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DERROTA A LA ITALIANA

Por primera vez en la historia del país sería posible, al menos en teoría formar un gobierno sin los democristianos.

1 de agosto de 1983

Según las previsiones las elecciones italianas del 26 y 27 de junio destinadas a renovar la Cámara de Representantes, el Senado y parte de los Concejos Municipales, debían transcurrir sin ninguna novedad.
Porque, por una parte, a pesar de haber provocado cuatro crisis gubernamentales, en menos de tres años, el Partido Socialista de Bettino Craxi no había logrado cambiar el panorama político de su país. Y, por otra, porque contrariamente a 1974 cuando se debatió sobre el divorcio, los temas planteados durante esta campaña no lograron movilizar a la opinión.
La "indiferencia " de los italianos se reflejó en el "frente a frente" entre Enrico Berlinguer, secretario general del PCI, y Ciriaco de Mita, líder democristiano, seguido por sólo dos millones de televidentes: seis veces menos que la audiencia reservada a la serie "Dallas" .
En ese contexto se comprende que los resultados de las elecciones hayan causado, entre la clase política italiana, los mismos efectos de un "terremoto", según la expresión del diario "La República".
Los comicios consagraron, en efecto, la mayor derrota electoral sufrida por el partido Demócrata-Cristiano.
"Una derrota histórica" , dijo la prensa de ese país, al recordar que, desde 1946, la DC obtenía, por los menos, 38% de sufragios.
Con sólo 32.9% del electorado y 225 diputados, en vez de 262 en 1979, la DC sigue siendo, sin embargo, el primer partido del país, pero su diferencia con el Partido Comunista disminuyó pasando de 8.1% en 1979 a 3% actualmente. Esto significa que, por primera vez en la historia italiana, sería posible formar un gobierno sin los democristianos. El retroceso del partido de Ciriaco de Mita es, pues, general, como se observa en las 32 principales circunscripciones del país, pues en 28 de ellas obtuvo resultados desfavorables con respecto a 1979.
La derrota de la DC resulta igualmente espectacular si se tiene en cuenta que, con su nuevo secretario general, había iniciado una transformación para convertirse en un partido ofensivo, moderno, deseoso de renovar sus estructuras--en función de la capacidad de sus miembros y no del peso del clientelismo--sus planteamientos políticos y su implantación en el "país real". Lo que supone crear verdaderas secciones de base pues las actuales están compuestas, en buena medida, de afiliados inscritos--sin su autorización--por los "caciques regionales" con el único fin de aumentar su influencia dentro del aparato del partido.
Consciente de encontrarse a medio camino entre una DC vieja--despresti giada por los escándalos en los que se han visto envueltos muchos de sus dirigentes--y una DC pretendidamente nueva, Ciriaco de Mita confesó que no sabía si una parte de su electorado había sancionado la DC por su programa--en el cual el rigor y la austeridad estaban ampliamente presentes--o por el giro que quiere imprimirle al aparato partidario y al ideario demócrata-cristiano.
"Probablemente, dijo, no hemos sido capaces de explicar nuestra política o, quizá, nuestras propuestas son inadecuadas", declaración que deja las puertas abiertas a todo tipo de suposiciones sobre su propio futuro político. De Mita admitió, sin embargo, que a través de estas elecciones los italianos habían emitido "un voto de protesta por la manera como había sido administrado el país ".
Este deseo de "ser gobernado de otra manera" traduce, aseguran numerosos observadores italianos, una nueva tendencia de sus compatriotas en favor de la moralización de la vida política y de la práctica del poder.
Así, sancionando a la DC--que cualquier italiano identifica con el poder- parte del electorado había rechazado el sistema de "partidocracia"--para emplear la expresión utilizada por el líder radical Marco Pannella--en el cual la inestabilidad política se codea con los escándalos financieros y con 1 actividad de la mafia que, en ciertas ciudades goza de claras complicidades políticas.
Esta actitud del electorado explicaría el aumento de la abstención (11% en vez de 9.4%), así como el del número de votos en blanco, que superó el 6%, y el desplazamiento de sufragios hacia los partidos centristas: el partido republicano logró doblar su número de diputados (29 contra 16), hacia las formaciones de extrema izquierda--Democracia Proletaria entró al parlamento con siete diputados--y de la extrema derecha cuyo máximo representante, el partido neofascista MSI, obtuvo 42 diputados, 12 más que en 1979.
Por lo mismo, el voto-sanción contra la DC no benefició al Partido Comunista ni al Partido Socialista en la proporción deseada. En efecto, a pesar de lograr casi cuatro millones de nuevos electores, el PCI no logró incrementar su porcentaje, obteniendo incluso un retroceso de 0.5% de sufragios que le hacen pasar de 201 a 198 diputados. Pero la satisfacción de los dirigentes comunistas parece provenir, por un lado, de la certidumbre de que se ha iniciado el fin de la hegemonía política de la DC y, por otro, de la comprobación de que, en general, los italianos consideran al PCI como un partido más, un partido diferente pero ya no el partido "del extranjero".
El Partido Socialista gana, por su lado, 1.5% de sufragios y 11 diputados. El aparato socialista no admite, sin embargo, que se trata de un resultado discreto, comparado con las pretensiones del PSI que, en abril, había provocado la caída del gobierno Fanfani con el fin, apenas disimulado, de aumentar su margen de maniobra y poder fijar así nuevas condiciones a la DC para participar en el gobierno.
De hecho, el PS precisó sus posiciones diez días antes de las elecciones, al proponer a la DC un pacto de gobierno durante tres años. Durante este período, dijo Craxi, el gobierno podrá aplicar una "terapia anti-crisis" y, gracias a la estabilidad gubernamental, Italia verá aumentar la producción.
La táctica de Craxi es bien diferente: el pacto gubernamental propuesto a la DC le permite relegar a segundo plano los partidos centristas que han participado en estos últimos años en el gobierno como miembros del "pentapartido" y negociar--después de la partida del presidente Pertini--el reparto de cargos estatales: la presidencia de la República para la DC y la jefatura del gobierno para el PSI .
Los resultados de las elecciones, que han reforzado a los partidos Liberal, Republicano y Social Demócrata, han trastornado, en parte, los proyectos de Bettino Craxi. Pero el papel del PSI como "partido bisagra" de la vida política italiana se encuentra confirmado. Los dirigentes socialistas han descartado, sin embargo, una eventual alianza con el PCI.
Así, contrariamente el deseo de los socialistas, las elecciones no sólo no acabaron con la "gran confusión" de la vida política italiana sino que han creado las condiciones para que el funcionamiento de los cinco partidos que harán parte del nuevo gobierno, sea más complejo y mucho más delicado que hace algunos meses. -
José Hernández, Corresponsal de SEMANA en París.-