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Así fue como China puso los ojos en África

No es ninguna casualidad que China haya inaugurado su primera base naval en el continente africano. El hecho hace parte de una estrategia mucho más amplia, con la que Beijing busca extender su influencia por el resto del mundo.

22 de julio de 2017

¿Por qué China está tan interesada en Yibuti? ¿Por qué ha invertido 15.000 millones de dólares en uno de los países más pequeños y pobres de África? ¿Y por qué decidió construir en su capital su primera base naval de ultramar? Según el representante de la Cancillería china Geng Sghuang, con esas instalaciones su país busca “cumplir mejor sus obligaciones internacionales de acompañamiento de misiones y de asistencia humanitaria, y también contribuir a promover el desarrollo económico y social de Yibuti”.

Sin embargo, el Global Times, conocido como el portavoz no oficial del Partido Comunista chino, fue más directo y en uno de los editoriales que le dedicó al tema enfrentó los temores que ha suscitado la inauguración de esa base en el mar Rojo: “No se trata de controlar el mundo”. Pues lo cierto es que mientras el gobierno de Donald Trump rompe con sus aliados y Europa atraviesa por una época difícil, China ha emprendido una silenciosa, pero eficaz campaña de expansión geopolítica. Y en ese proceso, África no solo ha sido su campo de entrenamiento, sino también su mayor éxito y su trampolín hacia otras regiones.

En efecto, desde 2009 China es el principal socio comercial de ese continente y en la actualidad es el destino del 16 por ciento de sus exportaciones y el origen de un quinto de sus importaciones. Además, Beijing está en vías de convertirse en la principal fuente de inversión directa extranjera (FDI) de la región y ya es el mayor financiador de los proyectos de infraestructura. Dentro del mismo proceso, el gigante asiático ha creado varias zonas de cooperación económica y de comercio, y también ha financiado varios fondos de ayuda para el desarrollo.

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Los resultados se ven por todo el continente. Durante la última década, China ha financiado la construcción de centrales hidroeléctricas, represas, aeropuertos, acueductos, hospitales, líneas férreas, estadios, gasoductos, hoteles, refinerías, centrales de gas y carbón, edificios oficiales, autopistas y redes eléctricas en 52 de los 54 países de África. Aunque el efecto ha sido muy notable en los países más pequeños y pobres de la región (como Yibuti), lo cierto es que China ha concentrado la mayor parte de los recursos en los países más grandes, poblados y ricos de la región como Nigeria, Argelia, Angola, Sudáfrica y Kenia. A su vez, ha destinado buena parte a los sectores petrolero y minero, lo que se ha traducido en grandes inversiones en Angola, Congo, Sudán, Zambia, Sudáfrica y Nigeria. Y a estas se sumó el año pasado Namibia, donde la estatal china General Nuclear construyó una mina de uranio para alimentar los 37 reactores nucleares que ya funcionan en el gigante asiático (hay otros 20 en construcción).

El énfasis en esos países se debe a que desde sus inicios la presencia china en África tuvo dos objetivos, no siempre exitosos. Por un lado conseguir petróleo, carbón, gas, uranio y otros materiales para alimentar una economía que la década pasada creció a un promedio del 10 por ciento del PIB. Y por el otro, conquistar aliados en un mundo unipolar dominado económica, política y geográficamente por Estados Unidos.

Pero en el balance, tras menos de dos décadas de haber emprendido esa política, el resultado es muy alentador para Beijing. Según el último informe de Afrobarómetro, el 63 por ciento de los africanos tienen una imagen buena o muy buena de China. La misma encuesta reveló que son más los que consideran que la influencia de ese país es mayor que la de Estados Unidos. Y, más llamativo aún, puso en evidencia que en el centro y en el sur del continente sus habitantes consideran que el modelo de desarrollo chino es superior al norteamericano. Como le dijo a SEMANA Jing Gu, directora del Centro para los Poderes Emergentes y el Desarrollo Global de la Universidad de Sussex, “en ningún sitio el ‘soft power’ de China es más evidente que en África”.

Una historia compleja

Las relaciones sinoafricanas no son nuevas, pues ya en el siglo XV el explorador Zheng He llegó hasta Mozambique con sus enormes barcos mercantes. Sin embargo, las políticas aislacionistas que dominaron a las dinastías Ming y Qing llevaron a que solo hasta los tiempos de Mao se comenzaron a construir verdaderas relaciones. Y esa ausencia histórica definió dos de los parámetros que han marcado los avances chinos en el continente negro.

Por un lado, Beijing supo aprovechar las heridas que dejó la colonización europea y cimentó las nacientes relaciones bajo el signo de la solidaridad anticolonial entre su país y las naciones africanas. Por eso los chinos no suscitan los mismos temores imperialistas que los estadounidenses, los franceses o los rusos. Como dijo en diálogo con esta revista Yoon Jung Park, profesor de Estudios Africanos de la Universidad de Georgetown, “la narrativa de Beijing es que los chinos y los africanos son hermanos, camaradas que sufrieron las mismas humillaciones y el mismo expolio a manos de los imperios de antaño”.

Por otro lado, desde que ganaron la guerra civil en 1949, los líderes comunistas de la República Popular sabían que los 54 países de África eran fundamentales en la batalla diplomática que libraban por el reconocimiento internacional contra los reclamos de legitimidad de los nacionalistas asentados en Taiwán. Ese apoyo fue clave en 1971, cuando la ONU votó por expulsar a los taiwaneses de la organización e incorporó en su lugar a la República Popular. Y en la actualidad, del continente negro solo Burkina Faso y Suazilandia mantienen sus relaciones diplomáticas con Taiwán.

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Sin embargo, el éxito de China en África es difícil de entender si no se tienen presentes dos claves de la política exterior de Beijing. En primer lugar, su capacidad de suministrar insumos y otros productos a precios que Estados Unidos y las antiguas potencias coloniales difícilmente pueden igualar. En segundo, su disposición a aliarse con cualquiera, así sean gobiernos despóticos como los de Sudán y Zimbabue, lo que los chinos justifican con el principio de respetar la soberanía de cada país. Y en tercero, su falta de escrúpulos a la hora de emprender proyectos devastadores para el medioambiente, con el argumento de que no puede cambiar las legislaciones locales, que en muchos casos están hechas a la medida de sus intereses comerciales.

Y más allá de los temas comerciales, China comenzó a hacer presencia militar. En 2008 con misiones de antipiratería en las costas de Somalia, y desde 2014, cuando Estado Islámico inició su expansión por el continente, participa en acciones antiterroristas. En efecto, en 2015 el presidente Xi Jinping destinó 100 millones de dólares para apoyar a la Unión Africana, y hoy Beijing tiene 2.500 hombres en Congo, Liberia, Mali, Sudán, Sudán del Sur, Costa de Marfil, Sahara Occidental y Yibuti, donde sus hombres llegaron la semana pasada a inaugurar la base naval.

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Todo lo anterior cobra relevancia global cuando se tiene presente que el control de África es clave para la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda, que China anunció en 2013, y que de concretarse le permitirá a Beijing dominar el océano Índico y el centro de Asia. Y esto a su vez lo facultaría para controlar las iniciativas comerciales de India y dominar el flujo comercial en prácticamente toda Eurasia. Si se tienen presentes las pésimas relaciones que China sostiene con la mayoría de sus vecinos, las crecientes tensiones que rodean sus relaciones con Estados Unidos y sus relaciones históricamente tensas con Rusia, es claro que el continente negro se está convirtiendo en un verdadero Dorado para el dragón asiático.