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Los asesinatos de Jack el Destripador en el barrio Whitechapel generan atención y morbo 127 años después de cometidos. Nunca se supo con certeza quién los cometió. ¿Hasta ahora?

LEYENDA

Jack el destripador, ¿un compositor?

La teoría según la cual fue un músico, y que expone el escritor Bruce Robinson tras 12 años de investigación, sorprende a muchos por su profundidad.

10 de octubre de 2015

En Whitechapel, uno de los barrios más pobres y densamente poblados de la Londres victoriana, Jack el Destripador asesinó bestialmente a cinco prostitutas entre septiembre y noviembre de 1888. Oculto en las sombras y la neblina jamás cayó en manos de las autoridades. Su historia macabra e impune vendió periódicos como pan caliente y su nombre trascendió fronteras hasta convertirlo en el primer asesino serial de fama internacional. La primera fotografía en la historia de las escenas de crimen correspondió al quinto y más brutal de sus asesinatos, después del cual cesó su ola de terror. Su leyenda creció con el tiempo y todavía lo hace hoy.

Decenas de personas, los ripperologists, han investigado el caso, pero el tiempo se ha encargado de desvirtuar muchas de sus teorías. Sin embargo, este año una nueva versión agita el escenario y da de qué hablar por su profundidad e implicaciones. En su libro They All Love Jack que podría ser la investigación más seria sobre los crímenes del Destripador, Bruce Robinson afirma en 850 páginas haber destapado el misterio. El autor trabajó 12 años escudriñando documentos y relatos, con la ayuda de dos investigadores de Estados Unidos, uno de Suráfrica, uno de Londres y otro de Bradford, al norte de Inglaterra.

El estadounidense Robinson, guionista y cineasta de 69 años, asumió la misión tras charlar en 2000 con el investigador criminal Keith Skinner, quien le aseguró que nadie resolvería el caso del destripador. Apostaron cinco dólares y, 15 años después, Robinson publica sus resultados. Sin titubeos aseguró a la revista GQ “di con el hijo de puta”. Robinson se refiere así a la figura de Jack el Destripador pues cree que debe mirársele sin ningún tipo de heroísmo y no se le debe considerar un mito cultural. Pero el relato de Robinson no solo revela al asesino, sino a muchos que lo encubrieron. Es una teoría de conspiración que involucra a la Policía, al estamento público, y en medio de todas las piezas, a la logia de la francmasonería.

Robinson ya se había topado con el tema mientras investigaba para escribir una novela de acción. En 1889 la estadounidense Florence Maybrick fue acusada de asesinar a su esposo James en su casa de Liverpool. La víctima era un sospechoso de ser Jack, especialmente cuando en 1992 unos obreros descubrieron, en esa misma casa, un documento al que muchos consideran ‘el diario del destripador’, objeto de enorme controversia. Dos grupos de investigadores lo creen legítimo por varias razones, y otro lo considera una farsa. Lo que sí se sabe es que tanto James Maybrick como su hermano Michael eran francmasones.

La historia dice que el Destripador superó en ingenio a las autoridades. Pero si bien pudo ser el caso en los dos primeros asesinatos, Robinson revela que el comisionado de Policía, sir Charles Warren, reconoció que el asesino era francmasón como él y, como le dictaba el juramento de la logia, protegió a su ‘hermano’ antes que cumplir con su trabajo.

Luego del cruento asesinato de Catherine Eddowes, el Destripador escribió en un muro: “The Juwes are / The men that / Will not / Be blamed for nothing” (Los Juwes son aquellos que de nada serán culpados). Warren recibió noticias a las cuatro de la madrugada y saltó de su cama. En el lugar de los hechos ordenó a sus hombres borrar el mensaje para ‘evitar causar pánico’. Realmente pretendía eliminar los lazos entre el asesino y la logia. El comisionado, un francmasón de alto rango, identificó a los “Juwes” de los que hablaba el escrito, es decir a Jubela, Jubelos y Jubelum, personajes asesinos en la leyenda masónica.

La relación entre los asesinatos y la francmasonería no es nueva, pero sí la manera como la autoridad protegió al carnicero. Mientras fingían buscar al culpable, y 40.000 personas aterrorizadas le pedían a la reina Victoria aumentar el pie de fuerza policial, era imposible dar con resultados si un aliado del criminal lideraba la búsqueda. A Warren lo tildaron por años de incompetente, pero como revela Robinson su torpeza era premeditada. “La mayoría de los policías de Londres de la época solo eran buenos para una cosa: mentir. Eran tan corruptos como la Cosa Nostra”, dijo el autor a la revista GQ.

Luego de establecer la responsabilidad de Warren, Robinson va más allá. Demuestra conexiones masónicas que involucran a jueces, miembros del gabinete ministerial, abogados, realeza y agentes prominentes del departamento de Policía. Así pues, los asesinatos de Mary Ann Nichols, Annie Chapman, Elizabeth Stride, Catherine Eddowes and Mary Jane Kelly quedaron impunes para no manchar a la logia secreta.

“Un periodista del diario ‘The New York Times’ observó en 1888 que la escena del crimen de Mary Jane Kelly seguía paso a paso las instrucciones de Ezequiel, un personaje predominante de la francmasonería. Todas las abominaciones que el asesino infligió en Kelly reflejaban lo que Ezequiel recomendaba hacer a las prostitutas, incluyendo sacarle las entrañas y quemarlas. Todos los casos observados replicaban prácticas masónicas”, añade Robinson, quien en sus entrevistas y en su libro expresa una rabia profunda porque las autoridades traicionaron a quienes debían proteger.

Robinson analizó, además, las cartas que el asesino supuestamente enviaba a la Policía. Hasta ahora se consideraban falsas, porque presentaban varias caligrafías y, sobre todo, por que procedían de varios lugares de Inglaterra. Pero Robinson y su séquito de investigadores encontraron en ese hecho la pieza clave del rompecabezas. Las cartas coinciden con los destinos que un popular músico de la época, de apellido Maybrick, frecuentó en una gira.

“Se llamaba Michael Maybrick, de Liverpool y hermano de James Maybrick”. Era cantante y compositor, una gran estrella de la época que viajaba por el país. Se educó en Leipzig y Milán y era el organista oficial de la logia mayor francmasona, de la cual hacían parte Eduardo VII y Oscar Wilde. Según Robinson, no satisfecho con salirse con la suya, buscó acabar con la vida de su hermano y de su esposa, a quienes odiaba. Inculpó a la mujer de matar a su marido y manchó a su hermano con el famoso diario del asesino. “No hay duda de que es falso”, concluye Robinson, “Michael lo falsificó”. Hoy, una estatua de Michael Maybrick se eleva en la Isla de Wight donde llegó en 1893, y su obituario lo destaca como el perfecto ejemplo de un caballero.