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EL TESORO DEL SAN JOSE

Hundido frente a Cartagena en 1708, el navio San José de la Armada Española llevaba un rico cargamento. Hoy, una compañía nortéamericana intenta que el gobierno colombiano le permita rescatarlo.

15 de noviembre de 1982

Aunque esta historia de piratas y cofres sumergidos empezó en realidad hace tres siglos, con un embarque de oro en el puerto peruano de El Callao, su hilo perdido reapareció en Gibraltar, durante el final de la Segunda Guerra.
Christian von Eckhardt era uno de los 18 hombres rana alemanes que permanecieron escondidos varios meses de 1944, entre los restos de un buque encallado en Algeciras. Su misión consistía en.volar los acorazados de la Marina inglesa, fondeados a pocos kilómetros, por la misma costa, en Gibraltar. Von Eckhardt sería el único sobreviviente. Pero entonces no lo sabía; como no sabía tampoco que era el primero de una casta:nueva capaz de sacar del fondo del mar desde el oro del imperio español hasta restos de naufragios fenicios.
Durante muchas semanas, los almirantes británicos se rompieron la cabeza preguntándose cómo un submarino alemán podía entrar y salir del estrecho de Gibraltar, torpedeando casi una docena de navios, sin ser visto ni oído.
No existía tal submarino. Sólo después de desperdiciar centenares de cargas explosivas y de pasar horas escuchando el sonar, los ingleses comprendieron que no eran torpedos los que hundian sus barcos, sino minas pegadas a sus cascos. Y emprendieron la búsqueda del nido de hombres rana que de noche atravesaban la bahia. El siguiente episodio de la historia fue la masacre de 17 de ellos. Sólo von Eckhardt--haciéndose el muerto- pudo sobrevivir.
Pasaria el resto de su vida, después de terminada la guerra, retirando las minas que hombres como él habían colocado en tódos los mares del mundo. Tal oficio, tan arriesgado como pasearse en un polvorín con una colilla en la boca, es hoy común. Miles de buzos pasan su corto tiempo de trabajo despejando las rutas mercantes de minas aún vivas que en muchos casos datan de-la Primera Guerra Mundial.
Pero este oficio tiene una consecuencia inevitable para los antiguos buzos militares: contraen el virus de los tesoros. Más tarde o más temprano se encuentran con un investigador que se ha pasado la mitad de su vida con la nariz metida en archivos navales y que no tiene la más remota idea de bucear. Nacen así las compañías de rescates de tesoros, filiales de empresas dedicadás a trabajos petroleros bajo el mar. Solamente necesitan un elemento más: Una financiación tan sólida como el tesoro que van a encontrar.
Así, el destino, que parece morderse la cola, llevó a von Eckhardt a enfrentarse comercialmente con un antiguo enemigo de guerra: el buzo inglés John D. Grattam. Y su campo de batalla fue hasta hace unos meses, las aguas de Cartagena. Nunca se conocieron. Pero su oficio común de sacar minas y buscar naufragios en puntos opuestos del globo, los condujo al mismo tesoro: el del navío San José, hundido frente a Cartagena, en 1708. Según el archivo de Indias, el cargamento de ese buque fue el mayor que perdió la Corona española a lo largo de tres siglos de Colonia.
Eckhardt y Grattam iniciaron sus trabajos en 1980. Sin embargo, el tesoro del San José, cuya historia alcanza proporciones de leyenda entre los buscadores, fue localizado por primera vez hace 20 años. Fue uno de los hijos del legendario general Patton el primero en buscarlo sistemáticamente, utilizando un mini submarino. Y las historias de hallazgos de viejos naufragios repletos de oro, en Irlanda, en Nueva Zelanda, en la Florida, en las Bahamas, alentaron las esperanzas de estos tercos buscadores de fortuna cuyo pan diario es la desilusión.

EL COMODORO Y EL CONDE
Pero el verdadero comienzo de esta historia está en el virreinato del Perú durante los primeras cinco años del siglo XVIII. El antiguo imperio de Carlos V sufría una terrible lucha intestina, aunque todavía era posible decir que en sus dominios no se ponía el sol. Sin embargo, a Felipe IV le había sucedido un rey bobo, subnormal: Carlos 11, "el hechizado". Su muerte produjo una pugna entre el sucesor de la casa de Borbón, el duque de Anjou, futuro Felipe V, y un candidato Habsburgo apoyado por los ingleses, que hubiera sido Carlos III. Pero la pugna se decidió en 1704, con el triunfo de la casa de Borbón.
La derrota política recrudeció la furia naval de los ingleses. Si aquel Carlos III hubiera llegado al poder, su oro habría tenido un destino muy distinto. Sin embargo, uno de los primeros actos de Felipe V, fue nombrar a don José Fernández de Santillán y Quesada, conde de Casa Alegre, como almirante de la Carrera de las Indias. Trataba así de proteger mejor las rutas de su Armada.
Simultáneamente, los ingleses mandaban al Atlántico toda una fuerza naval de 12 navíos, comandadapor el comodoro Wager, con la misión expresa de obstaculizar al máximo la ruta de las Indias para los españoles.
Wager y el conde se encontraron cuatro años mas tarde, frente a Cartagena. El hermoso nombre de "Carrera de las Indias" correspondía a la ruta que los navíos españoles cumplían por los puertos coloniales, recogiendo el oro y las mercancías del rey y llevando el correo y los libros y los muebles y la música de toda la Europa hacia América. La ruta parece sencilla, pero tardaban dos años en hacerla: arrancaban de Cádiz, se detenían en las Canarias y de allí saltaban a Puerto Cabello, en Venezuela. Luego llegaban a Cartagena, donde permanecían largos meses, pues su llegada era el mayor aliciente comercial para la región. Entretanto, un galeón que había cruzado el estrecho de Magallanes años atrás y que probablemente no regresaría a España, hacía el tedioso cabotaje entre las lejanas islas de las Filipinas y el puerto mexicano de Acapulco. Ese buque llevaba en sus entrañas todo el tributo de las islas del Pacífico y el producto del comercio con la China: porcelanas, especias y oro. Lentamente, a lomo de mula, este tesoro, cruzaba México hasta el puerto de la Vera Cruz; y allí esperaba la llegada de la armada que ese año hiciera la carrera de las Indias.
Al mismo tiempo, el virreinato peruano embarcaba en El Callao la plata, las piedras preciosas y el oro que había arrancado durante el año anterior al país. Un lento navío iniciaba la travesía por la Costa Pacífica, hasta el puerto panameño de Chagres, donde, de nuevo, el tesoro atravesaba el continente, hasta Portobelo.
Uno de los buques de la Armada se desprendía de su grupo y navegaba hasta Portobélo, bien desde Veracruz o bien desde Cartagena, a recoger el oro del Perú. Finalmente con los sollados repletos de tesoros, los buques emprendían el regreso, a veces por la ruta de Puerto Cabello, a veces por las Bahamas, en cuyos terribles huracanes desaparecieron muchos.

VIENTO DEL DIABLO
Así se reunió el tesoro del San José. nave capitana de la armada que encalló en Cartagena en mayo de 1708, cuando intentaba emprender su regreso a España.
Inclinada sobre el banco de arena, la nave recibió agua en su interior. La pólvora se mojó, y fue necesario colocarla en cubierta. Así estaba el 8 de junio, cuando fue hundida.
Hay varias teorías sobre la batalla. Una de ellas dice que el San José se refugió en Cartagena luego de ser acosado por tres navíos ingleses al mando del comodoro Wager. El puerto le proporcionó una escolta; así, con los barcos que acompañaban al San José, se formó una flota de casi veinte naves.
La capitana fue acorralada a 20 millas de la costa, en un punto situado cinco millas adelante del llamado bajo de Salmedina. Allí, una bala inglesa dio de lleno en su cubierta; la pólvora estalló, y el San José se hundió como un piano, partido en dos.
Los feroces cañones ingleses hundieron doce barcos más, antes de que los jirones de la Armada pudieran regresar a la bahía de Cartagena.
La segunda teoría dice que el viento sur, "viento del diablo", le impidió a la capitana regresar a puerto para huir de los ingleses. Desesperado, el almirante le habría pegado fuego a su barco. Pero se considera improbable, por cuanto el viento sur no es obstáculo para entrar a la bahía, si se navega "de bordo", es decir, haciendo zig-zag con el viento contrario.
En todo caso, el San José quedó hundido a 300 metros bajo el mar Caribe, en un punto que después sería calificado como "sumamente escarpado" por buzos expertos. Y el hilo de la historia quedó allí, sumergido, hasta la llegada de Von Eckhardt a Cartagena, en 1980.
Von Eckhardt, un hombre alto, callado y ligeramente envejecido, es uno de los tres investigadores serios que han buscado al San José, en medio de una horda de charlatanes y estafadores que han tratado de hacer fortuna vendiendo la fábula del tesoro.

Después de investigar largamente sobre las condiciones físicas en que se halla el tesoro, Von Eckhardt--tipo serio--llegó a la conclusión de que carecía de los medios financieros para sacarlo. Y se marchó a conseguirlos, dejando el campo libre a su competidor John D. Grattam. Hasta ahora no ha regresado.
Codo con codo, la compañía alemana representada por Von Eckhardt y la compañía inglesa Glocca-Morra, cuya alma era Grattam, habían competido tanto por las licencias legales para la exploración en Colombia, como por los datos históricos del navío, durante los cinco años anteriores. Y ambos coincidieron en sus hallazgos: después de escarbar en los archivos de Sevilla y de Cádiz, encontraron las constancias sobre el naufragio y los manifiestos sobre el cargamento.
El San José, de acuerdo con esos papeles, llevaba en su interior 116 barriles de esmeraldas, treinta millones de monedas de oro y una cantidad indeterminada de plata peruana y perlas de las Antillas.
El valor del tesoro, por lo bajo, fue establecido por la compañía inglesa en unos 3 mil millones de libras esterlinas; algo así como 345 mil millones de pesos. Pero la magnitud de las cifras no hizo pestañear a los investigadores también establecieron con exactitud la situación del barco. Sus restos están dispersos en una zona situada cinco millas al norte del llamado "bajo de Salmedina", mar afuera después de las islas del Rosario. Este bajo--banco de arena ligeramente cubierto por agua en zonas de alguna profundidad--está a unas veinte millas de la costa de Cartagena. Allí, a 300 metros, suavemente posados entre acantilados submarinos, están los trozos del "San José".
Después de haber rastreado las piezas de este rompecabezas a lo largo de tres siglos de historia, Grattam, un inglés medio que pasaría por discreto ejecutivo si no fuera exbuzo de guerra y buscador de tesoros, trajo a Cartagena sus equipos de búsqueda. Primero llegó el buque "State Wave", dé bandera norteamericana, no muy grande, casi sin yate. Después llegó el submarino. En Cartagena, lo recuerdan como un submarino anaranjado, como salido de una canción de los Beatles, que anduvo en compañía del buque en cercanías de las islas del Rosario durante casi un año, entre febrero del 81 y enero del 82. Se llamaba el "August Picard", y no tiene nada que ver con el submarino unipersonal que trajo el hijo del general Patton en los años sesentas. Con ayuda de una grúa para trabajos submarinos y otros aparatos de alguna sofisticación, los tripulantes, oriundos de diversos países, se dieron a la tediosa tarea de rastrear el fondo del mar. No tuvieron mucha suerte. Se cree que localizaron el lugar donde se encuentran los restos, pero no pudieron ni siquiera realizar una maniobra de aproximación. Hacia octubre del año pasado, el "August Picard" encalló entre las rocas del fondo cercanas a Salmedina, sin haber avistado siquiera, ese día, los restos del barco.
Con el submarino bastante averiado y tras mucho batallar para desencallarlo, los ingleses se aparecieron en el astillero de la Armada, a solicitar servicio tecnico para su aparato.
Hasta ese momento, todo se había realizado dentro de los más estrictos términos legales. Dos oficiales de la Armada, destacados en el buque y el submarino, les respiraron en la nuca a los exploradores durante toda la operación. Sin embargo, aún no había hecho su aparición la burocracia.
Enterada de que unos extranjeros operaban equipos en aguas colombianas, la Aduana cayó muy pronto en el astillero. Y preciso: a la compañía le faltaba un papel. Carecían de una nacionalización temporal de equipo extranjero que trabaje en el país. Si una petrolera, por ejemplo, opera un buldózer de su propiedad durante más de seis semanas en el país, debe nacionalizarlo. El submarino no cumplía tal requisito, y fue decomisado. Quedó allí, en el astillero. Solo mediante el pago de una multa y de los respectivos impuestos, pudieron sacarlo los ingleses.
Pero ya para entonces la situación había cambiado. Los fondos dispuestos para la operación estaban agotados, y los capitanes debieron licenciar parte de la tripulación. Hubo, además, un incidente entre el capitán del barco (norteamericano) y el del submarino (canadiense). La diferencia fue tan sería que la expedición se disolvió, y ambas naves regresaron a sus puertos.

EL CONSEJO DE MINISTROS
DISCUTE EL ASUNTO DEL TESORO
El asunto se agitó de nuevo cuando el periódico "El Siglo" se enteró de que una nueva compañía norteamericana, la Asociación Náutica Arqueológica de los Estados Unidos, con sede en Maryland, estaba tratando de hacer una propuesta al gobierno colombiano para sacar el tesoro del San José. Al parecer, un voluminoso estudio de la Asociación, escrito en inglés, llegó hasta el despacho presidencial y allí se quedó, cerrado.
Algunos representantes de la entidad, que hicieron contacto con el gobierno por medio de personajes colombianos que residen en Washington, pudieron conferenciar brevemente con el presidente Betancur sobre el tema, pero nada más. La propuesta incluye amplias explicaciones técnicas e históricas, además de un trato económico concreto.
Esta Asociación, la más seria de todas las que se han acercado al tesoro ni siquiera propone sacarlo con métodos normales de rescate de naufragios. Enfrenta el asunto como un problema arqueológico, y sugiere utilizar las más modernas técnicas de ese campo, que consisten en cuadricular la zona investigada y registrar todos los objetos de un mismo tipo que se encuentren para después integrar tales datos a través de una matriz de computador. En el caso del San José estos arqueólogos submarinos necesitan cortar cada cuadrícula de la zona del fondo del mar escogida embutirla en una caja de concreto con su subsuelo y una cierta cantidad del agua que la rodea, para después subirlo cuidadosamente a la superficie. Casi "cortar el mar en pedacitos para después llevárselo", como hicieron los negociantes a quienes el dictador les vendió el mar, en "El Otoño del Patriarca". Pero, por increíble que parezca, tal operación es necesaria, si no se quiere que cada costilla del galeón, se deshaga el contacto con el aire y la presión normal. Semejante proyecto, que incluye construir un museo en Cartagena y recuperar hasta la última de las perlas de las Antillas que llevaba el San José, exigiría por lo menos diez años y una cantidad ingente de dólares, cuyo 50% tendría que aportar el gobierno colombiano una vez rescatado el tesoro.
El gobierno colombiano, a pesar de tener el texto del estudio, sólo se enteró del asunto cuando una acuciosa reportera de "El Siglo": Cecilia Rodríguez Maya, que había seguido la pista del tesoro en Bogotá, publicó una serie de crónicas a partir de septiembre 16. La primera noticia de "El Siglo" provocó esa mañana una pregunta directa del presidente Betancur en el tempranero consejo de ministros: "¿Qué pasa con el tesoro del San José?"
Una polémica encendida entre diversos sectores oficiales siguió a la interrogación presidencial. Uno de los principales argumentos fue esgrimido por el ministro de Salud, quien, en beneficio del Instituto de Bienestar Familiar, alegó que el tesoro era un bien mostrenco, y de acuerdo con el Código Civil, le pertenecía a esa entidad. El ministro de Defensa dijo que en su calidad de tesoro pertenecía a las Fuerzas Armadas.
Otra cosa reza, sin embargo, la legislación colombiana, que parecen desconocer los funcionarios metidos en la polémica (ver recuadro). Esa ley no ha sido aplicada tampoco en el caso de un tesoro recientemente encontrado en Cartagena (ver segundo recuadro) y seguramente fue dictada en completo desconocimiento de los 76 naufragios de naos, carabelas, galeones, navíos y urcas franceses españoles e ingleses, desde Riohacha hasta el Darién, que tiene registrados minuciosamente la Asociación Arqueológica Náutica de los Estados Unidos.

LOS TESOROS QUE SI ENCONTRARON
Muchas historias sobre entierros de monedas y joyas circulan en Cartagena. Sin embargo, las mas ciertas-- o menos falsas--parecen serestas:
En 1851 llegó a la ciudad don Antonio López de Santanna general mexicano recientemente derrocado de su posicion de dictador. Abrumado por la tristeza y la nostalgia, se instalo en el cercano pueblo de Turbana, donde engendró decenas de hijos y se emborrachó innumerables veces, antes de regresar, diez años más tarde, a un segundo y efimero periodo de gobierno en México. Mas tarde, derrocado, desterrado y pobre, el general Santanna no pudo regresar a Colombia. Murió en Centroamérica, miserablemente. Años mas tarde, las gentes que caminaban de noche desde Turbana hasta Cartagena, contaban que al cruzar el Arroyón se encontraban con el fantasma del general. Otras personas dijeron ver un extrano brillo en una orilla de ese pequeño río. En 1934, un grupo de historiadores y de hombres de empresa serios, llevaron un rudimentario detector de metales a la zona, que no distinguiría entre una nevera y un tenedor.
Creían que la historia del fantasma se originaba en un mito que el propio general debió inculcar a los pobladores.
Y encontraron efectivamente, 1.116 monedas de oró, acunadas en México, en Colombia y en Espana. Se desconoce el destino de esa pequeña fortuna.
En 1981, recientemente, un comerciante de origen libanés sobre cuyo nombre se ha pedido reserva, compró una vieja casa colonial en la calle de Baloco, dentro de la ciudad vieja, y empezo a restaurarla detenidamente. La casa --tercera de la acera-oriental, de norte a sur--aún esta en obra. Su dueño nunca la visitaba. Pero un díá fue, por capricho, y atisbó unas tablas cuando uno de los obreros levantaba unas baldosas en el segundo piso.
Discretamente, le dio el díl libre y desenterró con sus propias manos 160 monedas de una onza de oro cada una. Eran de las llamadas peluconas, acunadas con la esfigie de Carlos IV, rey que usaba peluca. Muy discretamente, el comerciante llevó en barco su tesoro a Miami, donde se dice que las vendió por un valor superior al de su peso, dada su importancia histórica. También se dice que las conserva en un bóveda. Pero nadie lo sabe.
Estas cantidades de monedas no tienen comparación con los 30 millones que se dice llevaba el San José. en todo caso, a los cartageneros parece importarles muy poco estas historias de tesoros. Han oído tantas, que ya no creen en ninguna. Ni en la del San José.

LEY SOBRE TESOROS
El decreto ley 2349 del año de 1971, que hasta ahora no ha sido citado una sola vez por los funcionarios gubernamentales que reclaman para siel beneficio del tesoro del San José, resuelve la polémica de una vez por todas, a menos que alguien lo demande. En efecto, se refiere al manejo y control de puertos y mares colombianos, con un articulo específico titulados "De los tesoros y especies naufragas". Allí se diferencia claramente entre naufragio y tesoro o antiguedad, y se establece que el gobierno podra efectuar contratos con particulares para rescatarlos. Tabién determina que una comisión integrada por el ministro de Defensa, el ministro de Educación y los directores de Colcultura y Corturismo son los únicos que determinan, con total autonomíá, el destino de los fondos que se obtengan con la venta del tesoro o el destino de los artículos de valor histórico que se hallen. El decreto detalla con una minuciosidad asombrosa la forma como deben ser denunciados los tesoros, la anotación de sus coordenadas geográficas y su diferenciación en elementos de valor histórico, científico o comercial. Su único defecto esta en las proporciones de la repartición. Según su texto, la nación, sólo recibira el 25% de su valor total. La persona que lo localizó y denunció, el 5% y el contratista que lo saque, el 70%. La nación tendrá también una "opción de compra preferencial" sobre aquellas piezas que excedan su 25% y que tengan especial valor histórico o cultural. Lo que no obsta para que el contratista no las venda, si no quiere.
Incluso las compañías interesadas desconocen esta ley, puesto que han propuesto al gobierno tratos del 50 y 50%. Y el 5% de la localización se atomizara entre decenas de personas que conocen el San Jose desde hace 20 años incluido un oficial de la Armada de apellido Jaramillo, que vive en Cali y que en 1966 formó una compañía de búsqueda de tesoros. El afirma con toda seriedad que el San José le pertenece íntegramente y que muy pronto desen terrará la forturna del virrey Sámano.