Colombia ganó frente a Senegal 1-0. | Foto: Esteban Vega

MUNDIAL RUSIA 2018

Samara Arena: la tribuna amarilla que puso huevos, lágrimas y corazón

Colombia consiguió la clasificación a los octavos de final del Mundial de Rusia en la grama, pero el partido se ganó en las tribunas. Más de 25.000 colombianos sacaron fuerzas de donde no tenían para empujar a su Selección. La recompensa: el tiquete a Moscú. Así vivió SEMANA el juego contra Senegal, un nuevo capítulo en la historia del fútbol colombiano.

Rodrigo Urrego Bautista Enviado SEMANA Samara, Rusia. Fotos: Esteban Vega La Rotta/SEMANA
28 de junio de 2018

Por: Rodrigo Urrego Bautista, enviado de SEMANA a Samara, Rusia. Fotos: Esteban Vega La Rotta/SEMANA 

Quienes conocen a este reportero saben que -por respeto al oficio "más bello del mundo" - nunca lo verán conjugando los verbos en la primera persona del singular. Pero cuando se ve un partido de fútbol con los ojos encharcados de lágrimas y un nudo en la garganta que no deja ni respirar (el reportero también es de lágrima fácil), no quedaba otro remedio que hacer una excepción. Y tuvo que ser este 28 de junio, en Samara, donde la Selección Colombia de fútbol derrotó por la mínima diferencia a su similar de Senegal y consiguió su boleto para los octavos de final del Mundial de Rusia. Y no porque en la cancha del Arena la tricolor haya conmovido con buen fútbol. Por el contrario, se jugó como para hacer llorar, pero de preocupación. Sino porque la victoria, una de las que quedará señalada en el libro de la historia del fútbol colombiano, no se consiguió en la cancha. Se forjó gracias a más de 25.000 colombianos que tiñeron las tribunas de amarillo, y allí pusieron garganta, huevos, aguante y corazón. “Alma, vida y sombrero”, dirían nuestros abuelos. La afición colombiana sí que hizo llorar de la emoción. A los colombianos que apoyan al equipo nacional en Rusia hay que hacerles un monumento por la tremenda pasión que le ponen a la hora de alentar a sus jugadores. A pesar de todo lo que han padecido entre Saransk y Kázan, y de Kazán a Samara.  

El primer nudo que se atravesó en la garganta fue en ese par de kilómetros que hubo que recorrer caminando desde el lugar hasta donde podían arrimar taxis, tranvías y autobuses hasta las entradas del Arena de Samará. Ver tal cantidad de colombianos cantando su himno nacional a capela, o aquello de “somos locales otra vez”, y eso de “el que no salte, no es tricolor…” precipitó las primeras lágrimas. Ahora, después de la victoria, nadie podrá negar que el miedo, la jindama, el hormigueo que a esa hora todos sentíamos en el estómago, nos hacían temblar las piernas como gelatina, pero sin duda fue el momento en que todos nos convencimos que la tarde sería para el recuerdo. “La chimba, hoy ganamos”. La hora había llegado, y como cuando en el ruedo se abre la puerta de los sustos, ya no había vuelta atrás. Que el toro nos agarre a todos confesados.

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La gloria o el fracaso en 90 minutos. La tribuna del Arena se puso amarilla antes de las seis de la tarde, y el himno nacional no fue fácil de cantar. De nuevo las lágrimas se escurrían por las mejillas, y la voz temblaba de nervios pero también de orgullo. Más de una bendición y la pelota se puso en movimiento. Desde ese momento los corazones latieron a mil, y la tribuna nunca más paró de cantar. “Vaaaamos Colombia, que está noooooche tenemos que ganaaaar”.

Foto: Esteban Vega/SEMANA

Esa fiesta, sin embargo, tardó en ser correspondida en la cancha. Y no hay que decir mentiras. El minuto 20 pareció apagar todas las ilusiones. El árbitro señaló el punto de la pena máxima cuando Dávinson Sánchez se barrió en el área colombiana como recurso extremo para detener un gol que nadie quería ver. El jugador de Senegal cayó al piso como si le hubieran cortado las piernas, pero al menos desde la tribuna de prensa se había visto desde el primer momento que el colombiano había tocado la pelota. La tribuna dónde los fanáticos miraban imponentes también reaccionó. Todos se levantaron como un resorte y empezaron a gritar “VAR, VAR, VAR”, hasta que el juez central no tuvo más remedio que convencerse de que la voz del pueblo era la voz de Dios, y se fue hasta la pantalla para ver lo que no pudo ver en vivo y en directo. Que Davinson llegó primero a la pelota. La nueva decisión árbitral fue celebrada como un gol, aunque los abrazos duraron poco. Apenas comenzaba el sufrimiento.

Lágrimas también le arrancó a este reportero la pasión y entrega con la que Néstor Lorenzo, el asistente técnico de José Néstor Pékerman, vivió estos 90 minutos. Se paraba, manoteaba para dar indicaciones, sin soltar la carpeta ni desabrocharse el nudo de su corbata. Como lo hacía cuando jugaba fútbol como defensor central, como en aquella final del Mundial de Italia 90 cuando se fue a protestar el penalti decretado por el árbitro mexicano Edgardo Codesal Méndez en el minuto 87, y que supuso la derrota de Argentina frente a Alemania. Lorenzo también metía huevos y gritaba hasta perder la voz, y eso que no se trataba de su albiceleste que lo vio nacer, esta vez lo hacía por un país que todavía le adeuda la cédula de ciudadanía.

Foto: Esteban Vega/SEMANA

Pero si hubo un minuto lapidario, fue cuando apareció en la zona de traslado Luis Fernando Muriel y el cuarto árbitro levantó el tablero electrónico para indicar el número del jugador que abandonaría el terreno de juego. El 10. “Ay marica…”. James Rodríguez se tiró al piso y todos comprobamos que el encargado del pase gol era un soldado herido. Pasaron varios minutos para reponerse. En la cancha como en la tribuna su lesión fue un golpe directo a la moral.

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En la tribuna de prensa la tensión era igual como la que padecían los aficionados. Gabriel Meluk, de El Tiempo, caminaba de un lado para otro. Javier Fernández, el narrador de Caracol TV, relató cada jugada de pie, nunca se sentó. Adolfo Zableh era el único que parecía estar tan relajado como en una sala de cine, mandaba sus trinos y no se contagiaba de la pasión con la que se sufría el encuentro. Entre otras, no paraba de pedirle a este reportero que se calmara, y que dejara de madrear al referee cada vez que pitaba –con toda justicia- faltas en contra de Colombia. Final del primer tiempo y una carrera al baño para liberarse de tanta tensión.

Foto: Getty images

La segunda mitad comenzó con el nefasto grito de “Sí se puede” en la tribuna que estaba a la espalda del ángel guardián David Ospina, un coro más propio de equipo chico y derrotado que de una Selección que hace cuatro años se llevó por delante a un campeón del mundo como Uruguay y se ganó el respeto del planeta del balón con ese quinto lugar en Brasil 2014. El público tardó en entrar en calor, pero el cronómetro señalaba el minuto 48 cuando las graderías empezaron a crujir. “Que esta nooooche, tenemos que ganaaaar…”, parecía un pellizco para los jugadores en la cancha. Al minuto 54, el “olé, olé, olé, cada día te quiero más”, no dejaba escuchar las tamboras de los senegaleses que tampoco pararon de golpear los aficionados africanos. Muy pocos en comparación con los colombianos.

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James, de cortos y en tenis, también se sumaba a Néstor Lorenzo para mandar indicaciones con desespero. En el banco la tensión se advertía superior a la que se masticaba en la tribuna. Pero fue al minuto 59, cuando en una de las pantallas de los escritorios de la tribuna de periodistas se veía a los polacos corriendo a celebrar el gol que le habían metido a Japón, que a esa misma hora jugaban en el estadio de Volgogrado. Este reportero corrió hasta la baranda que dividía la zona de prensa de la de hinchas y empezó a gritar el gol, y sin desprenderse de su función de periodista, llevarles a todos la noticia. En principio muchos pensaron que había enloquecido, hasta que entendieron que el gol de Polonia ponía a Colombia en segunda ronda. El resto del estadio tardó algunos minutos en enterarse, pero cuando lo hicieron comenzaron a saltar. Las tribunas del Samara Arena temblaban y se movían como si se fueran a venir al piso. “Un golecito por Dios, un golecito para irnos a Moscú”, era el clamor.

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Al minuto 64 un disparo terrible de Muriel hizo que todos sacaran fuerzas de donde ya no había. Un minuto más tarde Falcao, de cabeza, por poco abre el marcador. Y sesenta segundos después el estadio reclamó un penal contra Muriel. Nunca existió porque el arquero senegalés le sacó primero la pelota antes de embestirlo y llevárselo por delante. Senegal era primero del grupo, y Colombia por gol diferencia le quitaba la clasificación a Japón, que se había volcado sobre el arco polaco. Doble angustia. La de Samara y la de Volgogrado.

Al minuto 73 pudo llegar la tranquilidad. No en Samara. En la pantalla se veía como Lewandowski, tan letal con el Bayern Múnich se vestía de pipa Higuaín y desperdiciaba en la boca del arco el segundo gol de Polonia, que nos quitaría un sufrimiento de encima. Mientras este reportero veía la repetición y se lamentaba, el estadio estalló con el gol de Yerry Mina que celebramos a rabiar, no solo porque se aseguraba la clasificación, sino porque llegaba la verdadera recompensa a tantos kilómetros volteando por los ferrocarriles rusos. “Nos vamos a Moscú…”.

Foto: Esteban Vega/SEMANA

Lo que se sufrió en adelante no tiene nombre. Ya nadie volvió a sentarse, y todos de pie mirando una y otra vez el cronómetro que no se movía. Al minuto 86 una devolución a David Ospina nos hizo quedar sin aliento, entre otras porque Senegal ya se había volcado con sus once hombres sobre el arco del antioqueño, porque ahora eran los africanos a los que se les acababa el Mundial.

Foto: Esteban Vega/SEMANA

Hasta el minuto 95 pasó de todo por la mente de los colombianos. Después de más 1.440 kilómetros, y días enteros de desplazamiento entre Saransk, Kazán y Samara, nos merecíamos esa suerte. El árbitro levantó sus manos y señaló el final del encuentro. Por fin, por fin. La estación de Moscú se hizo realidad. A todos los colombianos que estábamos en el Arena se nos arregló esta loca odisea llamada Rusia 2018. Los hinchas de la tricolor por fin llegarán al paraíso llamado la calle Nikolskaya y verán su luz. La capital rusa, por fin también, conocerá a una de las hinchadas más alegres de la Copa Mundial. Este reportero de lágrima fácil no volverá a conjugar los verbos en la primera persona del singular.