
Opinión
¿Moda o necesidad? El verdadero papel del coaching en el liderazgo
El auge del coaching en el mundo corporativo plantea tanto oportunidades como riesgos. Luchy Mejía, master coach y experta en emociones, analiza el verdadero valor de esta disciplina, la importancia de la rigurosidad profesional y su impacto en el liderazgo y la sostenibilidad empresarial.
En los últimos años, el coaching ha ganado visibilidad en el mundo corporativo. Se habla de él en reuniones de talento humano, en programas de liderazgo y hasta en conversaciones de café. El término se ha vuelto común, incluso una moda. Sin embargo, detrás de esa popularidad se esconde un riesgo: la proliferación de personas que se autodenominan coaches sin la formación rigurosa que esta profesión exige.
¿Qué es realmente el coaching y qué no lo es? Se trata de una metodología de acompañamiento que ayuda a un líder o ejecutivo a pasar de un punto A a un punto B, abriendo nuevas perspectivas y expandiendo sus posibilidades. No es consultoría, ni asesoría, ni terapia, aunque sí es un proceso con efectos terapéuticos, dado que es catártico y ocurre entre dos. El coach no da consejos ni soluciones prediseñadas; hace preguntas poderosas que promueven la introspección, escucha con profundidad y genera un espacio de reflexión para que sea el líder quien encuentre sus propias respuestas.
En mis más de 20 años acompañando a ejecutivos y formando coaches, he confirmado una realidad: incluso los líderes más exitosos experimentan la llamada “soledad del poder”. La mayoría cuenta con pocos espacios seguros para expresar dudas, inquietudes o emociones, así como para identificar puntos ciegos que les impiden ver con claridad. El coaching ofrece justamente ese lugar de confianza donde revisar decisiones, contrastar miradas y explorar nuevas posibilidades.
He trabajado con directivos que, al inicio, eran escépticos y miraban el coaching como algo “blando” o poco conectado con los negocios. No obstante, después de varias conversaciones reconocieron que lo intangible se traduce en lo tangible: mayor claridad, decisiones más acertadas, equipos comprometidos y, en últimas, mejores resultados.
No lo digo solo desde mi experiencia personal. Según la International Coaching Federation (ICF, 2023), el 86 % de las organizaciones que invierten en coaching reportan un retorno positivo sobre la inversión, y el 70 % de los líderes que lo reciben mejoran su desempeño y sus relaciones interpersonales. A esto se suma un dato revelador de Harvard Business Review (2022): el 60 % de los CEO confiesa sentirse solo en su rol. En este contexto, el coaching ejecutivo deja de ser un lujo para convertirse en un aliado estratégico de la sostenibilidad del negocio.
En mi práctica he desarrollado lo que llamo coaching integral emocional. Acompañar a un líder no implica únicamente trabajar su rol ejecutivo o asesorarlo en lo técnico frente al liderazgo y la estrategia, sino atender a la persona completa. La asertividad y la gestión emocional son, a mi juicio, competencias centrales del liderazgo actual. Un directivo que reconoce sus luces y sombras, que gestiona sus emociones con madurez, inspira confianza, conecta con los suyos y lidera con autenticidad.
En los programas de formación que he liderado, el énfasis ha sido enseñar a los futuros coaches a escuchar más allá de las palabras y a utilizar la gestión emocional como pilar del acompañamiento. Hoy muchos de ellos son referentes en sus compañías, multiplicando el impacto transformador que esta profesión puede generar.
Un buen proceso de coaching es un trabajo compartido: 50% coach y 50% coachee. El primero aporta experiencia y metodología; el segundo, disposición, apertura, entrega y humildad. Solo así el proceso se convierte en una experiencia realmente efectiva. Levantar la mano para pedir acompañamiento no es signo de debilidad, sino de madurez gerencial.
Es fundamental, además, cuidar la profesión. Así como un médico o un abogado requieren credenciales, un coach serio debe contar con formación rigurosa y certificaciones. Elegir con quién se adelanta un proceso de coaching es decisivo, porque de ello depende la calidad de la experiencia y el impacto en la persona y en la organización.
En estos años he visto cómo, al convertirse en un término de moda, han proliferado múltiples escuelas y entrenamientos exprés que hacen creer a las personas que ya están listas para ejercer. Sin embargo, cuando alguien acude a un coach abre temas profundos de su vida, de sus relaciones, de sus habilidades e incluso de sus dolores más íntimos. En el ámbito empresarial, además, se confía a ese profesional la tarea de desarrollar competencias que repercuten directamente en los resultados del negocio. Un coach sin preparación adecuada puede no estar en capacidad de acompañar procesos emocionales y comportamentales con el debido cuidado.
El coaching, en esencia, es acompañar a una persona para que avance y encuentre nuevas posibilidades. Esto exige responsabilidad, constancia y rigurosidad: tanto de quienes lo ejercen -con formación seria y práctica supervisada-, como de las organizaciones que los contratan, que deben verificar experiencia y credenciales antes de poner en sus manos a sus líderes y equipos.
Las compañías que han entendido esto ya no ven el coaching como algo “blando”, sino como una verdadera estrategia cultural. Porque un líder consciente, claro y emocionalmente maduro no solo mejora sus resultados, sino que fortalece vínculos de confianza y asegura la sostenibilidad de la organización.
El coaching no es moda ni adorno. Es una profesión seria y poderosa que, bien aplicada, se convierte en un recurso invaluable para sostener a los líderes, transformar culturas y lograr resultados concretos. En últimas, como me gusta recordar en cada acompañamiento: el éxito de un proceso de coaching no está en que brille el coach, sino en que brille el líder que genuinamente se deja acompañar.
Luchy Mejía, master Coach – Experta en Emociones y CEO Potencial Humano Integral