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EL GENERAL EN SU LABERINTO

Veinte días después de desautorizar a Samudio, el atentado a Guerrero Paz obliga a Barco a recoger velas y anunciar la mano dura.

26 de diciembre de 1988

"El general en su laberinto". Este es el título de la próxima novela de Gabriel García Márquez sobre el Libertador Simón Bolívar, que será publicada el mes entrante. Así también se podría denominar la situación en la que se encuentra el nuevo ministro de Defensa, general Manuel Jaime Guerrero Paz, luego del atentado del que se salvó milagrosamente la semana pasada. El desafío del terrorismo al instalar una poderosa bomba prácticamente en las barbas del general, casi tres años después del atentado al general Rafael Samudio y un año después de la bomba contra el Ministerio de Defensa, coloca a las Fuerzas Armadas en una posición casi obligatoria de encontrar la salida, de una vez por todas, al laberinto a que se ha llegado en los cinco años transcurridos desde que se inició el proceso de paz.

Proceso de paz que para la opinión pública ha culminado en el momento de peor violencia en la historia de Colombia. Desde su inicio, entre treguas y violaciones, para los militares ha significado el mayor número de bajas sufrido en las últimas cinco décadas. Para la izquierda, estos diálogos han representado el mayor número de muertos y desaparecidos que han tenido en los tres últimos lustros. Para el colombiano promedio, cuando se firmó la paz fue que comenzó la guerra. Hoy la situación se ve sin salida y el atentado a Guerrero Paz ensombrece aún más el panorama.

¿Quién le puso la bomba al general? La respuesta inicial fue: en la coyuntura actual pudo haber sido cualquiera. Los movimientos guerrilleros, por razones obvias. La extrema derecha, para radicalizar aún más la situación y traer la mano dura. Sin embargo, desmenuzando un poco la situación, se puede llegar a conclusiones más concretas. La primera es que el M-19 probablemente no fue. A pesar de sus frustrados atentados en el pasado contra el general Samudio y Jaime Castro, la realidad es que el Eme, en la actualidad es el único movimiento que está más en plan de paz que de guerra. Sus recientes acciones han estado más destinadas a tratar de resucitar el proceso de paz, que a una guerra total, y el intento de asesinar al ministro de Defensa parece buscar más bien lo segundo.

El EPL, a pesar de que busca la guerra total, no cuenta con la infraestructura ni con elementos para una operación tan sofisticada, sobre todo en Bogotá, ya que su campo de acción es Urabá. Aunque el grupo Ricardo Franco inicialmente reivindicó el atentado a través de una llamada anónima, un documento hecho público por el movimiento lo desmintió y le echó la culpa a las FARC.

En esto no son los únicos. Para la mayoría de las fuentes consultadas por SEMANA, sólo hay dos grupos con capacidad para realizar este operativo: las FARC y el ELN. Ambos grupos se han vuelto expertos en dinamita. La red urbana de las FARC, Insurgencia Comunera, fue la responsable del carrobomba al Ministerio de Defensa, el año pasado. El ELN, fuera de las más de cien voladuras de oleoductos, fue el autor del carrobomba al edificio de la Occidental en febrero de este año. Eso en cuanto al know how. Y en cuanto a la actitud el ELN nunca ha estado interesado en treguas, diálogos ni cosas de esas. Las FARC también han tenido una posición ambivalente que podría resumirse en lo siguiente: "Queremos la paz, pero mientras llega habrá guerra". De ahí que aun cuando hay teléfono rojo con Casa Verde, no pierden oportunidad para volar un camión con soldados. A esto hay que sumarle que, recientemente le han decretado la guerra frontal a la extrema derecha. Víctimas de ésta ya han sido exponentes de la línea dura como el parlamentario Pablo Guarín y el diputado Carlos Meléndez. Teniendo en cuenta que no hay mayores diferencias de principios entre volar soldados y volar generales y que línea dura también hay dentro del ejército, muchos consideran que la orden pudo venir de "don Manuel". Aunque el propio Jacobo Arenas refutó telefónicamente esta imputación, las autoridades no consideran definitiva esta negativa ya que en el pasado, atentados como el de Guarín y el del Ministerio de Defensa, fueron desmentidos por Casa Verde pero reivindicados por algún frente, aduciendo iniciativa propia.

Las teorías de que hubiera podido ser la extrema derecha no son muy convincentes. La interpretación de que los simpatizantes de Guerrero Paz habrían decidido matarlo para que se creyera que era la izquierda y como reacción se llegara a un golpe militar es demasiado cinematográfica.

Fuera quien fuera el responsable, lo que es obvio es que los grupos guerrilleros decidieron dar el salto al terrorismo. Si en el pasado la aspiración era la toma del poder por medio de una derrota militar propiciada por el ejército del pueblo, esta posibilidad ha desaparecido. Más ventajas de las que ha tenido la guerrilla colombiana en los últimos cinco años, no ha tenido ninguna guerrilla en el mundo. Y curiosamente nunca ha estado más lejos la posibilidad de que los movimientos armados puedan llegar al Palacio de Nariño. Antes del proceso de paz, la guerrilla tenía la teoría de que la opinión pública era conquistable. Inclusive, en la época de Bateman, el M-19 llegó a tener un grado de popularidad considerable dado el carisma y genio publicitario de su "comandante". Hace apenas cinco años no pocos radioescuchas llegaron a descrestarse con la bonachonería y chabacanería familiar de "don Manuel", quien daba la impresión de ser un campesino bien intencionado y no el bandolero que llamaban "Tirofijo". Se llegó también a pensar que se podrían convertir en una fuerza electoral y se vislumbró la posibilidad de que Jacobo Arenas se luciera en el Parlamento.

Hoy todo eso ha cambiado. En la actualidad la palabra guerrillero es asociada con la de criminal. A pesar de toda la pantalla, del crecimiento de los frentes y del control de vastas zonas del territorio nacional, el pueblo colombiano no quiere verlos. Y no sólo no quiere verlos, sino que quiere salir de ellos y ese sentimiento es igual de sólido en la base como en las clases dirigentes.

La guerrilla, consciente de esto, ha dejado a un lado sus tácticas tradicionales de "agitación, propaganda y movilización". La labor de concientización de las masas, prioridad hasta hace poco tiempo de las organizaciones guerrilleras, ha dado paso al "terror revolucionario".

Ante el fracaso de las perspectivas militares y las perspectivas políticas, sólo queda la de crear el caos. Como la victoria es imposible, la única alternativa es que el sistema se desintegre por si sólo. Y por eso, no importa sacrificar recursos energéticos, volar fábricas o intentar acabar con las "cabezas visibles del sistema" como el Ministro de Defensa.

La guerrilla colombiana, que nació soñando con convertirse en un ejército popular como el de Mao, o en un foco guerrillero como el de Fidel Castro, ha cambiado de modelo y ha pasado a emular a las organizaciones terroristas del mundo como la ETA de España, las Brigadas Rojas de Italia o la Baader-Meinhof de Alemania. Su modus operandi no tiene nada que ver con impulsar un proceso revolucionario de masas. Hoy en día los otrora románticos del poder han terminado adoptando la teoría del "blanco", utilizada por los antiguos anarquistas y por los modernos terroristas .

Ante una escalada terrorista, el gobierno tenía que responder. El presidente Virgilio Barco, quien había herido la susceptibilidad de las Fuerzas Armadas con motivo de la desautorización a la "ofensiva total" que anunció Samudio, se vio obligado a recoger algunas velas y a recurrir menos a la "mano tendida" y más al "pulso firme". Con tono más fuerte que el de costumbre, el presidente Barco dijo ante los televidentes: "No más negativismo, no más insolidaridad. Vamos a demostrar que no somos una mayoría aterrorizada y silenciada, sino una nación vibrante que no cede ante el terrorismo". Anunció un paquete antiterrorista que incluye siete medidas como aprehensión inmediata y cadena perpetua para los terroristas, incremento del pie de fuerza y de los recursos para las Fuerzas Armadas, perdón judicial para los asesinos que delaten a sus cómplices, suspensión del jurado de conciencia en los delitos monstruosos y protección especial para los jueces que investiguen este tipo de crímenes.

Seguramente estas medidas serán objeto de muchas discusiones y se pondrá en tela de juicio su validez jurídica, pero lo que es indudable es que el presidente Barco satisfizo los requisitos del momento al actuar en forma inmediata y enérgica. El problema es que una cosa son los requisitos del momento y otra los de largo plazo y es ahí justamente donde está el laberinto. Porque, a pesar de que el Presidente desautorizó la mano dura que pidió Samudio, lo que la opinión pública espera de Guerrero Paz no es que haga lo contrario.

EL DRAMA DE LOS ANONIMOS
Como de costumbre, el martes 22 de noviembre, el general Manuel Jaime Guerrero Paz salió de su despacho a las 7 y 30 de la noche y se enontró con su jefe de escolta, el sargento viceprimero Luis Rubiano Velasco, apodado "el perro". "Buenas noches `perro'. Por hoy hemos terminado. Nos vamos a descansar", le dijo. Luis Rubiano le contestó. "Listo, mi general. Salimos cuando usted diga". Y partieron. Cinco minutos después, "el perro" y dos escoltas más, Luis Enrique GArcia Erazo y Germán Castrillón habían muerto. Pero en la euforia de que el ministro hubiera salido ileso, casi nadie se ocupó del drama de las trs familias cuyos hombres, los anónimos escoltas, cayeron abatidos sin tener tiempo siquiera de disparar sus armas.

El pasado sábado 19 de noviembre, todos los escoltas de Guerrero Paz y el propio general habían asistido al matrimonio del cabo Maya, integrante de su escolta personal. La fiesta se realizó en el Club de Suboficiales y allí todos estuvieron celebrando hasta la madrugada, en la que sería la última fiesta de este grupo que se formó hace unos meses, cuando el general fue nombrado jefe del Estado Mayor Conjunto.

El más veterano del grupo era el sargento Luis Rubiano, de 33 años. De familia humilde, había ingresado al Ejército hace 12 años cuando lo reclutaron en La Dorada. Después de prestar su servicio militar en el Batallón Rifles, pidió su reingreso y solicitó hacer curso para suboficial. Durante sus 12 años de carrera militar se destacó por su responsabilidad, lealtad y cumplimiento del deber, al punto que sus compañeros y sus jefes lo apodaron "el perro". Dos condecoraciones y 46 felicitaciones hablan de su dedicación. Si alguna vez tuvo miedo, lo mató en una emboscada que sufrió en el Cañón del Caguán (Caquetá) a manos de las FARC, en que la mayoría de sus compañeros murió. Desde marzo de este año había sido trasladado a Bogotá como comandante escolta del general Guerrero Paz. Siempre le decía a su esposa, cuando ella le comentaba su temor a que algo le pasara: "Mija, usted no se preocupe. Si a mí me matan, ahí está mi fina esfampa ". Sus tres hijos eran su "fina estampa". Malicioso, voluntarioso, vivía obsesionado con el paracaidismo. Siempre le decía al mayor Martínez, su jefe: "Cuando haya un saltico déjeme ir".

El otro de los escoltas muertos, segundo en antiguedad, era el sargento segundo Luis Enrique García Erazo. De 29 años, había nacido en Cumbal (Nariño). También de familia humilde, se casó hace dos años y tenía una niña de 10 meses. Desde el mes de marzo hacia parte de la escolta del general Guerrero Paz. Su esposa y su hija se habían trasladado a Bogotá hace un par de meses. Ya le habían adjudicado una casa fiscal y estaban haciendo los trámites para mudarse del Club de Suboficiales a la casa. Después de su trabajo, su única distracción era dedicarse a su esposa y a su hija. Nunca decía no a nada. Y lo único que extrañaba de su tierra era el cuy.

El tercer escolta era Germán Castrillón Caro, de 28 años. Su cumpleaños lo celebraron el 16 de noviembre. "Nada lo conmovía", dice el mayor Hernández y agrega: "Pensé que no servía como escolta". Sin embargo, él insistió en que le dieran la oportunidad y se la brindaron. Su pasividad se convirtió entonces en una gran cualidad. Mientras sus compañeros se ponían nerviosos por algún movimiento raro, Germán permanecía tranquilo. Era muy buen compañero y prueba de ello es que teniendo aprobadas sus vacaciones para la última quincena de noviembre, cuando uno de los escoltas le pidió que cambiara su turno de vacaciones con él, de inmediato aceptó y comentó que se iría para Manizales a pasar las fiestas de diciembre con sus padres. Estaba muy ilusionado con llevarle a sus padres muchos regalos con la plata de la prima de Navidad. Se fue ganando poco a poco el afecto del general y de sus compañeros. Por su carácter introvertido, era una de las personas en quienes más se confiaba, dicen sus superiores.

En ese atentado, como en el secuestro del político y periodista Alvaro Gómez Hurtado, la cuota de sangre corrió por cuenta de esas personas que se han convertido, en los últimos tiempos en este país, en servidores absolutamente indispensables: los escoltas .

"Si mi muerte contribuye..."
Los colombianos que no sabían mucho sobre el nuevo Ministro de Defensa se sorprendieron cuando lo escucharon después del atentado. En tono grandilocuente, casi parodiando a Bolívar dijo: "Si mi sangre contribuye para que los colombianos se den cuenta de lo que está sucediendo en el país, estoy dispuesto a ofrecer mi vida". Esta frase, aisladamente, podía sonar melodramática, pero en el contexto del discurso y dadas las circunstancias en que se daba su intervención, lo dejaban ver como un valiente. Manuel Jaime Guerrero Paz, un hombre de baja estatura, desconocido hasta entonces por la opinión pública, a partir de ese momento se creció.

Pastuso de nacimiento, este hombre de rostro endurecido, de 55 años, que afirma que no existen líneas entre los militares, y que sueñan quienes sostienen que dentro del Ejército se dan diferencias, no vacila en afirmar que: "No hay generales troperos ni generales intelectuales".

Esta frase parecía más bien su autodescripción. Durante mucho tiempo el general Guerrero Paz, ha sido calificado por los analistas como un tropero. Estuvo al frente del operativo militar que arrinconó al frente sur del M-19 que en 1981 desembarcó por la Costa Pacífica. A los que no capturó los obligó a huir hacia el Ecuador. Siempre ha estado en el puesto de combate. Ha pasado por la Brigada de Institutos Militares, por la Escuela de Caballería y fue director de la Escuela de las Américas, en Panamá.

Y en tres semanas que lleva al frente del Ministerio ha dado muestras de ser también intelectual. Su formación académica, licenciado en ciencias de la educación, con especialización en sicología y pedagogía en la Universidad Pedagógica, ha salido a relucir en estos días, con motivo de sus obligatorias intervenciones. "El diálogo es la forma civilizada para solucionar las controversias, pero el dialogo tiene un requisito: la lealtad entre los interlocutores", dijo el día de su posesión. Y días después, dando muestras no sólo de pedagogo sino de político agudo, se refirió a un tema que siempre había sido tabú para los militares. Sin pelos en la lengua afirmó: "Cualquier organización de tipo subversivo, terrorista, de sicarios o paramilitares y de justicia privada debe ser implacablemente perseguida".

El general Guerrero Paz, es visto dentro de las Fuerzas Militares como un duro frente a la subversión, con prestigio ganado en el campo de batalla. Pero además, un fanático enemigo de los grupos de extrema derecha que casi siempre terminan desacreditando a las Fuerzas Armadas. La idea generalizada es la de que Guerrero Paz es un hombre que puede acabar con la extrema izquierda, pero también con la extrema derecha.

Esta combinación entre el tropero y el intelectual, entre el antisubversivo y el antiparamilitar, es la guía para la acción del nuevo Ministro de Defensa, quien tiene muy claro que no se puede dar lo uno sin lo otro. Tal vez la dialéctica de la guerra y la paz no han podido encontrar un mejor exponente. Este general refleja esa doble condición hasta en su apellido, cosa que lo enorgullece y que lo ha llevado a construir una frase poética: "En medio del corazón de guerrero tengo la ternura de un hombre de paz".