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BASES EN BARATILLO

Después de 16 años, Ferdinando Marcos visita Washington, con el propósito de buscar mayor apoyo militar y político para el archipiélago.

8 de noviembre de 1982

Calificando de "traición nacional" a su reciente visita a Estados Unidos, más de 5.000 manifestantes en Manila quemaron efigies del presidente Ferdinando Marcos el I de octubre. Tal manifestación que duró cinco horas, y que conto con el apoyo de sectores de la iglesia Católica, fue la mayor protesta antigubernamental en más de un año.
Dos días antes habían tenido lugar choques entre tropas del gobierno y rebeldes izquierdistas en la provincia de Mindanao, donde, al parecer, murieron más de 50 personas, entre soldados, civiles y guerrilleros.
Tal es el marco de conflicto social que ha tenido que encarar el presidente Marcos a su regreso de Washington, a donde volvió a mediados de septiembre tras una ausencia de 16 años, con el propósito de conseguir apoyo para sortear la crisis económica por la que atraviesa el archipiélago de 7.100 islas y 52 millones de habitantes.
Durante su visita, Marcos ofreció al presidente Reagan la renovación del contrato de "arrendamiento" de las bases norteamericanas en Filipinas --en Bahía Subic, de la Marina, y Clark, de la Fuerza Aérea--, por las cuales Estados Unidos paga 100 dólares anuales. A cambio de ésto, Marcos pidió un aumento de la ayuda que recibe de los norteamericanos, tanto en crédito para compras militares, como en tratamiento arancelario preferencial para sus productos de exportación.
Pese a las protestas de intelectuales y periodistas independientes, las negociaciones se efectuaron logrando ambas partes lo que buscaban: el presidente Ronald Reagan pudo comprometer a Marcos para que en abril próximo se inicien las negociaciones para renovar el contrato de las bases militares, que vencerá el 17 de enero de 1984. Marcos, por su parte, logró apoyo de la Casa Blanca para recibir préstamos subsidiados de la Agency for International Development (AID) y menores restricciones para algunos de sus productos. Tales acuerdos deberán producir en Filipinas una recuperación económica, la cual se ha visto aplazada durante mucho tiempo. Con una deuda externa de 16 billones de dólares y una tasa de crecimiento de sólo 3.8%, la baja de precios de bienes de exportación filipinos como el cobre, el azúcar y el arroz, ha generado una recesión de características mayúsculas, con sus lógicas incidencias sobre el empleo, la balanza de pagos y el bienestar de la población.
Sin embargo, pocos jefes de Estado despiertan tanta antipatía actualmente como Marcos. Amén de sus errores en la economía filipina, la principal acusación que le hacen sus opositores, recae en el tratamiento brutal dado a sus opositores.
Apoyándose en una declaración de la ley marcial, Marcos inició en 1972, una "purga" que ha costado muchas vidas desde entonces y que continúa hoy a pesar de que el orden legal volvió a ser implantado en 1981. "Con ley marcial o sin ella, Marcos gobierna exactamente igual", anotó hace poco Benigno Aquino, un filipino que tuvo que asilarse en los Estados Unidos para salvar su vida.
Las quejas sobre violación de los derechos humanos son prácticamente interminables. Organismos como Amnistía Internacional y personalidades como Juan Pablo II, quien visitó a Filipinas en febrero de 1981, han pedido abiertamente una política de derechos humanos ecuánime y clara, sin encontrar resonancia en el presidente filipino.
La lucha contra el principal grupo guerrillero. autodenominado "Nuevo Ejército del Pueblo", brazo armado del partido Comunista, de Filipinas, y contra el "Frente Moro de Liberación Nacional", un movimiento separatista musulmán que lucha desde hace 10 años en la región de Mindanao, y que al parecer tiene entre 5.000 y 15.000 soldados bien armados, ha sido sin cuartel; observadores norteamericanos estiman que cerca de 60.000 personas han muerto en los últimos 9 años de estado de sitio y lucha guerrillera. Tres meses antes de iniciar el viaje, el gobierno de Marcos emprendió una operación "anti complot" que culminó con la detención de más de 100 personas, incluido Felixberto Olalia, un líder opositor de 79 años y Bonifacio Tupaz, secretario general de la central sindical filipina. En una rueda de prensa que concediera en Manila el 6 de septiembre, Marcos anunció "el triunfo del orden", consistente en la eliminación del citado plan argumentando tener pruebas sobre los alcances de este, pero tales"pruebas" no fueron enseñadas a la prensa a pesar de las reiteradas promesas de hacerlo.
El hecho de que la estada del presidente filipino en Nueva York haya sido más prolongada que la de Washington, no dejó de causar extrañeza, ya que las reuniones con la Cámara de Comercio Filipina en los Estados Unidos y la visita a la sesión plenaria de las Naciones Unidas, no constituían motivo suficiente para una estada de más de una semana en la metrópoli.
Se dijo por ello que tanto el presidente como su esposa, quien tuvo misteriosos vacíos en su hoja diaria de actividades, estuvieron dedicados a agasajar inversionistas con el fin de que el capital extranjero ayude a disipar el marasmo económico que atraviesa el archipiélago.
¿La presidenta Imelda?
Sectores de la oposición argumentaron que las demostraciones de fuerza de Marcos antes de dejar Manila correspondían a su interés por convencer a tales inversionistas de que su dinero estaría seguro en Manila.
En realidad, Marcos parece estar hoy más fuerte políticamente que nunca. El duo que ha conformado con su esposa Imelda, miembro del gabinete, gobernadora de Manila, y quien es vista como presidenta "interina", le ha reportado un manejo prácticamente vitalicio en su país. Con todo y las especulaciones sobre su retiro en 1987, año en que acabaría su período constitucional actual, Marcos se ha encargado de preparar sistemas que aseguren la continuación de las estructuras actuales, esté él o no presente en el gobierno.
Para Washington, Filipinas es su "más importante aliado" en el sur de Asia, dada su vecindad con China, Vietnam y la Unión Soviética. Quizá por ello, la Casa Blanca no ha prestado mucha atención a quienes describen en Estados Unidos a Marcos como un "tirano". Los exiliados filipinos en Norteamérica durante la visita de Marcos organizaron un día nacional de protestas para pedirle a Reagan cesar en su ayuda al régimen filipino así como para solicitarle al Senado norteamericano rechazar la ratificación del tratado Filipino Norteamericano que autoriza la extradición de filipinos en Estados Unidos acusados de cometer delitos políticos por la dictadura de Marcos.
Sin embargo, en Washington no ignoran que una prolongación de las tensiones políticas en el archipiélago podría conducir a revueltas populares que contarían con el apoyo de grupos musulmanes, católicos y de izquierda. A ello aludían probablemente los grupos de filipinos exiliados al entonar en las calles, mientras Marcos conversaba con Reagan, el siguiente extribillo: "Marcos, Marcos, sonríe mientras puedas, pero recuerda lo que le pasó al shá".--
Ricardo Avila (Corresponsal de SEMANA en USA)