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PLATA LLAMA PLATA

Un estudio demuestra que durante la época Reagan los ricos se volvieron más ricos y los pobres más pobres.

20 de abril de 1992

EL TEMA DEL DESEQUILIbrio en la distribución de la riqueza ha sido por años uno de los caballitos de batalla de los detractores del Capitalismo. Desde políticos hasta economistas y el mismo ciudadano común sostienen y sospechan que el sistema de economía de mercado, con el pasar del tiempo, vuelve a los ricos más ricos, y a los pobres más pobres.

Acaba de demostrarse que la cosa no es fruto de sólo especulaciones o de posiciones radicales. Un reciente estudio de la Oficina Presupuestal del Congreso de los Estados Unidos reveló que el uno por ciento de los pobladores de ese país, que en últimas son las familias más ricas de Norteamérica, absorbió el 60 por ciento de los ingresos netos de esa nación entre 1977 y 1989. Esas familias cuentan con entradas de por lo menos 560.000 dólares anuales, mientras que un hogar norteamericano promedio sólo puede obtener 36.000 dólares al año. En plata blanca, mientras unos pocos vieron aumentar su ingreso bruto en un 77 por ciento, los norteamericanos promedio consiguieron un incremento de apenas el cuatro por ciento. Al final de cuentas cuatro de cada 10 familias vieron cómo sus ingresos disminuyeron del uno al nueve por ciento en ese lapso.

Durante mucho tiempo, los expertos señalaron que parte del fenómeno de concentración de riqueza se debía a la creciente proporción de hogares con doble ingreso y a la mayor cantidad de profesionales de alto nivel que egresaban de las universidades. Pero más esposas trabajando y más másteres no son suficientes para explicar las crecientes desigualdades. Las explicaciones son de varios órdenes. Una posibilidad es que los ricos hayan desarrollado una tendencia a declarar la totalidad de sus ingresos gracias a la reducción de las tasas de imposición, que durante el gobierno de Kennedy llegaron a ser del 90 por ciento, y que durante la era Reagan bajaron hasta el 31 por ciento.
Pero no son muchos los que creen raíz, se trate únicamente de una tendencia a contribuir más. De hecho, los ingresos del uno por ciento más rico de los Estados Unidos conocieron un verdadero boom de 1977 a 1989 y los salarios de los altos ejecutivos se dispararon en forma desproporcionada: a mediados de los años 70 los jefes ganaban en promedio 35 veces más que sus empleados, mientras que al final del decenio pasado, esta proporción pasó a ser de 120 a uno. Sin embargo, muchas de las fortunas que hacen parte del uno por ciento de privilegiados no son únicamente las de los gerentes de las grandes empresas ni las de las grandes firmas de abogados. Economistas de la Universidad de Michigan aseguran que por lo menos de la mitad de los ingresos provienen de la fortuna misma, por cuenta de los altos retornos sobre el capital, los dividendos y los intereses. La finca raíz las acciones y los bonos, que es precisamente la forma que toman las grandes fortunas, tuvieron su época de oro durante los 80.

A pesar de que esta concentración de los ingresos es, a ojos de muchos, un inconveniente, existen quienes no piensan de este modo. Independientemente de las consideraciones políticas y morales, el resultado de la era Reagan fue un crecimiento económico que incrementó el ingreso global de los hogares norteamericanos en 740.000 millones de dólares. Si bien es cierto que benefició principalmente a las clases pudientes y éstas pagaron menos impuestos individualmente, el volumen total del recaudo fiscal también creció. Por lo tanto también hubo redistribución de la riqueza en forma de los diferentes servicios sociales que fueron financiados principalmente con el dinero de las viejas y de las nuevas grandes fortunas. Por lo demás, si hay algo que salte a la vista de la era Reagan, es el surgimiento de nuevas riquezas y la movilidad social ascendiente.

Ahora bien, hasta dónde es conveniente llevar esos extremos es precisamente el gran debate económico y político planteado que pone en entredicho la eficacia de las políticas económicas neoliberales y que dio pie a las duras críticas de que han sido objeto las Reaganomics. Como quien dice: que entre el diablo y escoja.