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Omar Khayyám fue un matemático, astrónomo y poeta persa. Imagen: Getty Images.

ARCADIA TRADUCE

Contra la estigmatización de las poblaciones árabes: ‘Rubáiyát’, de Omar Khayyám

El filósofo Felipe Botero comparte su traducción de un fragmento de la obra del poeta persa para destacar, en el marco del mes de la historia negra, la importancia de la revisión histórica como herramienta de resistencia contra la opresión y la destrucción.

Felipe Botero Quintana
17 de febrero de 2020

A lo largo de los últimos dos años que llevo publicando mis traducciones mensualmente en este espacio, siempre reservé el mes de febrero para celebrar una de las pocas tradiciones estadounidenses que pienso que vale la pena honrar y replicar: el mes de la historia negra.

Esta tradición, que nació en Estados Unidos como la “Semana de Historia Negra” en 1926, fue iniciada por Carter G. Woodson, un historiador afroamericano revolucionario que hacía énfasis en la importancia de cultivar la historia propia como herramienta de resistencia contra la opresión y la exterminación. Cincuenta años después, en 1976, con ocasión del Bicentenario de la república estadounidense, se convirtió en una tradición institucional celebrada a nivel nacional, no durante una semana sino durante todo un mes, siguiendo las recomendaciones de profesores y estudiantes negros de la Universidad de Kent, en Ohio. 

Con el paso de los años, esta tradición histórica fue adoptada en Reino Unido, Canadá e Irlanda, y desde este espacio llamo a que sea instaurada también en Colombia, pues nosotros también tenemos una importante historia negra que debemos rescatar del olvido y promover, para intentar quebrar la discriminación socioeconómica y cultural contra las poblaciones negras que ha existido en Colombia a lo largo de toda su existencia como nación; desde la importación de esclavos para las plantaciones de caña de azúcar en el Valle durante toda la Colonia y gran parte del siglo XIX, hasta la negligencia estatal que posibilita que una población que vivió una de las peores masacres que se recuerdan en la historia de nuestro conflicto quede a la merced de grupos armados (guerrilleros y paramilitares) que destruyen el río Atrato con la práctica del narcotráfico y la minería ilegal. 

Sin embargo, este mes decidí darle un enfoque atípico a mi traducción sobre la historia negra. En lugar de traducir a un poeta o pensador afroamericano, siquiera a un escritor africano (una deuda pendiente que tengo con este espacio), quiero aprovechar este mes para compartir un fragmento del célebre Rubáiyát de Omar Khayyám, que he estado traduciendo con base en las versiones en inglés del dandy victoriano Edward Fitzgerald. Porque si bien la situación de la población negra en el Occidente sigue siendo en muchos sentidos precaria y sujeta a todo tipo de violencias discriminatorias, puede que el racismo en nuestros días se concentre con mayor vigor en las poblaciones árabes, particularmente del Medio Oriente. Por una sencilla razón, que a Colombia atañe de manera indirecta: la migración.

En efecto, en los países europeos y en Estados Unidos se vive hoy en día un fenómeno de estereotipación y estigmatización de las poblaciones árabes por el gran tráfico de migrantes que buscan refugio político o mayores oportunidades económicas en el Occidente, es decir, para escapar de guerras y pobreza que en muchos sentidos fueron causadas por políticas coloniales y neocoloniales de Estados Unidos y las naciones europeas. Por supuesto, acá hay matices a tener en cuenta, que muchas veces quienes están interesados en el tema del postcolonialismo (como yo) no ven o no quieren ver, por torpeza o ceguera ideológica: no todas las guerras y desigualdades sociales del Medio Oriente son enteramente responsabilidad de Europa y Estados Unidos. 

En los países árabes hay élites muy poderosas que acaparan los inmensos recursos que la economía extractiva les ha brindado. Pero, por un lado, es innegable que la economía extractiva, que ha ensanchado la brecha entre ricos y pobres, poderosos y oprimidos, fue impuesta por un sistema económico globalizado originado en Occidente y, por otro lado, que las guerras que asolan la región son el resultado de un entramado de alianzas y enemistades  favorecidas, propiciadas o directamente creadas por los gobiernos poderosos de Occidente, principalmente Estados Unidos y Rusia, que juegan al ajedrez con los países del Medio Oriente sin importar el costo en vidas y miseria que cada una de sus jugadas conlleva. 

Así pues, la migración árabe a Europa y Estados Unidos ha desatado una ola de islamofobia que (no nos engañemos) ha sido un factor clave en los principales sucesos políticos de los últimos años: el Brexit, el auge de movimientos nacionalistas de derecha en las naciones europeas y la nefasta elección de Donald Trump en Estados Unidos. Este tipo de discriminación tiene una estrategia ideológica muy similar a la que posibilitó la expansión imperial de Europa en África en el siglo XIX y la segregación racial en Estados Unidos hasta bien entrado el siglo XX: consiste en identificar a un Otro que se considera más “primitivo”, menos “evolucionado” y, por consiguiente, más salvaje. 

De ahí la fijación que tienen los ideólogos conservadores del Occidente con la sharia, la ley islámica, que prescribe el uso del hiyab y reglamenta la vida de los musulmanes con base a un ordenamiento jurídico-civil derivado del Corán. Haciendo caso omiso de su propia inconsistencia (pues usualmente estos son los mismos ideólogos que pretenden prohibir el aborto, el matrimonio homosexual y las políticas diferenciadas de género con argumentos bíblicos), la derecha occidental esgrime la sharia aplicada violenta y políticamente en el Medio Oriente por grupos islámicos radicales (ISIS, Al Qaeda, etc.) como justificación de su propia violencia y, en último término, como legitimación de su propia configuración sociopolítica, la democracia liberal. Y así logran disimular las enormes falencias de nuestro sistema y derrotar electoramente a quienes pretenden corregirlas, impermeabilizando a la población civil a la reflexión crítica y uniéndolos en la lucha contra un enemigo común: el extranjero. 

Por eso afirmo que este tipo de discriminación xenófoba contra las poblaciones árabes atañe indirectamente a Colombia. Pues también aquí se pretende ocultar los fallos estructurales de nuestro sistema económico y nuestro sistema político alineando a la población contra una entidad extranjera que encarna todos los males de un pasado “ya superado” (léase la Unión Soviética, el fantasma del comunismo, la Guerra Fría y las guerrillas izquierdistas): Venezuela. Por eso quien es víctima de un atraco y afirma de antemano que “seguro fueron los venezolanos”, quien no consigue trabajo y culpa a los extranjeros, quien lamenta que recursos estatales estén siendo utilizados para ayudar a la población migrante está replicando, quizás sin saberlo, una estrategia tan antigua como el capitalismo “salvaje”: la de encontrar un chivo expiatorio a sus males, azuzado por quien posiblemente más responsable es de ellos. 

La última movida en el tablero de ajedrez (bellísima palabra de origen árabe, como muchísimas que empiezan con “a” en nuestro idioma) del Oriente fue impulsada por Trump, que mató con una bomba a un general iraní en Irak, una acción militar que violaba la soberanía de una democracia recientemente instaurada por los mismos gringos mediante la guerra (y el cine, principalmente las películas Vice del año pasado y Secretos de Estado de éste, nos ha mostrado cómo, mediante qué clase de ardides cínicos, pudo realizarse esa guerra). Y en ese momento, en enero, se especuló sobre la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial, una guerra atómica, desatada por semejante cálculo unilateral. Y en Facebook empecé a ver imágenes de noticieros en Estados Unidos e incluso acá en Colombia, preparándose para alinear los bandos, mostrando a Irán como un régimen autócrata que merece ser derrocado. Un país, otro más, sin historia. Parte de esa región que “se quedó en el pasado”, donde la religión impera todavía sobre el Estado. Y entonces recordé al viejo Khayyám. Entre tantos otros poetas, filósofos, matemáticos, académicos, arquitectos, pensadores que nacieron en el imperio persa en aquella época que nosotros, los occidentales, llamamos el Medioevo; entre todos ellos me acordé del viejo Khayyám. 

Así que, en honor a febrero, el mes de la historia negra, quiero compartir con mis lectores no a un escritor o un pensador africano, afroamericano, afrocolombiano, sino a un poeta, astrónomo, filósofo, matemático persa del siglo once que, como Shakespeare, no sabemos si realmente existió, o si es un artificio inventado poco a poco por nuestros antepasados. Pues lo que se quiere conmemorar con el mes de la historia negra no es solo a aquellas mujeres y hombres valiosos cuyo nombre se ha perdido en el tiempo por tener un color de tez diferente al de los blancos, sino el uso de la historia, la importancia de la historia, como herramienta de resistencia contra la opresión y la destrucción. 

I

¡Despierta! Pues el Alba en la Cuenca de la 
Noche ha arrojado 
La Piedra que a las Estrellas dispersa
por todo lado:
Y ¡mira! El Cazador del Oriente
ha enlazado
El Torreón del Sultán en un nudo de colores
iluminado.

II

Soñando cuando el Amanecer descorrió por la 
siniestra el velo del cielo
Escuché una voz en la taberna al vuelo,
diciendo “Despierten, pequeños, y la copa llenen hasta el borde,
Antes de que el Licor de la Vida se torne 
hielo”.

III

Y, cuando el Gallo cantó, quienes estaban
frente a la Taberna
Gritaron – “¡Abran ya la puerta!
Sabéis que el tiempo nos desierta,
Y una vez transcurrido, no habrá quien lo
revierta”. 

IV

Ahora que el Año Nuevo revive viejos
Deseos,
El Alma, pensativa, se retira a espacios 
solitarios, etéreos, 
Donde la BLANCA MANO de MOÍSES se apoya
sobre el Ramo,
Y Jesús desde el suelo exhala suspiros,
jadeos. 

V

El jardín de Iram, con todas sus Rosas,
ha desaparecido,
Así como la Copa de Siete Anillos del rey 
Jamshyd.
Adónde, nadie lo ha sabido.
Pero aún la Viña su antiguo rubí
ha desprendido,
Y el Jardín, junto al Agua, brinda aún
la dulce armonía de su sonido.  

VI

Los labios de David están sellados; pero
en el lenguaje divino,
El agudo Pehleví, el sánscrito, exclama
“¡Vino, Vino, Vino!
¡Vino tinto!” canta la alondra a la Rosa,
Su parda mejilla invoca el líquido granadino.

VII

Ven, llena la Copa, y en los Fuegos de la
Primavera,
Los Ropajes de Invierno, de Arrepentimiento,
arroja a la hoguera,
El Ave del Tiempo poca vida en el Ala
alberga.
¡Y mira! El Ave ya levanta vuelo hacia la 
rivera. 

VIII

Mira – mil Florecimientos despiertan con el 
Día –
Y mil Florecimientos en la tarde han de caer
sobre tierra baldía:
Y este Mes Veraniego que ofrece su Rosa
Habrá de disrumpir el calendario que a Jamshyd 
y a Kaikobad unía. 

IX

Ven, ven con el viejo Khayyám, y no le prestes
atención
A los Kaikobád, a los Kaikhosrú, a la vieja 
tradición:
Deja que Rustum yazga y sueñe como le plazca,
y a Hátim Tai pedir su cena – ninguno de ellos 
merece mención. 

X

Ven conmigo a través de la Hierba esparcida 
por la Senda, 
Que al desierto distingue de la hacienda,
Donde el nombre del Esclavo y del Sultán
apenas sí alberga diferencia
Y donde el pobre Sultán Mahmud de su trono
hace su tienda. 

XI

Acá, bajo el Ramo, con un Pedazo de Pan que
que mi hambre devora
La Botella de Vino, el Libro de Versos y Tú
a la aurora, 
Cantando a mi lado a la Selva- 
Y la Selva es el Paraíso ahora. 

XII

“¡Qué dulce que la Existencia sea mortal!” 
piensan algunos,
“¡Qué maravilloso el Paraíso por llegar!” dicen
otros, oportunos.
Ah, más bien toma la Ganancia, y deja lo demás
descansar:
¡Esa es la valiente Música de los lejanos
tribunos!

XIII

Ahí está la Rosa que a nosotros sopla,
susurrando,
“Riendo, al mundo me entrego, ofrendando
A un mismo tiempo la seda Borla de mi
Madeja,
La Lágrima, su Tesoro que, alegre, al Jardín
mando”. 

XIV

La Esperanza Mundana sobre la que los Corazones
descansan,
Se torna ceniza – o prospera, y éstos arrasan
La Nieve en el rostro marchito del Desierto,
Tronando por una hora, quizás más – y luego
se evaporan. 

XV

Y aquéllos que esposan el Grano de Oro,
Y aquéllos que al Viento de la Tormenta lo 
arrojan en coro, 
A ninguna aurea Tierra retornan, pues,
Sepultados un instante, los Hombres descubren
siempre su tesoro. 

XVI

Piensa que en este ajado Caravasar,
Cuyas Puertas alternan Día, Noche, al azar
Sultán tras Sultán, con velo y Pompa, 
Sobrellevaron su vida una hora, quizás otra, y 
luego a la Muerte fueron a abrazar. 

XVII

Dicen que el León y la Salamandra guardan
La Corte en donde Jamshyd y los suyos bebiendo
gloriosamente la Noche atardan, 
Y Báhram, ese gran Cazador – 
al Asno Silvestre
Golpea en la cabeza, tras de lo cual todos al 
Sueño andan. 

XVIII

Pienso a veces que nunca brilla más roja
la Rosa, 
Que allí donde algún Cesar sangró, murió 
y ahora reposa;
Que cada Jacinto que el Jardín adorna
Cayó en el Regazo de una Cabeza antaño
primorosa. 

XIX

Y esta deliciosa Hierba cuyo tierno Verde
Flanquea la Rivera que como lecho nos pierde –
¡Ah, pero que dulce es yacer aquí, al amparo
de la Muerte, 
Pues quién sabe de qué hermoso Río su Caudal 
vierte!

XX

Ah, Amado, llena la Copa que borra de Hoy
Los Lamentos pasados y los futuros Temores
que vislumbrando voy,
¿Mañana? – Sí, el Mañana veo, pero
Entonces seré como Ayer, los Siete Mil Años
que me hacen lo que soy. 

XXI

Sí, a los mejores, a los más bellos hemos amado,
Aquéllos que hicieron su Viña del Tiempo y 
del Hado,
Que bebieron la Copa una vez o dos,
Y luego, uno a uno, a reposar al Lecho
silenciosamente han retornado.

XXII

A nosotros, que todavía celebramos en la
Penumbra, 
Ellos han dejado, vestidos en el Florecimiento
que en el Verano a todos deslumbra,
Pero también nosotros hemos de descender
bajo el Manto de la Tierra,
Descender y aguardar a ver a quién el Manto
encumbra. 

XXIII

Ah, saca el mayor provecho de lo que todavía
te pueda enriquecer,
Antes que a nosotros el turno llegue de 
descender,
Polvo que a Polvo retorna y bajo Polvo
ha de yacer,
¡Sin Vino, Canto ni Cantor al Atardecer!

XXIV

Aquellos que para el Hoy buscan prepararse
Y aquellos que contra el Mañana buscan 
armarse,
A ambos el Muecín desde la Oscura Torre
proclama incansable,
“¡Tontos! ¡La Recompensa ni Aquí ni Allá 
ha de encontrarse!”.

XXV

Pues todos los Sabios y Santos que tantas
cosas discutieron,
En Ambos Mundos eruditamente buscaron y nada
descubrieron,
Y como torpes Profetas sus Palabras 
murieron,
Y sus Bocas de Polvo arrojado por el viento
se cubrieron.  

XXVI

Ah, ven con el viejo Khayyám e ignora los 
Sabios,
Que sólo una cosa es cierta: la Vida es corta
y llena de agravios;
Sólo eso es cierto y el resto Mentiras;
La Flor sopla y la Muerte acecha tras sus 
labios. 

XXVII

Yo mismo, de joven, frecuenté al Médico y al
Santo, 
Y entre ellos escuché discusiones, sobre esto 
esto y sobre lo otro tanto;
Pero siempre al partir, huyendo del espanto,
Salía por donde había entrado, igual, sin
ilusiones ni quebranto. 

XXVIII

Junto a ellos la Semilla de la Sabiduría he 
sembrado,
Y con mis propias manos, a lo largo de mi vida,
la he labrado,
Y ésta sencilla frase es lo único que he
cosechado,
“Como el Agua vine y como el Viento he pasado”. 

Posdata del traductor

La traducción de Omar Khayyám es una de las empresas más complejas y fascinantes que he emprendido desde un punto de vista técnico, teórico y político. No sabiendo leer ni hablar el árabe (¡cuántas vidas me gustaría tener para aprender idiomas!) tuve que hacer esta traducción con base en la legendaria versión del Rubáiyát de Edward Fitzgerald. Fitzgerald era un dandy del siglo XIX que sorprendió a sus contemporáneos con esta publicación, que en un principio pasó desapercibida pero luego, cuando poetas y pintores prerrafaelitas como Rossetti y Swinburne lo descubrieron (este último famosamente en un mercado de pulgas, donde adquirió el ejemplar a un penique, pues la edición había sido una ruina para su casa editorial) se volvió toda una celebridad y llegó a publicar cinco ediciones más de su traducción. 

Por lo que he leído, Fitzgerald se tomó varias libertades del original, tomando algunos cuartetos y dejando otros de lado, y modificando su estructura rítmica, haciendo rimar el primer, segundo y cuarto verso (en algunos casos también el tercero), lo que he intentado emular en mi propia traducción. Muchos críticos han señalado que la distancia que separa la traducción de Fitzgerald del original se deriva de sus posiciones filosóficas, que favorecían los versos más escépticos y epicúreos de Khayyám y que lo llevaron a omitir otros más piadosos, menos laicos, brindando así una imagen incompleta y parcial del poeta persa. Asimismo, señalan que su traducción nace en la tradición orientalista, que pensadores postcoloniales como Edward Said han examinado críticamente como parte de la ideología imperialista, que exotiza lo ajeno sin buscar verdaderamente conocerlo.

Estas críticas pueden ser acertadas pero yo, no pudiendo leer el original y no habiendo tenido tiempo aún de contrastar la traducción de Fitzgerald con otras que presumen ser más cercanas a la fuente (por ejemplo Robert Graves acusaba a Fitzgerald de “rebajar el original para acomodarlo a una audiencias más escéptica y antidevocional” y por ello hizo una traducción junto al académico sufí Omar Ali-Shah, en la que afirma rescatar su valor espiritual), no puedo realmente aportar nada a esa discusión, más allá de señalar su existencia. Por lo demás, como lo he dicho en este espacio en relación a otros textos y otras traducciones, toda traducción implica necesariamente un sesgo del traductor, determinado por sus gustos, preferencias e intereses personales y poéticos. Este sesgo debe tornarse consciente, pues el traductor tiene una responsabilidad moral enorme con el texto fuente y con su audiencia, pero jamás debe pretenderse dejarlo enteramente de lado, pues eso, a mi parecer, es sencillamente imposible y contraproducente: las traducciones literales, asépticas, pueden ser más fieles pero en muchos casos terminan siendo insulsas, perdiendo así el valor literario que pretendían transmitir mediante su labor.

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