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El show de los Díaz

El nuevo programa Lucho y su Gloria, será un espacio en el que los Díaz, a diferencia de los Osbourne, aparecerán sin maquillajes, tal cual son, pero en situaciones en las que nunca han estado.

Sandra Janer
27 de marzo de 2006

Mientras veía un capítulo del ‘reality show’ The Osbournes acerca de la estrambótica vida cotidiana de la familia del roquero Ozzy Osbourne, a Pirry se le ocurrió hacer una versión criolla del programa. Y cuando se preguntó qué familia colombiana podría parecer tan disfuncional como para protagonizarla, pensó que sólo conocía a un personaje desparpajado, natural y desatinado que podía cumplir con los requisitos: Luis Eduardo Díaz, más conocido como Lucho, el pintoresco concejal que llegó al cabildo de Bogotá con el lema ‘Lustrabotas, a mucho honor’. Y como “no es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18), Pirry pensó que Gloria Esperanza Vargas, su compañera durante más de 25 años, también podría ser en la pantalla chica su complemento perfecto así como en la realidad: ella es una mujer grande y él es más bien menudito, ella es una boyacense templada y él es un cachaco relajado, pero ambos tienen en común su manera de asumir la vida con humor, quizá porque es una característica innata en ambos o porque a punta de golpes aprendieron que el mejor antídoto para el dolor es la risa.

Así será su nuevo programa Lucho y su Gloria, un espacio en el que los Díaz, a diferencia de los Osbourne, aparecerán sin maquillajes, tal cual son, pero en situaciones en las que nunca han estado. “Vamos por primera vez a la ciudad Verónica”, dice Lucho con propiedad en el programa inicial. “Cuál Verónica... será Heroica”, lo corrige Gloria, con una enorme sonrisa, como de costumbre. El show busca mostrar contrastes: si en un primer momento la pareja se le mide a probar sushi y a relatar su experiencia en un sitio refinado, luego jugarán en su propia cancha hablando de las bondades de la fritanga o del Festival de la Chicha en el Tolima en el que ella se convirtió en la reina de la bebida al tomarse 10 vasos en 10 minutos derrotando a sus contrincantes.

Y es que hay toda una filosofía detrás de su estilo de vida. “Hombre no se echará con hombre”, dijo Lucho, Biblia en mano, cuando tiempo atrás Pirry, que en su propio programa lo convirtió en una especie de asesor político, le preguntó qué opinaba de los matrimonios homosexuales. Para no ir muy lejos en las grabaciones del nuevo reality, en un episodio dedicado a la sexualidad, cuando una médica le preguntó acerca del sexo oral, Lucho respondió con su espontaneidad habitual: “Doctora, yo para recitar no sirvo, a duras penas sé leer y escribir”. Por si fuera poco, en el mismo capítulo cuando le dijeron si sabía dónde quedaba el punto G, lo fue a buscar en la calle 93 pensando que se trataba de un conocido bar de la capital que tiene ese nombre.

Tal vez estos retos no sean nada para Gloria y Lucho, comparados con los que les ha tocado superar. Porque la historia de estos dos habitantes del sur oriente de Bogotá podría ser un cuento de hadas moderno con unos personajes que, aunque en nada se parecen a un príncipe azul y a una heroína tradicional, han tenido que afrontar las dificultades típicas de la pobreza, como las de la fama, en medio de su historia de amor.

Se conocieron cuando ella tenía 14 y él 16. Ella estudiaba en el colegio El Rosario, en Chapinero Alto, y él pintaba las paredes de la institución. Ella solía trabajar como empleada doméstica desde niña y él se había hecho experto en reciclaje desde pequeño cuando empezó cargando los costales de su mamá. “La conquisté con mi charla, con mis vainas”, cuenta Lucho; pero Gloria asegura que él la enamoró con su inocencia.
Fuera con su “charla” o con sus cosas de niño, a los pocos meses la convenció de que se escaparan y se fueran a vivir juntos. Desde entonces no se separarían. “Mi mamá me buscó por todos lados y repartió fotos en el DAS hasta que le dimos la cara y tuvo que aceptar la relación. Hoy lo quiere como si él fuera el hijo”.

Al poco tiempo nació Marcela, la primera de tres hijas de los Díaz, para quien también las cosas han sido difíciles desde que llegó al mundo. Primero, porque Gloria tuvo un parto complicado y fue su mamá quien recibió a la bebé que venía de pie. Segundo, porque un año después la casa en la que vivían, construida con paja y guadua, se prendió con cocinol y la niña estaba dentro. Otra vez fue la abuela quien logró rescatarla pero la pequeña sufrió quemaduras de segundo grado en cara y cuerpo y permaneció cuatro meses hospitalizada en graves condiciones.

“Las medicinas eran muy costosas y yo no tuve otro camino que robar. Unos vecinos me enseñaron a quitarle las farolas a los carros”, recuerda Lucho. La primera vez tuvo éxito y compró 10 ampolletas del remedio que Marcela necesitaba. La segunda lo único que consiguió fue pasar 18 meses en prisión, una parte en la cárcel La Modelo y luego en la Colonia Penal de Oriente en Meta, período durante el cual Gloria y su hija vivieron de la caridad. Y como si se tratara de recuperar el tiempo perdido, del reencuentro nació Lady, la segunda niña, como cuentan con su picardía característica.

En esa época la familia subsistía gracias a un carrito de balineras, que no solo servía para reciclar sino de cama para los cuatro. “Siempre nos hemos estado juntos y por eso nos hemos mantenido. Yo le admiro a Gloria su berraquera que me da fuerza para seguir adelante. Ella prende el motor y yo arranco”. Con los pesos que ganó Lucho pudo pagar una pieza ubicada en la calle de El Cartucho y fue entonces cuando se le ocurrió dedicarse al oficio que lo haría famoso: “Embolador no, es lustrabotas, embolador se usa para ofender el oficio”, aclara enfáticamente con orgullo. Les pidió permiso a sus hermanos quienes desempeñaban esta labor en la calle 38 con carrera 13, para que le “abrieran un campito” en el sector, mientras su señora vendía dulces en el semáforo de la calle 70 con carrera séptima. En esas durarían más de 16 años.

“En 2000 uno de mis clientes, el abogado César Rosas, me dio un papel para que firmara. Yo lo hice porque leí ‘Partido Popular Colombiano’ y pensé que era para apoyar a un politiquero. Él me pagó 5.000 pesos por firma y lustrada. A los pocos días me llamó para avisarme que era candidato al Concejo y me pareció bacano”. El día de las elecciones la familia Díaz esperaba los resultados frente al televisor cuando de repente se fue la luz. Pero se enteraron del resultado cuando una avalancha de periodistas llegó hasta su casa. Con 18.754 votos era concejal y su sueldo según cuenta, sería de más de ocho millones.

Aunque reconoce que gracias a esta oportunidad cambió su vida, asegura que Rosas lo utilizó: “Yo solo era un títere que él puso en el Concejo para darle puestos a sus familiares”. Por su parte Rosas considera que le hizo un favor: “Siempre lo he respaldado y me duele que diga esas cosas. Yo quería darle la oportunidad a una persona como Lucho para hacer algo altruista y pasarle una cuenta de cobro a la clase política. Él fue quien nombró a mi esposa como parte del grupo de apoyo normativo en agradecimiento a mi asesoría”.

En el Concejo Lucho promovió proyectos para que los hombres se hicieran la vasectomía y para vigilar las condiciones higiénicas de los sitios de piercing y tatuajes, pero fueron más famosos los escándalos que protagonizó por el alcohol. “Exageraciones de los medios, era cosa de algunos fines de semana”, lo defiende Gloria. Pero la destitución en el segundo período como concejal ocurrió cuando se reveló su pasado en prisión.

Sin embargo, como dice el dicho a Lucho y a Gloria nadie les quita lo bailado. En esa época nació su hija Luisa Fernanda, el lustrabotas se dio el lujo de ir al reality ‘La Isla de los famosos’ y codearse con la farándula colombiana. Se compró un Citroen, Marcela está estudiando enfermería instrumental y tiene un bebé, al igual que Lady que cursa criminalística. En los negocios no les fue muy bien porque su restaurante La salsa Ardiente fracasó, así como la pañalera que abrieron. “Espero que en el programa paguen bien”.