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Cuando ocurrió el accidente Juliane Koepcke tenía 17 años y quería convertirse en zoóloga, como sus padres.

TESTIMONIO

La mujer que cayó del cielo

Juliane Koepcke fue la única sobreviviente de un accidente aéreo en el corazón de la selva amazónica hace 40 años. Por primera vez narra en un libro cómo cayó desde 3.000 metros de altura y milagrosamente quedó viva para contarlo.

31 de marzo de 2012

Nadie a sus 17 años quisiera pasar una Navidad así: solo, en la selva y con el temor de haber perdido a su madre. Para la alemana Juliane Koepcke esa pesadilla se volvió realidad hace cuatro décadas cuando sobrevivió a la caída de un avión en el Amazonas peruano. Solo ahora, cuando tiene 57 años y los traumas parecen superados, ha sido capaz de contar su historia en el libro Cuando caí del cielo, que se acaba de publicar en Europa.

El 24 de diciembre de 1971, Koepcke subió con su madre a un avión Lockheed Electra L-188 para viajar de Lima a Pucallpa, en Perú. Allí sus padres, dos biólogos reconocidos, trabajaban en una estación científica. El nombre de la aeronave, Mateo Pumacahua, les hizo recordar la historia de aquel héroe inca que los conquistadores habían decapitado. Un estudiante, que también aguardaba el despegue, ironizó: "Ojalá no pase lo mismo con el avión".

Pero así fue. Media hora después del decolaje quedó atrapado en una tormenta. "De pronto, a plena luz del día, se hizo de noche", relata Koepcke. Las tortas de Navidad que los pasajeros llevaban empezaron a caer al piso, también los regalos y las maletas. El turbohélice se batía en el aire como si fuera un juguete en las manos de un niño. De repente, Koepcke, que estaba sentada en la ventana, vio un rayo en el ala derecha. Mientras se precipitaba sobre la selva, oyó a su mamá decir: "Se acabó todo". Lo último que recuerda es estar cayendo boca abajo atada a su puesto. Luego perdió la conciencia.

La aeronave, como se supo más tarde, estalló a 3.000 metros de altura. Al parecer los pilotos estaban desprevenidos, pues en vez de cambiar la ruta se dirigieron hacía los nubarrones negros.

Cuando Koepcke se despertó, estaba en el piso atada a la silla. Tenía la clavícula rota, heridas en brazos y piernas y una contusión cerebral. Le faltaban sus gafas y un zapato. Cuando recuperó fuerzas, se levantó y llamó a su mamá, pero solo escuchó el croar de las ranas. Entonces decidió buscar ayuda. Encontró un paquete de dulces y, siguiendo las enseñanzas de su padre, un conocedor de la selva, se orientó por el sonido de los hoatzin, aves exóticas del Amazonas que viven en pantanos, y llegó hasta un río.

Koepcke aún no sabe cómo sobrevivió. Tal vez el asiento le sirvió como paracaídas o quizás los árboles la amortiguaron. Pero sobre todo, tuvo suerte. Y esa suerte, tras caminar y nadar durante diez días, la llevó a una cabaña vacía.

Decidió quedarse allí y esperar ayuda. Se le habían acabado los dulces, estaba desnutrida y enferma. Por fortuna, esa noche tres leñadores la encontraron. Le dieron agua y comida y, al día siguiente, la llevaron al pueblo más cercano. Con la ayuda de Koepcke, las autoridades locales ubicaron los restos del avión distribuidos en un área de más de 5 kilómetros de diámetro. Todos los demás ocupantes -85 pasajeros y 6 tripulantes- murieron. Peritajes posteriores indicaron que varias personas sobrevivieron al accidente, pero perecieron en las fauces de la selva.

Juliane Koepcke nació en Perú y allí mismo estuvo a punto de morir. Espera que pronto salga una versión en español de su libro. "El plan existe desde hace mucho tiempo , pues quiero que sea publicado en el lugar donde ocurrió todo". Hoy vive en Alemania, pero dos veces al año visita religiosamente su país natal, donde invierte tiempo y dinero (incluido lo que ganará por la venta del libro) en la estación científica de Panguana, fundada por sus padres. Ya ha extendido el lote y ahora es un parque natural. Su conclusión: "La selva me salvó, ahora quiero salvarla yo".