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Es una de las pocas celebridades que ha tenido el honor de aparecer simultáneamente en la portada de todas las ediciones de la revista Time. | Foto: .

CINE

Daniel Day-Lewis, el mejor actor del mundo

Por su papel en 'Lincoln', este hombre se llevó su tercer Oscar como mejor actor protagónico.

10 de enero de 2013

Entre la lista de grandes actores, hay uno que se roba todos los honores por su capacidad de desmenuzar a su personaje hasta convertirse en él, por sus métodos extremos, por su capacidad actoral y por su desmesura. Un verdadero monstruo. Y no es un título exagerado ni gratuito.

Se trata de Daniel Day Lewis, una de las pocas celebridades que ha tenido el honor de aparecer simultáneamente en la portada de todas las ediciones de la revista Time. ‘El mejor actor del mundo’ es la leyenda que acompaña la foto de Day-Lewis en las ediciones de Europa, Asia y el Pacífico Sur.

La única diferencia es que la carátula que circuló en Estados Unidos trae una imagen suya como Abraham Lincoln, su personaje en la más reciente película de Steven Spielberg que le acaba de valer su quinta nominación al Oscar (ganador por ‘My Left Foot’, 1989, y ‘There Will Be Blood’, 2007).

Lewis no solo interpreta sus papeles convincentemente, sino que se compromete tanto con los roles que su preparación es una de las más complejas del cine. Por ejemplo, para Lincoln, Day-Lewis habló como el expresidente durante meses dentro y fuera del set, firmó sus mensajes de texto como ‘A’ y solo respondió al nombre de Abraham.

Como si fuera poco, el asombroso parecido entre los dos es tal que, de no ser porque la publicación aclara que se trata del actor, cualquiera pensaría que es una foto del decimosexto inquilino de la Casa Blanca.



Este hombre, nacido el 29 de abril de 1957 en Londres, es el hijo del poeta inglés Cecil Day Lewis, que le dedicó un poema a su hijo titulado 'El recién nacido', en el que se asombra de la fuerza del pequeño a pesar de su aparente dulzura.

Desde ese entonces fue evidente que el niño no sería cualquier cosa. El tercer hijo de la familia estudió en un hogar con formación comunista, estudió en un colegio público, terminó vinculado con los delincuentes de su barrio, en el sureste de Londres, y fue a parar a un instituto como interno, en Sevenoacks, uno de los colegios de más tradición en el Reino Unido, cuando sus padres vieron que el joven había perdido el rumbo.

Desorientado y desesperado por el rigor de las clases, entró a formar parte del grupo de teatro solo para poder expresarse. Y le gustó. Dijo, en ese momento, que se iba a dedicar a hacer eso. Y puso toda su rebeldía en ello.

Su primer trabajo en la pantalla grande fue simple: caminar con muchachos de su edad y rayar carros, en Sunday Bloody Sunday (1971). Como siempre en su vida, desde ese momento hasta su próximo filme pasaron muchos años, en realidad once, hasta que volvió a hacer un papel menor en Gandhi (1982). Unos años antes había trabajado en episodios cortos en la televisión. Durante esos años de silencio se enamoró de la carpintería y trabajó en obras de teatro.

Estuvo a punto de dedicarse a la carpintería, pero un artesano le dijo que tal vez no tendría el temperamento para consagrarse a ese oficio porque era demasiado introspectivo por fuera, pero salvaje por dentro. Así que con paciencia volvió a hacer sus pasos y a dedicarse a la actuación.

Los estudios los acabó en 1975, pero solo hasta 1985 tuvo un papel decente, en Mi hermosa lavandería, que él convirtió en una actuación brillante y que lo llevó a ganar sus primeros premios como actor secundario otorgado por el National Board of Review de Estados Unidos, y por los críticos de Nueva York, tanto por esa cinta como por Una habitación con vista, que también se estrenó ese mismo año. Dos actuaciones premiadas en un solo actor.

En ese momento, el monstruo despertó de lleno. El actor británico, educado con los clásicos, protagonizó, junto con Juliette Binoche, La insoportable levedad del ser (1988), cinta que también fue nominada en algunas categorías, como las anteriores, a los Oscares.

Pero fue en 1989 cuando tuvo que interpretar algo más que personajes accesorios o contenidos. Se trató de Mi pie izquierdo, en la que Day Lewis interpreta al tetrapléjico Christy Brown, un hombre que supera el desprecio de haber nacido con parálisis, y aprende a manejar la única parte de su cuerpo que puede controlar: el pie izquierdo.

Considerada una de las mejores actuaciones de la historia, muestra a un Day Lewis convertido en otro hombre. Ganador de su primer Oscar por esta cinta, en ese momento ya pasó a ser leyenda. Y se difundieron sus métodos de preparación como actor.

Para su papel en Mi pie izquierdo vivió en una casa en Dublín con personas con discapacidades, pasó meses junto a los enfermos, aprendió a pintar con un cuchillo y con pinceles con dos dedos de su pie izquierdo, se dejó la barba y fue tan consciente de su papel que no se levantó de la silla de ruedas nunca durante el rodaje, obligando al equipo a tratarlo como si fuera un real discapacitado, pidiéndoles que lo alimentaran con cuchara y pidiendo que lo llevaran de un lado al otro.

Luego, cuando intepretó a Hawkeye (Ojo de halcón) en El último mohicano (1992), se consagró tanto al papel que ganó 10 kilos de peso, se fue a vivir al bosque acompañado por un rifle, en casi completo aislamiento, aprendió a pescar, a despellejar animales, a comer su carne, a construir canoas y a disparar en movimiento. Para variar, consiguió ser nominado a varios de los mayores premios, como los Bafta.

Igual sucedió con La edad de la inocencia, en un papel contenido y de época en el que sacó a relucir sus maneras más clásicas, o con Las brujas de Salem (1996), cuando decidió irse a vivir al pueblo que se iba a utilizar como set en Massachusetts, y allí trabajó la tierra, construyó la casa en la que iba a vivir su personaje con su conocimiento de la carpintería y se convirtió en el personaje, tal cual, sin que nadie lo dudara nunca.

Sin embargo, casi nunca fue tan evidente su calidad como actor como cuando trabajó en el otro papel que le daría una nominación al Oscar: En el nombre del padre (1993).

Para ese papel como prisionero injustamente condenado que fue nominado a siete premios de la Academia, perdió 15 kilos, comió las mismas raciones que los presos, pasó dos noches sin comer ni beber en la celda de las locaciones, vivió dentro y con la agonía de los prisioneros reales. Luego, en El boxeador, otra gran cinta de Jim Sheridan, al igual que la anterior, se convirtió en un púgil de verdad, que boxeaba con ímpetu y acabó con la nariz rota y una hernia. Se metió tanto en el papel que sus puños eran todo menos ficticios.

Ese año desapareció. Solo hasta 2002 volvió al cine, cinco años después, con Pandillas de Nueva York, donde de nuevo impresionó con su voz, nunca parecida a sus anteriores, con su postura, nueva en él, con su rostro, nada similar a los anteriores, y un papel memorable que le valió otra nominación al Oscar y para el cual aprendió el oficio de ser carnicero y el arte de lanzar cuchillos.

Finalmente en Petróleo sangriento (There Will be Blood), la cinta que le valió su segundo Oscar en la ceremonia de este domingo, decidió vivir como los buscadores de petróleo, en el desierto, de manera sencilla, y luego trabajar un personaje que va transformándose hasta convertirse en la representación de la soledad, la locura y el mal despiadado.

En una cinta en la que sale prácticamente en cada cuadro, su personaje va mutando por la avaricia, con una voz que de nuevo no se parece a las anteriores de Lewis y un aspecto físico que es distinto a todos sus anteriores.

La escena final, en la que arroja bolos a un predicador en una pista para este deporte, lo muestra totalmente consumido por la locura, aterrador y monstruoso.

Es más, en su vida real utiliza aretes en ambas orejas, tatuajes con los nombres y las manos de sus tres hijos y un acento culto. Y nadie sabe si también ahí está actuando.