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Las lágrimas que el príncipe Carlos derramó por Camilla Parker

Por primera vez se publica una biografía autorizada de la futura reina de Inglaterra. Ahora resulta que ella era una santa y el perro era su primer marido. El libro tiene patas arriba a la familia real. ¿Por qué?

1 de julio de 2017

El príncipe Carlos se derrumbó por dentro cuando leyó la carta que su amor platónico, Camilla Shands, le escribió en marzo de 1973. Le anunciaba que, después de años de noviazgo, se iba a casar con Andrew Parker-Bowles. Al príncipe le pareció especialmente cruel leer esa noticia de puño y letra de la mujer con la que venía de pasar seis meses mágicos, llenos de diversión, paz y alegría... mientras el novio estaba fuera por obligaciones militares. Carlos no lloró en ese momento, pero sí envió varias cartas llenas de angustia a sus allegados. En un intento final de disuadirla, le escribió y le pidió no casarse, pero no importó. Carlos no asistió a la boda, con el pretexto de otros compromisos.

Muchos años, lágrimas, affaires y divorcios después, a ellos dos les llegó su turno. Carlos y Camilla Parker-Bowles se casaron en 2005, después de sufrir un particular calvario sentimental. La familia y los allegados a Diana Spencer, con quien el príncipe Carlos se casó en 1981 y tuvo sus dos hijos, culparon a Camilla del fracaso matrimonial. Con insistencia la demonizaron por ser la libidinosa, la traicionera, ‘la otra’. Pero Penny Junor, escritora y periodista especializada en la realeza de Reino Unido, trata de equilibrar el relato. En The Duchess: The Untold Story, un libro que estos días tiene patas arriba a la casa real, Junor cuenta la historia desde la perspectiva de la duquesa de Cornualles. La investigadora habló con la familia de Camilla y sus confidentes más cercanas y además cuenta con su aprobación, lo que no había sucedido hasta el momento.

El recuento de Junor desnuda cómo los protagonistas de esta telenovela de la vida real tomaron decisiones sentimentales basadas en el capricho, la resignación y el peso del protocolo social. Camilla se casó mal pues gozaba de tener un marido-trofeo que le reconfortaba su ego, pero que no retribuía su cariño y le era infiel con sus amigas. Carlos se casó mal pues tenía el afán de dejar atrás su amor imposible y debía proyectar una imagen para la Corona, lo que hizo muy difícil su vida y la de Lady Di. No sorprende, pues, que el transcurso de los hechos haya provocado dolor a todos los involucrados.

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Triángulo amoroso

Carlos y Camilla se conocieron en 1971, cuando eran jóvenes y su panorama sentimental incierto. Lucía Santa Cruz, una amiga chilena que tenían en común, sabía que su amiga estaba ennoviada y maravillada con Andrew Parker-Bowles, un oficial de la caballería buen mozo, con conexiones reales y sangre noble (que aún no se atrevía a pedirle la mano). Pero también sabía, como todas las mujeres de su círculo social, que este era tan descaradamente infiel que no podría provocarle más que tristezas. Por eso, la chilena hizo las veces de celestina. Le presentó a Carlos, un hombre distinto, tímido, recatado y menos pomposo, así fuera, curiosamente, mucho más famoso: el futuro rey.

El encuentro en un apartamento del barrio Belgravia marcó sus vidas, aunque de formas distintas. Carlos quedó inmediatamente maravillado con su manera de reír y hacer reír, con sus intereses en común y la manera en la que lo hacía sentir ‘normal’. Por eso la llamó con insistencia para cuadrar más encuentros. No importaba si Camilla tenía de novio a un hombre con el cual compartía equipo de polo. El tío del príncipe, lord Mountbatten, sabía de su fascinación por ella, y los recibió varias veces en su mansión de Broadlands. Precisamente por eso lo llamó al buen juicio: le recordó que Camilla Shands no tenía sangre azul y probablemente no era virgen, lo que la descartaba como su posible esposa.

Para ella, conocer al príncipe tuvo un impacto distinto. Adoraba pasar tiempo con él, lo consideraba una gran ‘amigo con derechos’ y pasaba largos ratos con él mientras Andrew Parker-Bowles se ausentaba. Pero no aspiraba a ser ni princesa ni reina. Más importante, en el campo sentimental solo tenía ojos para su hombre, quien para empeorar las cosas en esos meses salía con la hermana menor de Carlos, la princesa Ana.

Se suele decir que Camilla fue la infidelidad en persona, pero Junor contextualiza el hecho. Menciona que ella aceptó en silencio que Andrew, entre 1966 y 1973 (cuando era su novio) y luego entre 1973 y 1995 (cuando fue su marido), tuviera relaciones con mujeres de alta sociedad, que lo deseaban y, en gran mayoría, eran amigas suyas que no tuvieron problemas en traicionarla. Durante gran parte de la relación, a pesar de enredarse con el príncipe Carlos, Camilla creía que Andrew podía cambiar y quererla como lo añoraba. Tristemente, falló en ese intento.

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Camilla Shands conoció a Andrew Parker-Bowles en 1965, cuando tenía 17 años y él 25. A pesar de no ser una joven atractiva, nunca le faltaron pretendientes. Su seguridad arrolladora y su humor franco y descomplicado llamaban la atención, y Parker-Bowles no escapó a sus encantos. Él, por su parte, era dicharachero, muy coqueto y con su perfecto estado físico derretía a las mujeres. Se hicieron novios en 1966 y, si bien él apreciaba la forma de ser de Camilla, siempre existió un desequilibrio. Ella estaba más fascinada con Andrew que él con ella.

Exceptuando cuando tuvieron sus hijos (en 1974 y 1978), la escena poco cambió desde que se casaron. Se mudaron a la mansión Bolehyde, a dos horas de Londres, y allá ofrecían grandes cenas. Nunca tuvieron escándalos públicos y la familia aparentaba ser funcional, pero, como recalca Junor, las apariencias engañan, especialmente en la alta sociedad. Se comentaba que Andrew seguía portándose mal, a tal punto que en una cena de sociedad una mujer se acercó y le preguntó: “Andrew, ¿hay algo mal conmigo? Soy amiga de Camilla y no te me has insinuado”. En las semanas que pasaba en Londres, lejos de su mujer e hijos, llevaba una vida de soltero compartiendo un apartamento con el esposo de su hermana. Experimentados y en el mismo juego de tumbalocas, usaban las botellas de leche en la puerta para comunicarse si se podía entrar o estaban ‘ocupados’.

En esos años setenta, los Parker-Bowles coincidieron mucho con la familia real. Andrew era consentido de la reina madre, quien aprobaba a su risueña mujer. Y la pareja escogió a Carlos como padrino de su primer hijo. El príncipe, además, se quedaba en la mansión de Bolehyde antes de los compromisos de polo. Fueron días de amistad y franqueza entre Carlos y Camilla, en los que charlaban como confidentes y él disfrutaba pasar tiempo con su ahijado. Pero con el paso de los años, y las andanzas sin fin de Andrew, Camilla se volvió cada vez más insegura. Esa creciente angustia cambió la situación entre el príncipe y ella; una vez más surgió una chispa de pasión que las circunstancias pronto calmaron.

Cuarteto de tristeza

Carlos conoció a Diana Spencer cuando ella tenía 19 años. Había salido antes con su hermana mayor, Sarah, pero todo se fue al traste cuando esta le dijo a la prensa que Carlos era muy enamoradizo y no era su tipo de hombre. Con ese golpe de ego, al príncipe le angustiaba la imagen que proyectaba y, cercano a los 30, tomó cartas en el asunto.

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Con Diana la ecuación cuadraba. Era una mujer bella, joven y virgen, de sangre real, el partido perfecto en el papel. Y cuando Carlos la llevó de visita a Bolehyde, y consultó a los Parker-Bowles qué opinaban de ella, la aprobaron enérgicamente. Era obvio que la única opinión que buscaba era la de Camilla. Diana, a su vez, hizo todo para agradar al príncipe, y aunque la idea de ser princesa la emocionaba, era demasiado joven para saber si estaba realmente enamorada de él y para entender la trascendencia de un matrimonio real. Carlos tampoco ayudó pues solo le dijo que Camilla era una gran amiga, y si bien con el tiempo le confesó que habían sido íntimos, siempre le juró que no habría otras mujeres en su vida. Sembró en ella, quizás honesta e inconscientemente, la idea de que, en el fondo, quería estar algún día con Camilla.

Junor establece, en su libro y en sus entregas en el diario The Daily Mail, que Carlos fue el artífice del desastre, pues muchas voces amigas le expresaron sus dudas sobre su pareja y sus motivaciones, y las trató mal por atreverse a cuestionarlo. Junor relata que, a pesar de tratar de ignorarlas, Carlos estaba de acuerdo con las advertencias. La noche anterior al matrimonio, el 28 de julio de 1981, ahogado en su propia frustración, el príncipe rompió en llanto pues sabía que su corazón estaba lejos de su prometida.

El matrimonio de Carlos y Diana fue televisado mundialmente, pero la alegría se disipó apenas se apagaron las cámaras. En la luna de miel, enfurecida porque Carlos pasaba demasiado tiempo pintando acuarelas, Diana destruyó sus instrumentos de pintura. La joven venía sufriendo de bulimia en los meses previos que llevó a los primeros días de su matrimonio, y varios episodios la llevaron casi a la demencia. Cuando una foto de Parker-Bowles voló de la agenda de Carlos mientras cuadraban sus horarios, estalló en cólera. Además, su marido a veces lucía unas mancornas con dos ‘C’ entrelazadas, lo que Lady Di asoció correctamente a ‘Carlos y Camilla’, pues Parker-Bowles se las había regalado.

Los obsequios no se detuvieron, pero creció el rechazo de Diana, quien dejó de ver a a Camilla como una amiga y pronto la borró de sus buenos tratos. Esta se alejó para darles espacio, pero no había marcha atrás. El matrimonio de Charles y Diana había nacido quebrado, y sumió a sus protagonistas en una depresión enfermiza.

En 1986, preocupados por la salud mental del príncipe, amigos en común le pidieron a Camilla llamarlo y sacarlo del hoyo en el que se sentía. Lo que en principio fue una conversación de aliento tomó fuerza y se convirtió en un affaire interminable, que solo en 2005, tras la muerte de Di, se validó socialmente con una unión que aún perdura.