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Las mujeres de hierro de Nicolás Maduro

Cilia Flores y Delcy Rodríguez garantizan que desde el nuevo poder supraconstitucional el presidente venezolano no pierda las riendas de la revolución bolivariana.

12 de agosto de 2017

Esta semana los acontecimientos en Venezuela no se detuvieron, y a la persecución contra Ramón Muchacho y David Smolansky, dos populares alcaldes de Caracas se sumaron los “profesionales policiales y militares”, que difundieron un video para declararse en rebeldía contra el estado de cosas que se apoderó de ese país. Y entre todo, la mirada de algunos medios internacionales se dirigió hacia dos figuras poco comunes que están jugando un papel crucial en el proceso de desmonte de las instituciones democráticas. 

Se trata de dos mujeres fundamentales para los destinos de la dictadura de Nicolás Maduro. Porque los hilos del poder pasan por las manos adornadas y privilegiadas de Cilia Flores y Delcy Rodríguez. Dos personajes fieles a la revolución bolivariana desde sus inicios, que desde la llegada de Hugo Chávez a la silla presidencial de Miraflores han medrado en el poder. La primera, con mucho protagonismo. La segunda, con primacía en tiempos de Maduro.

Cilia Flores fue abogada del golpista comandante Hugo Chávez en 1992, cuando enfrentó un juicio por rebelión militar. Abogada especializada en derecho penal y laboral, fundó el Círculo Bolivariano de los Derechos Humanos que se sumó al partido MVR cuando el chavismo asumió la ruta electoral para tomar el poder. Allí conoció a Nicolás Maduro, uno de los personajes más querido por Chávez.

Desde entonces se ganó el respeto de la cúpula roja, pues era una de las preferidas del caudillo. Por eso atendió su llamado para ser diputada a la Asamblea Nacional (AN) en 2000, una curul que ocupó durante 11 años, hasta que se retiró en 2012, aunque había ganado para un tercer periodo hasta 2015.

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La esposa de hierro

En 2006, Flores sucedió a Nicolás Maduro como presidenta del Poder Legislativo, cuando su entonces pareja de hecho (se casaron en 2013) fue designado canciller. Desde allí impuso el ordenamiento jurídico que soporta al socialismo del siglo XXI, con el paquete de leyes comunales, y las modificaciones a las leyes del Banco Central de Venezuela, de Hidrocarburos, de la Fuerza Armada Nacional, entre otras.

Desde la presidencia de la AN, calló a opositores, excluyó a adversarios y usó la administración pública como una hacienda personal. Prohibió la cobertura informativa de las sesiones y aprobó la mayor cantidad de “leyes habilitantes” que permitían a Chávez gobernar por decreto. Entre tanto, abrió las puertas al nepotismo. Hasta 40 de sus familiares directos e indirectos tuvieron cargos en la institución. Desde entonces, el apellido Flores pulula en el gobierno nacional, con o sin cargos.

Entre los más inmediatos están su exesposo Walter Gavidia, exdiputado y presidente de la Misión Madres del Barrio; su hijo Walter Gavidia Flores, ex juez penal y luego presidente de la fundación Propatria 2000 adscrita a la Presidencia de la República; y su sobrino Carlos Malpica Flores, ex tesorero nacional y director de Petróleos de Venezuela. 

Quienes no tuvieron cargos públicos también aprovecharon el poder de la mujer: Efraín Campo Flores y Francisco Flores de Freitas fueron capturados en Haití y condenados en Estados Unidos en 2016 por delitos de narcotráfico. En grabaciones mostradas durante el juicio, revelaron cómo aprovechaban las conexiones de su tía Cilia para utilizar la rampa 4 del aeropuerto internacional de Maiquetía –la presidencial– para transportar alijos de drogas.

Cilia Flores también fue procuradora general de la República, su último cargo con Chávez vivo. Lo entregó al asumir el rol de “primera combatiente”, casada ya con Maduro convertido en presidente, y desde entonces su rol es menos público. Casi no habla ni participa en actividades ajenas a la agenda de su marido.

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Pero su poder sigue intacto. Se mueve en la sombra de la Contraloría General, a cargo de Manuel Galindo, su protegido. Además, dentro del Consejo Nacional Electoral tiene ascendencia sobre la rectora prochavista más radical, Tania D’Amelio.

Lo suyo ya no es el chavismo, sino el madurismo, pues se ha enfrentado con Diosdado Cabello, puertas adentro, en más de una oportunidad. En 2014, por ejemplo, postuló a su comadre Miriam Morandy –luego captada viajando con un narcotraficante– a la Fiscalía General, y Cabello impulsó la ratificación de la hoy destituida Luisa Ortega solo “para no darle el gusto”. 

Ahora en 2017, durante las elecciones para la Asamblea Constituyente, encabezó una lista en Caracas que se enfrentó, y triunfó, sobre la liderada por Valentín Santana, hombre cercano al vicepresidente del PSUV. Como delegada constituyente, es la celadora de los intereses de Nicolás Maduro. Y no está sola. A su lado está Delcy Rodríguez.

La más fiel de Maduro

Casi 15 años más joven que Flores, Delcy Rodríguez estudió Derecho en la Universidad Central de Venezuela, donde hizo política estudiantil radical de izquierda, como antes su hermano Jorge, actual alcalde de Caracas y cerebro electoral del chavismo. Se fue a Francia a estudiar un posgrado, con privilegios de los que luego ha renegado. Allá “no aprobó todas las materias”, consigna un funcionario de Cancillería citado por Clímax.

Entonces la nombraron agregada cultural en la embajada en Londres, con lo que comenzó su carrera diplomática. Pero nunca convenció del todo a Hugo Chávez. Por eso la mantuvo a raya, y hasta la expulsó de un viaje a Moscú que hizo ‘el comandante’ con una amplia comitiva, luego de que se tomó licencias y camaraderías indebidas con el líder. Pasó a la retaguardia, a trabajar con su hermano y esperar tiempos mejores.

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Esos le llegaron con el ascenso de Nicolás Maduro al palacio presidencial en 2012, primero como encargado de la silla que el mandatario, enfermo en Cuba, ya no ocupaba, y luego ratificado por la mínima diferencia en votos al año siguiente. Entonces Delcy Rodríguez escaló: fue vicecanciller para Europa; ministra del Despacho de la Presidencia; coordinadora de la Vicepresidencia; ministra de Información, directora de Petróleos de Venezuela y, entre 2014 y 2017, canciller.

Ahora, desde el 4 de agosto, preside la Asamblea Nacional Constituyente elegida de forma inconstitucional y fraudulenta. También encabeza la “Comisión de la Verdad” que buscará imponer una justicia “revolucionaria”. Y es la encargada de guiar la actuación de un poder absoluto en manos del madurismo, manteniendo a raya a otros grupos de poder. 

No obstante, los sectores opositores no tienen una imagen de Delcy tan mala como podría creerse. Su destemplado verbo en público al parecer se calma en privado, igual que el de su hermano. Si frente a las cámaras dice que “aquí no hay crisis humanitaria, aquí hay amor”, en una mesa es capaz de negociar la salida de la celda de Leopoldo López. 

Lilian Tintori le agradeció las gestiones cuando el gobierno resolvió cambiarle a su esposo Leopoldo López la celda por el arresto domiciliario. Y el expresidente del gobierno español y negociador oficialista José Luis Rodríguez Zapatero ha elogiado a su gran aliada en las gestiones en Caracas.

Cilia Flores y Delcy Rodríguez son las mujeres encargadas de velar porque la revolución bolivariana se mantenga en el poder, y en manos de Nicolás Maduro. Han logrado tener control institucional, y hasta financiero, sobre grupos de interés asociados al Estado. Una moneda nada despreciable en tiempos de quiebres internos y lealtades comprometidas en el chavismo.