Ser coherente y auténtico no es un acto de marketing emocional ni una estrategia para agradar.

Opinión

Cuando el cuerpo pide pausa: liderazgo desde la quietud

En esta columna, una reflexión sobre la necesidad de resignificar el descanso y la calma como parte esencial del liderazgo, porque la verdadera fortaleza también se expresa en la pausa.

Por: Luchy Mejía
7 de octubre de 2025

Hace poco recibí una noticia que nunca pensé que me movería tanto: “quince días de incapacidad”. El diagnóstico era claro: debía guardar reposo después de un procedimiento médico. Para muchos tal vez no es nada fuera de lo común, pero para mí -que crecí oyendo a mi papá decir que el ocio es malo y que estar quieta es sinónimo de vagancia- fue un golpe directo a mis creencias más profundas.

Lo confieso: al principio creí que podía “acomodar” la incapacidad, hacer un poco de esto y de aquello, porque en mi mente incapacidad equivalía a “sin capacidad”. Y yo valoro profundamente mi ser capaz. Sin embargo, coherente con lo que enseño como psicóloga y coach, me detuve a reflexionar y entendí que este era un momento para resignificar.

Les comparto tres aprendizajes que me ha regalado la quietud.

Primero, si no paramos, el cuerpo nos detiene. Y cuando lo hace, no es metáfora: duele. Liderarnos también significa escuchar a nuestro cuerpo, esa máquina fiel que tantas veces dejamos en segundo plano.

Segundo, las creencias pueden convertirse en una cárcel. Crecí convencida de que detenerme era fallar, pero hoy comprendo que el valor de una persona no se mide por cuánto hace, sino por su capacidad de sostenerse en el camino. Dar siempre más del cien por ciento no es sinónimo de sostenibilidad; a veces, es simplemente autoexplotación.

Y tercero, el liderazgo no consiste en hacerlo todo, sino en generar. Cuando creemos que debemos estar en todo para demostrar nuestro valor, terminamos siendo indispensables, pero poco generadores. Y eso no es liderazgo, es control.

No es casual que la Organización Mundial de la Salud haya reconocido el estrés laboral crónico como un riesgo ocupacional. Según la OIT, cada año se pierden alrededor de 12.000 millones de días laborales por depresión y ansiedad, con un costo global estimado en un billón de dólares. ¿Cuánto de eso tiene que ver con líderes que no saben parar ni dar ejemplo de autocuidado?

Hablar de bienestar, entonces, exige ir más allá del discurso. Estar bien no significa ausencia de problemas, sino mantener la mirada en lo importante, con plenitud incluso en medio de la tormenta. Muchos líderes -y me incluyo- sabemos trabajar bajo presión, pero no sabemos habitar la calma. Y si los líderes no aprendemos a vivir en paz, ¿cómo construiremos equipos empáticos, equilibrados y sostenibles?

También necesitamos resignificar la idea del balance vida-trabajo. No se trata de repartir el tiempo en partes iguales, sino de cuidar la calidad emocional del tiempo que dedicamos. El equilibrio no se mide en horas, sino en intención, actitud y propósito. Descansar no es solo dormir; es nutrirse con lo que da sentido: los vínculos, los hobbies, la vida familiar o espiritual, los aprendizajes que renuevan. El burnout no siempre nace del exceso de trabajo, sino de una vida que se reduce únicamente a él.

Dejarme cuidar ha significado paciencia, humildad y aceptar que los procesos tienen sus tiempos. En medio del silencio, la reflexión trae sabiduría. Quizás lo que hoy necesitamos no son líderes hiperactivos, sino sabios: capaces de cuidarse, de poner límites, de celebrar los procesos y de mostrar que la fortaleza también está en la pausa.

Y en esto, las mujeres tenemos un reto particular. Muchas veces tememos ser vistas como “débiles” si expresamos cansancio o necesidad de descanso. He acompañado a mujeres que callan su fatiga para no parecer menos ante sus colegas hombres. Pero el valor no se mide por cuánto resistimos en silencio, sino por la coherencia con la que cuidamos lo realmente importante. No se trata de compararnos, sino de liderar con sensatez, seguridad y madurez emocional.

Resignificar mi incapacidad me permitió entender que no soy menos por detenerme. Soy más consciente, más humana y, sobre todo, más líder.

Luchy Mejía, psicóloga clínica, coach ejecutiva, mentora y formadora de coaches