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LA VOZ INOLVIDABLE

Con la muerte de Otto Greiffenstein, Colombia pierde al 'gentleman' de la televisión.

25 de julio de 1994

CADA VEZ QUE ALGUIEN EScuchaba a Otto Greiffenstein se sentía tranquilo. Era lógico. Se trataba de una voz privilegiada por lo elegante y lo especialmente plácida. Y no podía ser de otra manera, pues salía de la garganta de un hombre que tuvo como principales características el buen gusto, la amabilidad y la calma. Por eso algunos afirman sin exageraciones que Greiffenstein fue para la locución colombiana lo que Frank Sinatra ha sido para la música universal.
Sus nexos con el mundo de la radio y la televisión se iniciaron a mediados de los años 50, cuando se vinculó a La Voz de Bogotá, de donde pasó a Nueva Granada, RCN y, finalmente, a Caracol, emisora que transmitió por décadas su programa 'La hora del regreso'. Toda esta correría la compartió con dos de sus íntimos amigos, Enrique París y Julio E. Sánchez Vanegas, con quienes estuvo siempre de acuerdo en que los medios de comunicación, y sobre todo la pantalla chica, deben mostrar cosas elegantes.
Otto Greiffenstein nació en la avenida La Playa, de Medellín, en 1927, pero como sus padres lo trajeron a Bogotá a los cinco años, él se consideraba bogotano hasta los tuétanos. Al terminar el bachillerato se fue a estudiar a la Universidad de Columbia, en Nueva York, donde aprendió bibliotecología y algo de periodismo hasta 1955, y donde hizo algunas prácticas frente a los micrófonos. Por eso su estilo como presentador, lleno de distinción, estuvo marcado hasta su muerte, el lunes de la semana pasada en la capital del país, luego de una penosa enfermedad, por el de los más célebres animadores de Estados Unidos.
En sus ratos libres este gentleman se divertía rodeado de sus seis hijos y 10 nietos. Oía música y procuraba leer a su Ernest Hemingway, su autor preferido. Lo que jamas se le vio encima de su mesa de noche fue un libro de Gabriel García Márquez. No le gustaba la manera de escribir del Nobel colombiano.
Pero no sólo la tranquilidad, la sofisticación y la elegancia fueron las constantes en la vida de Otto Greiffenstein. También su total desprendimiento por los bienes materiales. "Era tan ajeno al dinero, le. importaba tan poco la plata -dice Sánchez Vanegas-, que alguna vez en 1968, en Miami, cuando se percató de que se le estaba adelgazando la billetera, se fue a cambiar un cheque suyo del Citibank... ¡y no se dio cuenta de que era de la sucursal de su banco en Bogotá! Nunca lo vi angustiado. Y nunca preguntó 'cuánto me van a pagar', sino 'qué hay que hacer". -