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El despertar de Amerindia

La importancia creciente de los movimientos indígenas y campesinos en América Latina podría cambiar el panorama político de la región en el futuro.

5 de agosto de 2002

En otras epocas hubiera sido impensable que un grupo de campesinos indígenas lograra detener el proyecto de construcción más grande de los últimos años en México sólo con el poder de sus machetes y su determinación. Pero eso fue lo que pasó cuando el presidente Vicente Fox tuvo que dar marcha atrás a la obra bandera de su gobierno, el nuevo aeropuerto internacional de Ciudad de México, una megaconstrucción de siete pistas y 2.300 millones de dólares para reemplazar el obsoleto Benito Juárez. Tras 500 años de sumisión los movimientos de raigambre popular y campesina, que en América Latina tienen un componente indígena fundamental, están de pie en defensa de sus derechos tradicionales. Y su crecimiento hace que algunos piensen que el futuro político del subcontinente tendrá inevitablemente un tinte cobrizo.

El ejemplo de México resultó contundente. El solo anuncio del proyecto hizo que un grupo de campesinos indígenas mexicanos, armados de machetes y palos, impidieran el trabajo de las comisiones técnicas enviadas por el gobierno. Su protesta se tornó violenta cuando tomaron rehenes a 19 funcionarios, aunque después de cuatro días llegaron a un acuerdo y los liberaron. Impresionadas por la firmeza de su actitud las autoridades dejaron en libertad a los manifestantes detenidos y accedieron a no levantar antecedentes penales a los responsables.

A cambio los manifestantes aceptaron sentarse a la mesa de negociación, donde el gobierno esperaba conseguir una fórmula que permitiera seguir adelante con el proyecto. Pero les esperaba otra sorpresa. Ante los ojos asombrados de los ejecutivos estatales los habitantes de San Salvador Atenco se negaron a vender las tierras donde han vivido por generaciones y donde tienen enterrados a sus muertos. Su vocera fue enfática al decirles que su tierra y sus tradiciones no tenían valor económico. A pesar de los esfuerzos desplegados por el equipo negociador oficial los campesinos no dieron su brazo a torcer hasta que un desconcertado Fox comenzó a titubear. El movimiento antiaeropuerto había triunfado.

"¡Sí se pudo!, ¡que cómo chingaos que no!", gritaban eufóricos los manifestantes. El triunfo fue considerado un avance significativo para grupos sociales que, como los indígenas y campesinos, representan el 60 por ciento de la población en México. La creciente importancia de los aborígenes también se hizo evidente en la controvertida decisión de la Iglesia Católica de canonizar al indio Juan Diego y la visita del Papa para tal efecto. Por primera vez en la historia Juan Pablo II reconoció un lugar en los altares de los santos para los pueblos autóctonos.

Al mismo tiempo, en víspera de las elecciones presidenciales del domingo en Bolivia, otro fenómeno popular daba mucho de qué hablar. Evo Morales, el caudillo cocalero que se hizo famoso por su oposición a la política de erradicación de los cultivos de coca y a la privatización de empresas estatales, se había convertido en el líder indiscutible de la oposición en el Congreso, con 53 puestos. Y, con un 20 por ciento de la votación para las presidenciales, le pisaba los talones a Gonzalo Sánchez de Lozada. Aunque al cierre de esta edición se daba por ganador a éste, lo cierto es que de todas formas el fracaso de Sánchez para lograr una mayoría en el Congreso lo obligará a tener en cuenta a Morales en el ejercicio del gobierno. Con el hecho se espera que por primera vez en la historia la población indígena, que es mayoritaria en el país, empiece a influir desde las esferas del poder y no sólo por medio de las tradicionales protestas y bloqueos.

También en Ecuador el movimiento indígena es cada vez más poderoso. Ya en 2000 una marcha apoyada por sectores de las fuerzas armadas provocó la salida del entonces presidente Jamil Mahuad y la llegada al poder, aunque en forma momentánea y compartida, del líder indígena Antonio Vargas. Y al comienzo del año en curso las protestas coordinadas por Conaie, una asociación de aborígenes que tiene una base social diseminada a todo lo ancho del país, también han generado una enorme inestabilidad política. En enero el gobierno se vio en la obligación de negociar con los indígenas, que en tan sólo tres días lograron sitiar a la capital.

La etnolingüista Catherine Walsh atribuye el éxito de los movimientos indígenas de América Latina a que proponen un fuerte cuestionamiento a la democracia representativa, el neoliberalismo y el intervencionismo estadounidense, algo con lo que las clases menos favorecidas se sienten identificadas. Sin embargo la apelación a estas causas y al imaginario de lo nativo suele tener un límite borroso con el populismo, y existen caudillos que manipulan el sentimiento milenario de exclusión de indígenas y campesinos para llegar al poder, pero que luego no terminan representándolos. En parte esto explica el descalabro en la popularidad del presidente peruano Alejandro Toledo, quien se posesionó con el 57 por ciento de favorabilidad y un año después apenas un 17 por ciento apoya su mandato. Toledo, de origen quechua, supo utilizar su identidad racial para asegurarse la presidencia de un país con 30 por ciento de indígenas. Se hizo llamar 'el cholo' y con sombrero y atuendo típico propuso un gobierno "de todas las sangres". Sin embargo su política de privatizaciones decepcionó a la población indígena que lo eligió, como se vio en las recientes manifestaciones en Arequipa.

Por el mismo camino podría terminar el presidente venezolano Hugo Chávez, cuyo origen racial lo identifica con la inmensa mayoría de los venezolanos y quien también en varias oportunidades dejó a un lado su uniforme militar para vestir plumas. Chávez logró una votación récord en las elecciones presidenciales de 1999 y en un par de referendos para llevar a cabo su revolución bolivariana. Pero además de los incontables enemigos que sus propuestas subversivas le han generado, su promesa de una reforma agraria radical consignada en la 'ley de tierras' parece imposible de llevar a cabo. Lo grave es que la esperanza en ella continúa siendo el mayor incentivo para que los campesinos venezolanos sigan confiando en un hombre que tiene su mismo origen.

Pero mientras los movimientos indígenas no logren canalizar su creciente fuerza en una candidatura verdaderamente inclusiva y alejada de formas de política individualista o populista, la tensión social generada por siglos de exclusión producirá más temor que esperanza. Si los indígenas ecuatorianos son capaces de bloquear a Quito y derrocar un presidente, los mexicanos de impedir la construcción de la obra pública más urgente para el distrito, los bolivianos casi llevan un indígena anticapitalista al solio presidencial y los peruanos y venezolanos fueron un electorado que llevó a la victoria a dos presidentes ajenos a la élite tradicional, los gobiernos del continente deberían empezar a tomarlos en serio.

Un editorial del diario El País de España concluía después de analizar el fenómeno del auge indígena en Latinoamérica: "Una parte de esa América, que un francés avispado bautizó latina, podría estar dejando de serlo. Cuando llegue la hora, que el cambio no nos tome desprevenidos".