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Roger Moore: el Bond encantador

No era Sean Connery, y al principio no gustó, pero en el curso de sus siete películas como el 007 Roger Moore se hizo esencial y su fórmula resultó un éxito abrumador en taquillas.

27 de mayo de 2017

Un video de los años ochenta, que marcó a millones de jóvenes y tenía como objetivo exaltar las virtudes de una videocasetera, usaba para su clímax una secuencia de Octopussy (1983). En esta, Roger Moore, en la piel del 007, pilotea un microjet. Trata de deshacerse de un misil que lo persigue y entra a un hangar enemigo en el que las puertas se cierran y su muerte parece inevitable. En milisegundos, Bond vira la aeronave 90 grados, evita las puertas por milímetros y sale airoso, mientras el misil sí choca y destruye el fortín enemigo. Perfectamente peinado, Moore mira atrás con un gesto travieso, como diciéndole al espectador que, al fin y al cabo, es el 007, y todo es posible.

Para ese entonces, el público había aceptado masivamente la versión de Moore del agente de Ian Fleming, y había acallado a los incrédulos, que pulularon cuando debutó en Vive y deja morir (Live and Let Die). En 1973, año del estreno, la memoria del viril y sexi James Bond de Sean Connery seguía fresca, y cuando le preguntaron qué aportaría al personaje, Moore respondió sin dudarlo:“Mis dientes blancos”. El actor era centro fácil de sus propias burlas, pues, a diferencia de Bond, era un ‘gallina’ que cerraba los ojos cada vez que oía un ruido fuerte y, si bien se casó cuatro veces y era muy atractivo para las mujeres, no fue precisamente el playboy de la pantalla.

Las reseñas iniciales lo tildaron de acartonado y resaltaron solo una virtud: su capacidad de reducir el rango de emociones humanas a elevar una ceja de dos maneras distintas. “¡Llegué a cuatro expresiones faciales!”, ripostó Moore en una de sus memorias, de nuevo burlándose de sí mismo.

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La prensa también lo criticó por viejo. Moore asumió el 007 a sus 46 años, mientras que Connery lo había tomado a los 32. El hecho, que parecía negativo, jugó a su favor. Venía de una década exitosa en la televisión, en la que interpretó roles famosos como Simon Templar en El Santo y lord Brett Sinclair en Dos tipos audaces, junto a Tony Curtis. En la pantalla chica triunfó sin tomarse muy en serio, y se forjó y curtió para disfrutar la experiencia de estrella de cine si le llegaba. Cuando sucedió, su desparpajo, elegancia y refinado humor británico contagiaron a la audiencia inmediatamente. Su debut costó 7 millones de dólares y recaudó 126 millones.

Con ese tipo de ingresos, las ofertas se hicieron más tentadoras y difíciles de rechazar. Moore, el Bond charming, duró 12 años y 7 películas y nunca perdió la cabeza. Hizo muy buen dinero, gozó de la fama y también se entregó a causas nobles. Desde 1991 trabajó con la Unicef como embajador de buena voluntad. Abrazó esa faceta de corazón y, confesó, esta lo satisfizo mucho más que la actuación. En 2003, la reina Isabel II lo nombró caballero del Imperio británico por su trabajo humanitario. “Mucha gente pensará: ‘¿Qué sabe un actor de los problemas del mundo?’, pero al trabajar con la Unicef me convertí en un experto en distintos temas, desde las causas del enanismo hasta los beneficios de amamantar. Me siento muy privilegiado”.

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Moore nunca olvidó sus orígenes humildes. Surgió de un barrio de clase media baja de Londres, su padre era un policía que retrataba escenas de crimen y su madre una cajera. Puso pie en el mundo de las pantallas sirviendo tés en rodajes y luego como extra, hasta que alguien lo vio y le propuso tomar el camino de la actuación. De ahí encadenó una carrera con una cuota digna de suerte, sin la cual, decía, “el talento no sirve de nada”. Mientras eso sucedía pasaba de un matrimonio a otro, con cantantes y actrices. En total se casó cuatro veces. Escribió dos memorias, My Word is My Bond en 2009 y Last Man Standing en 2014, y según se supo terminó un tercer libro hace tan solo dos semanas.

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El guionista Mark Haynes compartió una anécdota muy diciente sobre su héroe. Cuando tenía 7 años esperaba tomar un vuelo con su abuelo y reconoció a James Bond leyendo el periódico. Le pidió a este que lo ayudara a conseguir su autógrafo. Ambos se acercaron y el abuelo le solicitó firmar algo para su nieto. Moore, caballeroso y de buen humor, lo hizo. Pero mientras se alejaban el chico se dio cuenta de que decía ‘Roger Moore’, ¿por qué lo había engañado? Le contó a su abuelo, quien volvió y le pidió firmar como James Bond. Moore le dejó al pequeño que se acercara y le habló en voz baja: “No puedo firmar así, sabes, ¡puede alertar a los ayudantes de Blofeld!” –eterno villano del 007–. Haynes quedó paralizado de la emoción al saber que era aliado del agente. Veintitrés años después coincidieron al grabar un programa de televisión. Haynes le recordó la anécdota y Moore dijo que no la tenía presente. Pero al terminar, antes de irse, se le acercó y le dijo discretamente: “Claro que recuerdo, solo, no podía decirlo, esos camarógrafos pueden trabajar para Blofeld”.

Roger Moore murió en Suiza, a sus 89 años, “tras una valiente lucha contra el cáncer”, según aseguraron miembros de su familia. El Bond más encantador de la historia dejó huella en la pantalla y fuera de ella, y con hechos, más que con títulos, se ratificó como un verdadero lord.

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En pocas palabras

El diario ‘The Independent’ compiló varias de las cortas, pero ingeniosas frases de Roger Moore como 007, algunas de las cuales improvisó.

  • ‘Live And Let Die’ (1973)
    El 007 acaba de bajarle la cremallera del vestido con el imán de su reloj:
    Miss Caruso: “Que toque delicado”
    Bond: “Magnetismo puro, querida”.
  • Luego de que Kananga estalla como una bomba:
    Bond: “Siempre tuvo una opinión inflada de sí mismo”.
  • ‘The Man with the Golden Gun’ (1974)
    Bond: “Señorita Anders, no la reconocí con la ropa puesta”.
  • Octopussy (1983)
    Magda, ayudante del villano: “Khan sugiere un trueque: el huevo por su vida”.
    Bond: “Escuché que el precio de los huevos ha subido, pero ¿no exageramos un poco?”.