un año más. Colombia consiguió una cuota de 8 millones 670 mil sacos (63 mil sacos menos que en este año), lo cual le asegura ingresos por exportaciones cercanos a los mil 500 millones de dólares, si nada extraordinario se presenta.
Sin embargo, la preocupación de que sí suceda algo extraordinario quedó flotando en el ambiente. La piedra de la discordia fue colocada por la delegación de Estados Unidos que protestó repetidamente por la figuración de una serie de mecanismos que permiten la existencia de un mercado paralelo de café, donde los precios son menores que los pagados por las 25 naciones importadoras que componen el pacto. La práctica, alentada por los comerciantes alemanes y holandeses, le permite a varios países europeos obtener grandes utilidades al reexportar el café a los precios internacionales.
Probablemente la conmoción no hubiera sido mucha si -como lo reconocieron la mayoría de los analistas- los norteamericanos no hubieran tenido la razón. Con todo, los representantes de los europeos se negaron a "autosancionarse" y el acuerdo triunfó sin tocar el tema, pero con el desacuerdo abierto de los Estados Unidos. La negativa norteamericana -la primera en los 22 años de historia de la Organización Internacional del Café- dejó en veremos la efectividad del acuerdo y dudas sobre una eventual ratificación de éste por parte del Congreso norteamericano.
En opinión de varios analistas internacionales, lo sucedido tiene algún grado de similitud con lo que ocurre en la organización de Países Productores y Exportadores de Petróleo, OPEP, la cual se ha convertido en un ente inefectivo. Al igual que pasa en la OPEP, algunos integrantes de la OIC violan los pactos sin ser castigados a cambio y ello puede degenerar en que no se respeten las normas y se provoque una guerra de precios entre productores. Si bien se reconoce que la OIC ha demostrado más estabilidad que la OPEP, un retiro de Estados Unidos del pacto -compra más de la tercera parte de la cuota- sería decisivo para el futuro del mercado internacional del grano.
Un rompimiento abierto de los acuerdos, acabaría siendo nefasto para Colombia. Comprometido en un programa de estabilización externa, el país necesita un flujo regular de divisas que, en el caso del café, sólo puede ser asegurado por la existencia de la OIC. Es por esta razón, que en el caso concreto de Colombia los resultados fueron considerados como satisfactorios. Pese a una cuota menor que la del año pasado, el país mantuvo su participación dentro del mercado y fue definitivo en mantener la unidad del grupo. Si todo va bien, las exportaciones de café colombiano entre el 1° de octubre de 1985 y el 30 de septiembre de 1986 -época en la que se desarrolla el año cafetero- deberán ascender a unos 9 millones y medio de sacos de 60 kilos. De esa cifra, entre 800 y 900 mil sacos serán entregados a países no miembros, mientras que el saldo se venderá a través de la OIC.
No obstante la relativa estabilidad del mercado externo, lo conseguido en Londres no dejó de disipar las dudas sobre lo que pasa internamente. Tal como le ha ocurrido en los últimos años, las exportaciones del país son inferiores en más de dos millones de sacos a la producción nacional y, como resultado, la Federación de Cafeteros sigue acumulando existencias. Según los especialistas, no está lejos el día en el que los inventarios de café superen la marca de los 15 millones de sacos, suma que es superior a 18 meses de exportaciones. La situación anterior se complementa con una superproducción del grano a nivel internacional, que hace lejano el día en el cual Colombia pueda disminuir paulatinamente sus inventarios. La prueba más reciente se dio la semana pasada en Londres cuando fue necesario reducir la cuota global de la OIC hasta 58 millones de sacos, con el fin de mantener la franja de precios de los últimos años (entre US$ 1.20 y US$ 1.40 por libra de café).
Ante esa circunstancia, las alternativas para el país son pocas. Desde el punto de vista de las exportaciones, es dudoso que se pueda aspirar a ventas anuales superiores a los 10 millones de sacos, dada la competencia extrema que se vive internacionalmente. A su vez, se ha tratado de controlar la producción interna, pero el cultivo del café está fuertemente arraigado en grandes zonas del campesinado, y no es fácil estimular la diversificación hacia otras áreas.
Con todo, tales preocupaciones parecían estar lejos de la mente de los delegados colombianos que regresaron de Londres con la satisfacción de haber logrado mantener la estabilidad de la OIC. Por ahora, el tema del momento es tranquilizar a los representantes norteamericanos y convencerlos de la inconveniencia de un rompimiento con la Organización. Si eso se logra, parte de los problemas del país estarán resueltos, pero si se desata una guerra de precios unida al problema de la superproducción interna, se podrá decir con toda razón que, en lo que tiene que ver con el café, a Colombia se le está enfriando su tinto.