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China y Rusia: los nuevos mejores amigos

Mientras el caos de Trump tiene a Estados Unidos dando palos de ciego, Vladimir Putin y Xi Jinping estrechan silenciosamente sus relaciones políticas, militares y económicas. Sus más recientes acuerdos podrían revolucionar la geopolítica mundial.

5 de agosto de 2017

Las frías aguas del mar Báltico acogieron el fin de semana pasado a un invitado inusual. Se trataba de una flota naval china compuesta por un moderno destructor, una fragata, un barco de aprovisionamiento, varios helicópteros militares y un regimiento de infantes de marina. Tras recorrer 16.000 kilómetros desde Beijing, el grupo se unió a una decena de buques y aeronaves rusos para participar en unos ejercicios conjuntos frente a las costas de San Petersburgo.

No se trató de unas maniobras como tantas otras. En primer lugar, porque por primera vez barcos de la Armada china realizan maniobras militares en aguas europeas. En segundo lugar, porque la operación le sirvió al Ejército Popular de Liberación para mostrar los impresionantes avances técnicos que los chinos han alcanzado en la última década. Y en tercer lugar, porque esos juegos de guerra se desarrollaron en una de las zonas en las que Rusia y la Otan sostienen un fuerte pulso geopolítico por el control de los mares y los cielos de Europa oriental y Escandinavia.

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Más allá de eso, los ejercicios tuvieron una dimensión histórica porque se trata del ejemplo más contundente de la creciente cooperación entre Moscú y Beijing, que en los últimos años no solo se han acercado en el ámbito militar, sino también en cuestiones políticas, económicas y sobre todo diplomáticas. Así quedó demostrado el 4 de julio durante la visita de dos días del presidente chino, Xi Jinping, a su colega ruso, Vladimir Putin. En esta, ambos emitieron una declaración conjunta sobre la crisis de Corea en la que le apuntaron a “una solución pacífica del conflicto a través del diálogo”, y advirtieron que los planes de Washington de instalar un sistema antimisiles en Corea del Sur representaban un grave perjuicio para sus “intereses de seguridad estratégica de los países de la región”.

Todo lo cual contrasta con el comportamiento errático de Donald Trump, que ha llevado la política exterior norteamericana hasta su nivel más bajo desde la posguerra. En el caso de Corea del Norte, esto se ha expresado en una serie de declaraciones contradictorias del presidente y de su secretario de Estado, Rex Tillerson, quienes en menos de un mes le ofrecieron su amistad y –al mismo tiempo– trataron de loco al líder norcoreano, Kim Jong-un. Y en cuanto a Rusia y China, el caos de la administración de Trump se ha traducido en una avalancha de declaraciones contradictorias, en las que la fastuosa recepción que el presidente norteamericano le ofreció a Xi en Mar-a-Lago y la sumisión que mostró ante Putin en el G20 contrastan con el “conflicto abierto” con el que Tillerson amenazó a China el miércoles y las sanciones que el Senado aprobó la semana pasada contra Moscú por cuenta del Rusiagate

Una cuestión personal

Aunque en Europa y en Estados Unidos el proceso ha pasado relativamente desapercibido, en Moscú y en China tienen muy claros los pilares de la estrategia que los ha acercado. Como informó la agencia estatal Xinhua el 4 de julio tras la visita de dos días a Moscú del gobernante chino, “las relaciones bilaterales atraviesan por su ‘mejor momento en la historia’ y los intercambios entre el presidente Xi y su contraparte rusa, Vladimir Putin, juegan un papel clave en las estas”.

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No era una exageración, pues ese fue el tercer encuentro que esos líderes sostienen este año, y el vigésimo desde que Xi llegó al poder en 2012. De hecho, en esa reunión el mandatario chino habló de “una amistad personal”, que hay que entender a la luz del estilo autocrático y nacionalista que ambos comparten y que quieren contraponer a las democracias liberales de Occidente. Y a eso hay que agregar que China y Rusia tienen intereses políticos y diplomáticos que no solo son compatibles, sino que pueden incluso complementarse.

Por un lado, ninguno está contento con el orden mundial imperante por lo que, desde hace casi una década, ambos están extendiendo su poderío militar más allá de sus fronteras para ejercer un control militar y económico en sus áreas de influencia. Beijing lo ha hecho en sus litorales sur y oriental, y Moscú en Georgia y Ucrania, de la que se anexionó la península de Crimea. Y por el otro, como dijo a SEMANA David Lewis, autor del libro The Temptations of Tyranny in Central Asia, “tanto China como Rusia ven el periodo de debilidad estadounidense como una oportunidad para comenzar a construir un orden mundial diferente”.

Y en efecto, ambos líderes han llevado a sus países a actuar de forma coordinada en los escenarios internacionales y también a apoyarse en cuestiones diplomáticas. Por eso, Xi fue uno de los pocos líderes mundiales que acompañó a Putin durante el aniversario de la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial (cuatro meses después Putin le devolvió atenciones al participar en el aniversario de la victoria contra Japón). A su vez, ambos están actuando en tándem en las Naciones Unidas, donde han usado su derecho a veto para controlar el Consejo de Seguridad.

Pero eso no es todo, pues Moscú ha apoyado tácitamente los reclamos de Beijing en el mar del Sur de la China, y Beijing ha ignorado las sanciones que Europa y Estados Unidos le impusieron a Rusia por anexarse Crimea y desestabilizar Ucrania oriental en 2014. De hecho, ese país es hoy la principal fuente de divisas para Moscú y también el principal cliente de su petróleo y de su gas. Durante la reunión de julio Beijing aprobó 11.000 millones de dólares para financiar proyectos de infraestructura y desarrollo, y desde 2016 está invirtiendo en un gasoducto para llevar combustible desde Siberia hasta sus principales centros industriales.

Y a eso se agrega el creciente interés de ambos países por el manejo de la información, pues los rusos quieren adoptar las estrategias de Beijing para controlar internet y aislar a sus ciudadanos de las noticias inconvenientes. Y los chinos, por su parte, están muy interesados por la eficaz represión que Rusia ejerce sobre las ONG, y también por la capacidad de emprender ciberataques y de influir mediante agencias de noticias controladas por el Estado.

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Sin embargo, tanto Xi como Putin se han cuidado de hablar de una alianza. Por un lado, la historia de las relaciones bilaterales es larga y compleja, e incluye varios conflictos territoriales, como el que a finales de los años sesenta casi lleva a una guerra a Mao y al líder soviético Leonid Brezhnev. Y por el otro, existe un fuerte desequilibrio económico entre ambas naciones. Mientras China está en vías de convertirse en la mayor economía del mundo, el PIB de Rusia es inferior al de Italia.

Adicionalmente, a diferencia de Moscú, Beijing no tiene ninguna intención de enfrentarse militarmente con Occidente, sencillamente porque no está preparada para una confrontación de ese calibre, que significaría además acabar con su crecimiento económico. Como le dijo a SEMANA el sinólogo Guillermo Puyana: “China quiere que sus relaciones con Europa y Estados Unidos sean lo más cordiales posible. De hecho, su objetivo es que haya un mundo multipolar en el cual poder consolidar su ‘poderío nacional integral’, un concepto que no solo incluye la fuerza militar, sino también el poder económico y político”.

De hecho, la principal diferencia entre ambos países es que mientras Rusia le ha sacado el mayor provecho a su poderío militar y nuclear para maximizar su presencia en el tablero geopolítico internacional, China tiene una estrategia a muy largo plazo. Para sus líderes, esta comenzó a principios del siglo XX con la llegada del Partido Comunista al poder y solo va a terminar cuando el país recobre su estatus milenario de Imperio central.