Pilar Acevedo

Opinión

Colombia: ¿resiliencia ante la adversidad o conformismo colectivo?

Este país, tan rico en recursos naturales y estratégicos, figura al mismo tiempo en los listados de desigualdad, violencia y pobreza. Esa contradicción refleja que el problema es de visión colectiva y de liderazgo.

Por: Pilar Acevedo
26 de agosto de 2025

Colombia es un país privilegiado: dueño de una de las mayores biodiversidades del planeta, con montañas, tierras fértiles, reservas de agua dulce y acceso a dos mares que facilitan la pesca, el comercio y el transporte. Un territorio con esmeraldas, café, flores, frutas, petróleo y carbón, además de un talento humano que brilla en la música, el deporte y la cultura.

Un país tan rico en recursos naturales y estratégicos no debería figurar en los listados de desigualdad, violencia y pobreza. La lógica sugiere que aquí la prosperidad debería ser la norma. Sin embargo, nuestra historia cuenta otra realidad: décadas de violencia, crisis económicas, vaivenes políticos y decepciones colectivas nos han impedido alcanzar el lugar apropiado para una nación con tanto potencial. Colombia ocupa el segundo lugar en el mundo en biodiversidad y es el mayor productor de esmeraldas y segundo en flores; pero al mismo tiempo figura entre los diez países más desiguales del planeta, con un índice de Gini de 0,56, según el Banco Mundial. Esa contradicción refleja que el problema no es de riqueza, sino de visión colectiva y de liderazgo.

Y pese a todo, seguimos adelante. Cuando uno conversa sobre el futuro de Colombia, la respuesta más común suele ser: “vamos a aguantar, como siempre”. Esa frase encierra tanto orgullo como resignación: somos un pueblo que sabe resistir, que ha hecho de la resiliencia parte de su identidad. Pero aquí surge la pregunta incómoda: ¿esa resiliencia es todavía una fortaleza o se ha transformado en un conformismo colectivo que nos impide exigir los cambios que necesitamos?

La resiliencia suele presentarse como virtud: la capacidad de adaptarse a la adversidad, de reinventarse frente a la incertidumbre, de salir fortalecido después de la crisis. Sin embargo, en el caso colombiano, esa fortaleza también puede funcionar como un mecanismo de normalización del sufrimiento. Cuando la consigna es “aguantar” sin importar las circunstancias, se abre la puerta a la resignación. En lugar de cuestionar lo inaceptable —corrupción, improvisación, violencia—, nos acostumbramos a convivir con ello bajo la premisa de que “siempre ha sido así”. La resiliencia, entonces, deja de ser motor de transformación y se convierte en anestesia social.

El costo de esa adaptación silenciosa es profundo: altos índices de ansiedad, depresión y desesperanza que afectan la salud mental de millones de colombianos. Según la Encuesta Nacional de Salud Mental, uno de cada tres colombianos ha reportado síntomas de ansiedad o depresión en los últimos años, y la OMS señala que la prevalencia de trastornos depresivos en el país está por encima del promedio regional. El orgullo de “no dejarnos vencer” convive con el agotamiento de vivir en modo supervivencia constante.

En un momento histórico en el que el país atraviesa cambios profundos, urge preguntarnos si nuestra resiliencia nos impulsa a transformar lo que no funciona o, por el contrario, nos vuelve permisivos frente a la falta de rumbo. La verdadera fortaleza de los colombianos no debería medirse por cuánto soportamos, sino por cuánto somos capaces de exigir y construir nuevas realidades. Porque una resiliencia que se limita a resistir sin transformar puede condenarnos a repetir los mismos ciclos de frustración y retroceso.

Aquí es donde cada uno de nosotros tiene un papel. El conformismo no es solo un fenómeno social o político; también es individual. El individualismo y el pensamiento de corto plazo nos llevan a creer que lo importante es “seguir adelante”, “aguantar”, o encontrar la oportunidad para “sacar tajada de la situación” aunque la sociedad en su conjunto se estanque. Pero esa visión fragmentada no solo impide proyectos colectivos, también erosiona nuestra propia salud mental: genera soledad, desesperanza y la sensación de que por más que trabajemos, nada cambia.

Si queremos un país más sano —en lo social y en lo emocional— necesitamos superar la idea de que “aguantar” es suficiente. La resiliencia que Colombia requiere hoy no es la de la resignación, sino la de la transformación: atrevernos a dejar de sobrevivir para empezar a construir y a exigir juntos un mejor porvenir.

Por Pilar Acevedo Figueroa, Vicepresidente de Estrategia y Desarrollo de Nuevos Negocios en Correcol

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