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LA VENGADORA

Con una leyenda tenebrosa, Nora Astorga da la cara por Nicaragua en Estados Unidos

15 de diciembre de 1986


El ocho de marzo de 1978, Nora Astorga, una mujer divorciada con dos hijos, abogada de una empresa y con 29 años de edad, estaba en la cama con uno de los verdugos más sanguinarios del tambaleante régimen de Anastasio Somoza. El general Reinaldo Pérez Vega, famoso por sus conquistas amorosas y las torturas que infligía a los enemigos del gobierno que tenía los días contados, estaba loco por ella, la seguía a todas partes y ese día, por fin, la mujer había accedido.

Cuenta la leyenda que Nora Astorga esperó que el general estuviera sin su uniforme, que comenzara a besarla y acariciarla para que ella dejara caer un vaso al suelo y enseguida, surgieran de la penumbra de la habitación tres comandos sandinistas que aguardaban esa señal: se lanzaron sobre el fornido militar, lo golpearon e intentaron amordazarlo pero no contaban con la salvaje resistencia que opondría. Buscaban secuestrarlo y cambiarlo después por algunos prisioneros políticos. En medio de la pelea que acabó con las cosas que estaban en el cuarto, ella y sus tres amigos tomaron la única decisión que les quedaba: con una navaja, le cortaron la garganta al militar.

Ocho años después, Nora Astorga tiene que seguir respondiendo preguntas morbosas sobre ese incidente que la inmortalizó dentro de las filas sandinistas. "No fue un asesinato, apenas un acto de justicia revolucionaria", dice mientras aclara que ese día no hizo el amor con el general: "No hubiera podido hacerlo, sobre todo por mis convicciones políticas. Ese hombre era desagradable, un auténtico monstruo". A veces se molesta cuando el incidente es recordado, pero admite que si no hubiera sido por eso, a estas horas estaría en Managua, seguramente trabajando en una alta posición dentro del gobierno. Quienes no la quieren, piensan que dentro de la Revolución hay mujeres más valiosas, que han hecho algo más que acostarse con un enemigo y afirman que es más conocida fuera que dentro de Nicaragua.

Aprendiendo diplomacia
El estilo diplomático de esta mujer es una mezcla de agresividad, encanto, ingenuidad, malicia y todo ello, por supuesto, acompañado de la convicción de que cada palabra, cada gesto, cada movimiento que diga o haga de cara al gobierno norteamericano habrá de repercutir en las frágiles relaciones que sostienen los dos países. Las últimas semanas han sido testigos de la forma como ella se mueve entre las distintas delegaciones de la ONU buscando más apoyo para el debate que se realiza ahora en noviembre sobre el candente tema de Centroamérica, la intervención norteamericana y la ayuda que ha prestado a los "contras" nicaraguenses. Este país busca que una corte internacional juzgue a la administración Reagan por ese apoyo. La administración Reagan también ha estado activa insistiendo cómo el régimen sandinista persigue a católicos, judíos y minorías raciales, especialmente los indios miskitos y cómo ha silenciado toda forma de oposición. Con el apoyo del bloque soviético y cerca de 99 naciones no alineadas se espera que Nicaragua gane ese debate. Desde marzo, cuando asumió el cargo, se ha metido de cabeza en este debate.

Además de su trabajo en las Naciones Unidas, Nora Astorga también sirve de enlace con buena parte del mundo, ya que Nicaragua sólo tiene embajadores en 38 de las 158 naciones que forman parte de esa Organización. Sus críticos afirman que es sólo una caja de resonancia para las instrucciones de Managua. Otros dicen que todavía está aprendiendo lo que es la diplomacia y destacan cómo en los debates más acalorados se fuma un cigarrillo detrás del otro, moviendo las manos impacientemente, nerviosa, jugando con sus joyas.

Para los norteamericanos, especialmente los intelectuales y los periodistas, asombrados por la leyenda salvaje que rodea a esta mujer que no es hermosa pero muy femenina, la presencia de una embajadora que tiene una respuesta para cualquier pregunta, por difícil que sea, siempre encierra una referencia al incidente con el general asesinado. Algunos la comparan con dos heroinas de la Biblia que mataron a sus enemigos en la cama, Judit y Jael, y un embajador tiene la que puede considerarse la mejor definición: "Ella usa su pasado como otras mujeres usan su perfume".

Nacida en Managua, la primera de cuatro hermanos y criada en un hogar donde había numerosos sirvientes, su familia tenía algunos nexos con los Somoza, pues el abuelo de Nora fue ministro de Defensa de la dinastía. Aficionada al golf desde pequeña, siempre soñaba con un marido aristócrata y muchos hijos. Quiso estudiar en París, pero los padres la enviaron a la Universidad Católica de Washington donde estudió sociología y ahora mira esos años como una época superficial y desperdiciada.
Regresó a Managua, estudió derecho en la Universidad Centroamericana y por primera vez tuvo un contacto directo con la realidad social que vivía su país bajo Somoza. Comenzó a prestar una pequeña ayuda a los rebeldes, los llevaba en su automóvil repartía panfletos, pegaba carteles, compraba alimentos y hasta escondió a algunos líderes en la casa sin que los padres se enteraran.

A los 22 años se enfrentó a la familia y se casó con Jorge Jenkins, un activista que ahora es el embajador en Brasilia. Se fueron a Italia por un año, él estudió antropología y ella se especializó en programación de computadores. Cinco años y dos niños después, se separaron. Entró a trabajar como abogada de una compañía constructora en Managua mientras seguía involucrada en actividades subversivas. Un día, sintiéndose aburrida, pidió actuar en una operación más peligrosa. Le propusieron el secuestro del general Pérez. Luego del asesinato se escondió en un campo de entrenamiento, aprendió a manejar distintas armas y cuando quedó embarazada de uno de sus compañeros de guerrilla, José María Alvarado (actualmente uno de los más cercanos a Ortega), fue enviada a trabajar en Costa Rica. Cuando los sandinistas tomaron el poder en julio de 1979, regresó y ocupó el cargo de fiscal en los juicios contra los somocistas. La relación con Alvarado fracasó luego de tener su segundo hijo: "La verdad es que con una revolución y niños que atender, no queda mucho tiempo para el marido".

Celosa de su vida privada (pocos sabían que había sido sometida a una mastectomía), vive con sus hijos, quienes van de los cinco a los catorce años, dos sobrinas adolescentes, la madre que es viuda, una doncella, una cocinera y un conductor que maneja un Mercedes de 1978, en una casa que tiene seis dormitorios en el suburbio de Westchester, lejos de la contaminación de Manhattan.

Esa es la mujer encargada del oficio más difícil del mundo: vender la imagen de Nicaragua cara a cara de su peor enemigo.--