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CURA CHIVIADO

Gregorio Cardona durante 7 años casó, bautizó, dijo misa y resultó que no era cura.

4 de marzo de 1985

"Los falsos profetas se tomarán a Copacabana". Esta era una de las admoniciones que con frecuencia se le escuchaban desde el púlpito a Gregorio Cardona, 27 años, ayudante del párroco de esa población antioqueña. Lo que no se podía sospechar era que él mismo resultaría protagonista de su propia profesía.
En efecto, hace pocos días estalló el escándalo, cuando se supo que quien hacía siete años venía oficiando misas, bautizando y casando parejas, era un seminarista que no había coronado su carrera, pues nunca llegó a ordenarse. Bajo el cargo de "suplantación de oficio", Gregorio Cardona se encuentra actualmente confinado en una celda de metro y medio por dos, en la cárcel municipal de Copacabana. Por toda compañía tiene una Biblia, dos libros de lectura y su par de "Dimas y Gestas", dos sindicados de homicidio con quienes juega una especie de damas chinas improvisadas y hace levantamiento de pesas, mientras aguarda la decisión que habrá de sacarlo de este limbo jurídico, para condenarlo definitivamente al infierno o devolverle el pasaporte al cielo.

HA LLEGADO UN ANGEL
Gregorio Cardona tenía una tonsura en su destino. Nacido en 1957 en Salento, Quindío, fue recogido desde muy pequeño por una familia residente en Copacabana, municipio de Medellín, que lo adoptó y comenzó a cultivarle, casi que a la fuerza, su inclinación por el sacerdocio. Esta presión familiar hizo que finalmente ingrese al seminario en Manizales. Aunque en Cardona era indudable la vocación de servicio a la comunidad, no era tan claro su deseo de cambiar el blue jean por la sotana. Sin embargo, como el Niño Dios, cada año por Navidad visitaba su pueblo y alternaba con las gentes, que por la fuerza de la costumbre lo fueron aceptando como su sacerdote, antes de que las mismas instituciones eclesiásticas lo hubieran ordenado.
Por eso a nadie le extrañó el día en el que Cardona regresó definitivamente a Copacabana y entró como Pedro por su casa a la parroquia del pueblo. De ese día en adelante, como ayudante del párroco de turno, organizó su jornada entre las misas matutinas, las confesiones, la catequesis, bautizos, matrimonios y visitas a los feligreses de las veredas. Se calcula que alcanzó a oficiar 27 matrimonios, 50 bautizos y otras tantas primeras comuniones. Por eso cuando el pueblo se enteró de la noticia de que el padre Cardona no era padre, razón por la cual el alcalde Roberto Díaz Granados había tenido que detenerlo y confinarlo a una celda de la cárcel municipal, "se armó la de Dios es Cristo".
"¡Es un santo, es un santo!",exclamaron las más ancianas de sus feligreses. "Es injusto, eso deben ser cosas del diablo", decía una señora madura, mientras unas quinceañeras del colegio parroquial comentaban: "Pero... ¿cómo así? ¡Si ése es un cura muy bacano!". Estas eran algunas de las frases que se oían en medio de una manifestación espontánea que se organizó al frente del Palacio Municipal apenas se conoció la noticia del arresto de Cardona, con el objeto de solicitarle al alcalde que si no podía soltarlo, por lo menos lo trasladara del patio donde se encuentran todos los presos a una celda especial. "Pero yo no lo hice", le confesó el alcalde al reportero de SEMANA, "porque temía que con ese poder de convicción que tiene ese cura lograra tramarme a los guardianes, y éstos terminaran soltándolo por miedo al castigo de Dios".
Al parecer, los únicos suspicaces frente a la popularidad del supuesto sacerdote eran algunos padres de familia que no lo veían con buenos ojos, porque consideraban que sus ideas "medio liberales" no eran tan saludables para sus hijas. Por ello no era raro verlos en corrillos despotricando contra el "padre nueva-olero ".
Exceptuando estas voces en contra, la gran mayoría de los habitantes de Copacabana se han alineado en torno al falso sacerdote. Ante la presencia de los periodistas reaccionan con agresividad, considerando que los medios de comunicación han calumniado a Cardona. En general, se niegan a dar declaraciones, pero cuando hablan lo hacen siempre a favor de quien consideran su benefactor. "Deben darle otra oportunidad, porque era un gran sacerdote", afirman. Y la complicidad ha llegádo hasta el punto de que los fotógrafos del pueblo han escondido todas las fotografías en las que aparece Cardona en ejercicio de sus funciones sacerdotales, lo que a su juicio podría darle más argumentos a las autoridades para aumentarle la cuota de pecados.
Cardona venía desempeñando su sacerdocio como pez en el agua, hasta que hace siete meses un sacerdote de Pereira, que lo había conocido en el seminario de Manizales, llegó de visita a Copacabana y lo "pichoneó" oficiando una misa. Como no recordaba que Cardona se hubiera ordenado, informó del caso a sus superiores, quienes de inmediato iniciaron una investigación.
Al término de ella, la Arquidiócesis de Pereira envió un requerimiento a la inspección de policía de Copacabana solicitando la detencion del falso sacerdote. Pero ello no se pudo hacer inmediatamente, pues Cardona andaba por la serranía del Perijá, a donde viajaba con frecuencia para catequizar a los indígenas. Durante varios meses, después de conocer la orden de detención que existia en su contra, vivió entre los motilones, pero iba periódicamente a Copacabana a revelar rollos de fotografía, no se sabe si a espaldas de las autoridades o mientras éstas se hacian las de la vista gorda. Finalmente, al parecer por consejo de un sacerdote amigo de él, optó por ponerse voluntariamente en manos de la "justicia terrenal" que, de hallarlo culpable, puede imponerle una pena que va entre los seis meses y los tres años de prisión.
Cardona, hasta ahora, se ha mostrado reservado a pesar de los esfuerzos de la prensa por conocer su verdadera historia. Lo poco que se le ha oído decir es que no desea hablar hasta tanto no se pronuncie la Iglesia. "Soy cristiano, y creo que no he faltado con mis hermanos", afirma, aunque revela una gran intranquilidad y confiesa que ha tenido que recurrir a pastillas para poder conciliar el sueño en una cama improvisada en el piso de su celda. "Si soy culpable ante la ley, creo que debo ser castigado". Y aunque probablemente ni él mismo entiende por qué metió gato por liebre, es decir, cura por seminarista, afirma que su actitud se explica en parte por "mi afán de servicio a la comunidad", afán que no ha perdido ni en la misma cárcel, donde ha montado toda una infraestructura para enseñarle a leer a los presos y echarles sus sermones ocasionales.
Entre tanto, los sacramentos administrados por el falso cura han tenido que ser "autenticados" a través de la "confirmación cardenalicia", una figura de las normas eclesiásticas para validar aquellos actos que no cumplieron con las formalidades legales. De los 27 matrimonios celebrados por Cardona, 25 han sido legalizados. De las dos parejas restantes no se sabe si es que se han arrepentido de los vínculos matrimoniales y ven en ésta una ocasión perfecta para volver a la soltería. o si simplemente es que no se han enterado de que nunca estuvieron casados. Lo único que no tiene palanca de reverso son los pecados que Cardona recibió y absolvió en confesión. Seguramente no serán pocos los que estén temiendo que a sus confidencias se les haya levantado la "reserva del sumario".
"Por vuestros actos sereis juzgados", dice una sentencia bíblica. El pueblo de Copacabana ya lo juzgó y ya lo absolvió. Pero aún le quedan dos instancias, la eclesiástica y la penal, que decidirán la suerte de Cardona en el reino de este mundo. Porque en el reino de los cielos... sólo Dios conoce sus propios designios.